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México D.F. Miércoles 27 de agosto de 2003

Arnoldo Kraus

Vejez: Ƒun problema ético?

Afirmar que la vejez, en muchas circunstancias, es un problema ético, puede sonar absurdo y contradictorio. Absurdo porque buena parte de los esfuerzos del ser humano han sido encaminados a prolongar la vida y porque una de las diferencias más importantes entre países ricos y pobres es que en los primeros el promedio y calidad de vida es mayor y mejor que en los segundos. No hay gobierno que no se autovenda informando, año tras año, acerca del incremento en la esperanza de vida. Contradictorio, porque vivir más no implica vivir mejor. Baste recordar que uno de los picos en la frecuencia de los suicidios es precisamente en la vejez, sea por soledad, enfermedad, pobreza u otros avatares difíciles de explicar, como es definir lo que implica vivir en un cuerpo envejecido, "sin recursos" y, en muchas ocasiones, víctima de abandonos inenarrables.

La ola de calor que sacudió recientemente buena parte de Europa y que produjo un incremento en el número de muertes, sobre todo en ancianos, evidencia esas paradojas de la modernidad, esas fracturas de la condición humana: Ƒde qué sirve llegar a viejo si los efectos del calor precipitan la muerte? Francia es uno de esos países insertados en la modernidad: las mujeres tienen una media de vida de 83 años y los hombres de 75 años. En las primeras semanas de agosto, se calcula que la canícula provocó entre 8 mil y 12 mil muertos más de los reportados durante el mismo tiempo en 2002.

Entre otros países, en España, Portugal e Italia, el número de muertos seniles también aumentó, aunque en menor grado. Las diferencias podrían atribuirse a que la cohesión social sea más endeble en Francia, que la población de esa nación sea, en promedio, más vieja que en otros países, que el calor haya sido menor en el resto de Europa o, ironía aparte, que los vástagos o amigos de los viejos franceses vacacionen más en agosto que el resto de los europeos.

Como en tantas otras circunstancias, la naturaleza es un fenómeno que pone a prueba el funcionamiento de la sociedad y de sus gobiernos. Si bien es difícil adelantarse a las consecuencias nocivas de las trombas, de los sismos o de los maremotos, es posible prevenir e impedir muertes por calor o sequía. En el caso específico de los decesos asociadas al calor, la muerte es por deshidratación. Morir deshidratado no es tan sencillo: implica abandono, olvido, irresponsabilidad y entramados sociales y políticos frágiles.

Los epidemiólogos conocen bien la receta para evitar las muertes por calor. Sus recomendaciones son idénticas a las de las abuelas: ingerir abundantes líquidos, usar ropa adecuada y no hacer ejercicio en las horas de más calor. Si se es viejo o si se depende de otras personas para, por ejemplo, ingerir líquidos, el sentido común puede no servir. Como sucedió en Francia, donde, además, fueron las funerarias y los servicios de urgencias los que informaron a los políticos en salud de los sucesos; es decir, ni familiares ni autoridades de salud se habían percatado de lo que acontecía hasta que fueron notificados por otras vías.

Afortunadamente, el director de salud francés Lucien Abenhaim renunció, sea porque tiene una dosis mínima de autocrítica o porque la voz de la opinión pública es poderosa -ojalá nuestros políticos fuesen afrancesados.

En el tercer mundo el número de viejos es menor que en el primer mundo y el abandono no es tan cruel. Aquí, en Chiapas, o en el Distrito Federal, se muere menos en la calle, pues nuestros homeless suelen recibir al menos un mendrugo de vida y en general los viejos tienen alguien que vele por ellos. En Francia, leo en el periódico, "durante una semana, los bomberos han retirado de pisos y casas de París más de 200 cadáveres diariamente, a los que hay que añadir los de las personas que llegaron con vida a los hospitales, pero que fallecieron en los pasillos de unos servicios de urgencias desbordados". Imagino que muchos de los cadáveres ya se encontraban en estado de descomposición, no sólo por el calor, sino porque la muerte no era "tan reciente".

La vejez no es responsable, en muchos casos, de la muerte. Tampoco son el calor o la deshidratación. Ni siquiera son los franceses ni mucho menos los viejos por no haber muerto cuando jóvenes. Lo que importa es la realidad: algunos cadáveres se pudrían en la calle a la vista de los turistas mientras los cenotafios de los políticos -franceses, mexicanos- siguen construyéndose con mármol y aire acondicionado.

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