Usted está aquí: lunes 27 de febrero de 2006 Estados Que la mina no sea su sepulcro final, demandan los familiares

Mientras el bullicio se extingue, los más dolidos todavía esperan un milagro

Que la mina no sea su sepulcro final, demandan los familiares

"Estaremos aquí hasta que se reanude el rescate de cuerpos porque si no, los dejan ahí adentro", dicen

¿Cuál será la ley de que hablan? ¿La del dinero para comprar nuestro silencio? -se preguntan

ALONSO URRUTIA ENVIADO Y CORRESPONSAL

Ampliar la imagen Altar donde han sido colocadas las fotos de algunos mineros sepultados en Pasta de Conchos Foto: Marco Peláez

San Juan de Sabinas, Coah., 26 de febrero. Apenas permaneció un puñado de familiares, los más allegados, quizá los más dolidos, a la espera de que algo o alguien provoque un vuelco en esta terca realidad que los avasalla.

No hay mucho a que aferrarse: no hay cuadrillas en las entrañas de la mina buscando cuerpos; los asfixiantes retenes militares se esfumaron, se ha ido la Policía Federal Preventiva; los campamentos de suministro se redujeron al mínimo; el grueso de las ambulancias, desplegadas para un hipotético traslado masivo de heridos al hospital, se han retirado, y el enorme despliegue mediático toca a su fin.

El bullicio que aún dominaba ayer el ambiente a las afueras de Pasta de Conchos prácticamente desapareció. Algunos familiares entran y salen de la mina sólo para comenzar el tortuoso proceso burocrático que aún les resta padecer; otros todavía se preguntan, reclaman informes sobre el destino de los barrenos que se introdujeron a la mina para desgasificarla.

Sin la vehemencia de días anteriores, los reclamos, las recriminaciones continúan:

-¿Cuál será la ley de la que hablan? ¿Será la del dinero, con que quieren comprar nuestro silencio? -se pregunta y responde convencida María Alvarez.

"¿Por qué será -continúa sus cavilaciones sobre los atropellos del poder- que los gobernantes asocian la pobreza con la ignorancia?, ya es como directo. Dicen: 'al cabo es pobre, no conoce de leyes' y siempre la misma. Mire, todo mundo habla que aquí abajo hay mucha riqueza, pero de mucha de ésa ¿cuánta ve el minero? Ninguna.

"Siempre he soñado que esta injusticia de ahora se va a acabar algún día y todo va a cambiar, pero seguro me voy a morir soñando", reniega.

A su lado está Julia Alvarez, hermana de Jesús Alvarez, oficialmente muerto por la explosión.

-¿Está tranquila ya?

-No me conformo. No quiero saber nada, sólo que me den el cuerpo de mi hermano, sólo eso quiero -responde.

Su diminuta figura no le impidió arrancar la chamarra a uno de los funcionarios, aquel día del zafarrancho provocado por el anuncio de la suspensión de las operaciones de rescate.

Hoy continuó sus presiones para que el funcionamiento de los barrenos que permitirán la desgasificación de la mina no se detenga, porque en ello va el destino de la recuperación de los cadáveres; por eso promovió que, los representantes de todas las familias demandaran que se continúen esos trabajos.

-Pero cada vez hay menos gente.

-Dice la Biblia que donde hay más de dos, hay fuerza y hermandad.

Notoria ausencia de quienes promueven apoyo espiritual

Lo cierto es que este domingo ni los curas, tan presentes en días anteriores, estuvieron para oficiar misas; tampoco estuvieron los evangélicos, quienes pujaron por ser los responsables del apoyo espiritual.

A pesar de la ausencia de quienes promueven la fe cristiana, este domingo la gente no titubeó sobre el papel de Dios en esta desgracia.

-¿Qué espera de estos trabajos?

-Yo tengo esperanza que estén vivos -responde una mujer luego de recuperar el aliento, tras varios minutos de llanto por un golpe de nostalgia.

-¿A pesar de lo que les dijeron ayer?

-Sólo Dios tiene la última palabra. Hay milagros, acuérdese y yo creo en ellos.

Lo que menos desean los familiares de las víctimas sepultadas 150 metros en las profundidades de la tierra es que la empresa Industrial Minera México les anuncie mañana que la recuperación de los cuerpos no se reanudará y que la mina que se los tragó se convertirá en el camposanto donde permanezcan por siempre.

"Ya tenemos suficiente. Ya nos han hecho mucho daño como para que mañana o pasado nos vayan a salir con eso", advirtió Martín Ortiz, hermano de una de las víctimas.

Moreno y corpulento, el camionero de 42 años de edad trae una chamarra de gamuza con una leyenda que no deja de ser sarcástica, pero que sin duda es algo que prevalece en el ambiente: "No somos nada".

Martín acababa de salir de las oficinas de la empresa carbonera, donde los directivos le notificaron los trámites para poder cubrirle la indemnización de por lo menos 750 mil pesos prometida para cada uno de los deudos.

"También me dijeron que no han parado de barrenar, que están trabajando con dos máquinas en diferentes extremos, pero ninguna barrenadora es de la empresa; ésta tiene una, pero no la han podido echar a andar", señaló.

Parece preocupado, pues sabe que de las barrenaciones depende la extracción del gas que permanece acumulado en la excavación, causa oficial por la que se mantiene maniatados a los rescatistas para ingresar de nuevo y buscar los restos de los mineros.

"A ver si no salen con que ya no los van a seguir buscando", comenta entre dientes, para sí mismo, el anciano de sombrero al escuchar las palabras de su hijo Martín.

En el otro extremo del campamento donde a lo largo de la semana habitaron las familias de los desaparecidos, deambula Lorenzo Velázquez Colunga. Carga el catre donde su hija descansó a ratos hasta que llegó la noticia final, el desenlace del accidente que mató oficialmente a su marido.

"Nosotros aquí vamos a estar hasta que se reanude el rescate de los cuerpos. No podemos dejar pasar el tiempo sin estar encima de la empresa, porque si no ahí los dejan adentro", señaló Velázquez.

-¿Usted tampoco se va a ir, señora?

-Yo vivía con m'ijo. ¿A qué me voy a la casa?, responde la mujer interrogada.

 
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