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¤ El vendaval privatizador arrasó con todo,
hasta las vías de los trenes
Argentina, vaciada, desintegrada y saqueada
¤ El proceso comenzó en la última dictadura
militar y lo continuaron peronistas y radicales
STELLA CALLONI
Buenos Aires, 5 de enero. Hace un tiempo regresó
a este país el historiador argentino León Pomer, después
de años de estar refugiado en una universidad de Brasil. Luego de
unos días dijo sin titubear: "Este país ha sido vaciado,
desintegrado".
Lo que el intelectual observó fue la última
expresión de un proceso que comenzó a partir de la dictadura
militar (1976-1983), que intentó acabar y sepultar una lucha persistente
durante años.
Es un cita clave para entender que la no-che y la niebla
de las desapariciones tenían muchos objetivos. Como señalan
todos los que escribieron sobre la dictadura, la "limpieza del país,
es decir la matanza, tenía como finalidad abrir las puertas al modelo,
que comenzó bien en firme en esos tiempos" y que ahora se desmorona.
Al finalizar el año 2001 comenzó el entierro
del modelo, que fue parido en su mayor amplitud en la década de
1990.
Y en este final, todo parece una caricatura de otros tiempos:
la dirigencia política sigue sin entender dónde está
parada y los sindicalistas -salvo honrosas excepciones- se reacomodan según
las circunstancias.
Aun así, como señalan algunos intelectuales,
es a esa dirigencia política a la que hoy se debe acudir en acciones
desesperadas para que el poder deshabitado no quede vacío ni por
una hora.
Esto es lo que existe hoy en el país, cuando crujieron
definitivamente las estructuras de los partidos tradicionales, cuyos gobiernos
sucesivos en la última década lo llevaron a esta situación
sin salida.
Durante el gobierno de Carlos Menem, considerado hoy por
muchos como "un traidor a la patria" -al igual que sus ex funcionarios,
el ex presidente Fernando de la Rúa y el ministro de Economía
de ambos, Domingo Cavallo-, se vivió un vendaval privatizador que
coptó la industria, los re-cursos nacionales y los servicios.
Hasta las vías de tren fueron vendidas. Miles de
poblados murieron económicamente cuando cerraron los ramales ferroviarios.
Esto ocurrió en un país que, gracias a la dictadura, carecía
de referentes políticos.
"Los que hubieran sido los mejores (para oponerse a esta
situación) están en las listas de los desaparecidos de la
última dictadura", asevera Nora Cortiñas, de Madres Fundadoras
de Plaza de Mayo.
Y llegó el neoliberalismo al país en su
versión más salvaje y primitiva, mientras la historia oficial
siguió siendo contada por los vencedores.
"Bordeando el precipicio, Argentina ha tocado fondo",
dice Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz 1980, a quien
los medios locales han desaparecido de sus páginas. Y él
sabe por qué.
Crónica de un final anunciado
En
1993 se vivían en este país festejos de pizza y champán,
o lo que llamamos desde esta corresponsalía "los espejitos neoliberales",
cuya venta daba buenas ganancias en la nación sudamericana.
Eran muchos, quizá demasiados, los que no querían
ver lo que se mostraba cotidianamente como el empobrecimiento colectivo,
el retroceso social, cultural y político, el razonamiento suplantado
por la extrema frivolidad, mientras cada vez más familias perdía
sus hogares y vivían en vagones abandonados de ferrocarril.
En 1995, aproximadamente, empezaron también los
primeros cortes de rutas de de-sempleados desesperados, realidad cotidiana
que se ocultaba con fuegos de artificio.
Cuando llegaron las epidemias de cólera, periodistas
descubrieron a niños esclavos trabajando en tabacaleras de Salta,
mientras las calles de Buenos Aires se iban poblando por los sin casa,
que venían en éxodo desde estados rurales. Era el país
bajo la alfombra.
En 1989, durante el gobierno de Raúl Al-fonsín,
la hiperinflación precipitó al país a los saqueos
y éstos llevaron al apresurado ascenso de Carlos Menem al poder.
Los lobbies en Estados Unidos, los viajes constantes
de Cavallo, quien en 1976 había estatizado la deuda privada, tuvieron
mucho que ver con el final de Alfonsín.
"La hiperinflación fue usada como herramienta de
disciplinamiento social, como advertencia de lo que podría pasar
si el Estado intervenía para regular el mercado y racionalizar las
privatizaciones ?escribió el analista Luis Bruchstein?. La hiperinflación
había castigado a los más pobres y se le usó para
seguir castigándolos con el mo-delo que provocó los saqueos
de 2001".
En 1989 Menem prometió el salariazo y la
revolución productiva, pero "lo que vino fue el sablazo sobre
el país ?dice Víctor de Genaro, dirigente de la Central de
Trabajadores Argentinos?. Vino la ola más salvaje de privatizaciones,
por la cual el país vendió todo por unos 40 mil millones
de dólares para, según se dijo, pagar la deuda ex-terna.
Sólo los pasivos vendidos sumaban casi mil millones de dólares".
¿Adónde fue el dinero? Como señaló
en 1998 el desaparecido dirigente peronista Andrés Framini, "Menem
llegó con careta peronista y se dedicó a corromper todo a
su paso para instalar el modelo que acabaría con el país.
No dejó nada en pie, todo fue rematado; habíamos ya perdido
la república y todavía no reaccionábamos".
La promesa menemista era pagar la deuda externa y dar
un nuevo comienzo al país, pero aquélla se triplicó
y en 1995 el entonces presidente prometió pulverizar el de-sempleo,
cuando éste alcanzaba su pico histórico de 18.5 por ciento.
Fue entonces cuando adoptó la convertibilidad,
instalada en 1991, de un peso por un dólar totalmente ficticia,
como un chantaje para los miles de endeudados en moneda estadunidense.
La falta de credibilidad política en la po-blación
que marcó las elecciones de 1994 se debe a que trascendió
la existencia de una serie de pactos bajo la mesa entre Al-fonsín
y Menem para que este último pu-diera acceder a su relección
en 1995.
Esta historia se repitió con otros pactos recientes
entre De la Rúa y Menem, que se potenciaron con la exigencia del
presidente George W. Bush para que fuera liberado el ex presidente peronista
de su arresto domiciliario por la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador,
en la que existe involucramiento de Estados Unidos.
También se habla de pactos entre la Unión
Cívica Radical, de De la Rúa, y Du-halde para el momento
en que se preveía la caída del gobierno del primero.
Cuando Carlos Menem se fue, en el marco de una enorme
protesta social que pocos recuerdan ahora, la deuda había aumentado
a más de 140 mil millones y el déficit fiscal era de casi
11 mil millones.
La justicia desprestigiada amparaba la co-rrupción
más grande de la historia nacional, como había amparado la
impunidad militar.
El 10 de diciembre de 1999 llegó De la Rúa
al frente de una alianza política que él mismo y su entorno
deshicieron.
Había prometido pulverizar la corrupción
y terminó pactando con los acusados de corruptos. Prometió
cambiar el modelo en su versión más perversa y no hizo sino
continuarlo y profundizarlo hasta el derrumbe. Como se dice aquí,
"dio la puntada final".
En los saqueos de 1989 que llevaron a la salida rápida
de Alfonsín hubo 14 muertos, unos 80 heridos y alrededor de 600
detenidos. Y mano negra.
En los pasados días 19 y 20 de diciembre en Argentina
hubo 31 muertos, entre ellos varios niños, cientos de heridos y
más de 2 mil detenidos, y un pueblo que estalló en todos
su niveles sociales.
"Todos sabíamos que esta pueblada se iba
a producir sería caótica y sangrienta si no se la conducía",
dice el escritor Mempo Giardinelli, como "la propiciaron los ajustadores
mientras se relamían los dinosaurios".
Y se pregunta: "¿Qué tara tenemos los argentinos,
pueblo y dirigentes, que permitimos que en todos los turnos de la historia
la minoría fascista, nazi, chovinista y xenófoba de este
país nos fuerce el presente y obnubile el futuro?"
Retroceso al siglo XIX
Los gobernantes que aparecen en escena son lo que hay
aquí. ¿Hay tanto para elegir? Y si se elige, ¿qué
puede hacer alguien en ese lugar? Si las medidas que se proyectan, tal
como son, se mencionan como peligrosas y hasta revolucionarias por los
dueños del poder financiero internacional, ¿quién
le pone el cascabel al tigre, no al gato?
Se necesitaría una dirigencia fuerte, creíble
y capaz de lograr la confianza popular para resistir semejante presión.
Ya el 7 de diciembre Joaquín Cotttani, in-tegrante
en un momento del equipo del ex ministro Cavallo y ahora del Banco de In-versión
Lehman Brothers, creía que "el FMI quiere poner a Argentina en la
necesidad de hacer default (cesación de pagos) para no seguir
usando reservas y eventualmente devaluar".
En esos momentos sostenía que las condiciones que
Argentina ofrecía eran más generosas que las que el mismo
FMI proponía, "incluso que las que los inversores buitres están
esperando".
El 16 de diciembre del 2001 el suplemento Cash,
de Página 12, hablaba de alta tensión y señalaba
los crujidos del sistema fi-nanciero, la triste realidad de que los bancos
extranjeros no demostraron ser un seguro contra fugas de capital ni ofrecieron
más seguridad a ahorristas que los nacionales.
"Las casas matrices abandonan a su suerte a sus filiales
argentinas, lo que precipita la guerra para capturar plazos fijos de la
banca nacional", decía.
Resumía Cash que la extranjerización
y concentración de la banca no sirvió para fortalecer el
sistema, y que entre el 28 de febrero y el 10 de diciembre de 2001 se re-gistraba
una pérdida en los bancos de 19 mil 190 millones de depósitos,
que equivalía a 22.4 por ciento del total.
De 5 millones de deudores registrados sólo mil
299 concentraban 48 por ciento del total de préstamos, y "durante
años los que defendían la extranjerización
del sistema hablaban de que los bancos de afuera eran más seguros,
pero no hubo ninguno de los resultados positivos prometidos", como dice
Carlos Heller, presidente del Banco Credicop, de las cooperativas.
Desde afuera llegaba la voz de Standard and Poor's advirtiendo
que a la economía argentina no le quedaba otro camino que "un incumplimiento
abierto hacia fines de enero". Todo se cumplió antes.
Beatriz Sarlo, politóloga local, señaló
re-cientemente que el poder ha regresado adonde estaba en el siglo XIX,
antes de la organización nacional: "Argentina ha destruido aquella
Constitución nacional estatal que le costó esfuerzo, sangre,
guerras. Lo que vendrá puede ser entonces un país dividido
entre las potencias locales que lo integran o una nación que decide
por segunda vez en su historia como Estado. La decadencia final o un largo
y difícil camino de reconstrucción republicana, con una democracia
igualitaria"
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