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México D.F. Martes 26 de agosto de 2003

Gabriela Rodríguez

En el nombre de Dios

En el nombre de Dios se han construido las peores formas de tortura mental hacia las mujeres. De esto no deja lugar a dudas la película así titulada en español, que se expone actualmente en diversas salas del país. El director escocés Peter Mullan nos narra la verdadera historia de Las Hermanas de Magdalena, lavandería-convento que existió en Irlanda hasta 1996 (apenas hace siete años se cerró). El filme describe prodigiosamente el ambiente donde se recluyeron más de 30 mil jóvenes consideradas "mujeres malas", ya sea porque fueron violadas, madres solteras o demasiado atractivas. Con el lema "Malas chicas hacen las mejores sábanas", ofrecían los servicios de lavandería más prestigiados del rumbo, y purificaban su alma pecaminosa al concretar materialmente los preceptos cristianos: lavaban sus culpas, en acto y en sentido metafórico, como María Magdalena lo hiciera utilizando sus propias lágrimas y cabellos para enjuagar los pies de su Señor. La primera mujer que Jesús permitió que le contemplase después de la Resurrección, después de ese acto fundacional del catolicismo:

"Surgiendo temprano en el primer día de la semana mostróse primero a María Magdalena, de la que había expulsado a siete demonios" (según San Marcos, 16). "Y he aquí que una mujer pecadora que había en la ciudad, enterada de que (Jesús) comía en casa del fariseo, trajo un vaso alabastrino con ungüento, y se colocó detrás de él, llorando junto a su pies y empezó a bañarlos con sus lágrimas y a enjugarlos con los cabellos de su cabeza, y besaba sus pies, y los ungía con el ungüento. Y viendo esto el fariseo que lo había invitado, hablaba consigo mismo, diciéndose: si éste fuera profeta conocería quién es y qué clase de mujer la que le tiene cogido y sabría que es pecadora. Y Jesús al punto le dijo: ƑVes esta mujer? Al entrar yo a tu casa no me diste agua para los pies; y ella me los bañó con sus lágrimas y me los enjugó con sus cabellos. No me besaste; y ella desde que entré no ha cesado de besarme los pies. No ungiste con aceite mi cabeza, y ella ungió mis pies con el ungüento. Por lo cual te digo que le han sido perdonados sus muchos pecados, porque amó mucho: aquel a quien se perdona poco, ama poco. Y le dijo a ella: Perdonados están tus pecados. Y empezaron los comensales a decir entre sí ƑQuién es éste que hasta los pecados perdona? Y él le dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vete en paz(San Lucas, 8)."

Besar y lavar los pies del Señor es el precio que las mujeres deben pagar para purificar su alma, demostrar que aman mucho, porque han pecado mucho. Con base en estas enseñanzas evangélicas, la cultura occidental ha construido las raíces de lo que hoy llamamos violencia de género, un conjunto de dispositivos para controlar a las mujeres.

Según la Asamblea de Naciones Unidas "la violencia de género es todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la prohibición arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada" (Resolución ONU, diciembre de 1993).

De todas las formas de violencia de género, la violencia sicológica es la más difícil de definir, pero las escenas de En el nombre de Dios nos lo aclaran nítidamente, o al menos ilustran la forma en que las novias de Cristo, las monjas hermanas de Magdalena, interpretan los evangelios y operan esos dispositivos de control. Se trata de métodos de "crueldad mental" en los que el agresor puede ser hombre o mujer, pero las víctimas siempre son mujeres. Hay que propiciar el servilismo forzado, lavar y tallar sin paga, que se vean obligadas a suplicar por el dinero necesario para comer y el permiso para salir. Mantenerlas prisioneras aunque las puertas estén abiertas, hacer de su cuerpo una cárcel interna, ese sentimiento que nos logran transmitir en una de las mejores escenas del filme. Deben incluirse críticas constantes a lo que es y lo que hace la mujer, acciones para debilitar su fuerza interna, humillarla y degradarla hasta socavar su autoimagen y autoestima, nada peor que ese desfile nudista en que las monjas se burlan del tamaño de los pechos de las internas. Hay que hacerles sentir terror y sólo terror, durante el día y la noche, tenerlas en espera sin saber lo que va a pasar.

Tal vez por eso algunas de las monjas que han logrado salir y rebelarse son ahora las más devotas defensoras de los derechos humanos. Ahí está el caso de Pilar Sánchez, incansable líder feminista de Católicas por el Derecho a Decidir; y qué decir de Digna Ochoa, esa ex monja mexicana que ya se había librado de la violencia del convento, pero que no pudo limpiar la violencia de las instituciones laicas.

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