Usted está aquí: domingo 12 de marzo de 2006 Opinión Caminando sobre el agua

Carlos Bonfil

Caminando sobre el agua

Ampliar la imagen Fotograma de la cinta Caminando sobre el agua, del neoyorkino Eytan Fox. En la imagen, el actor Lior Ashkenazi, quien encarna a Eyal

En películas recientes, con un tema ligado directa o indirectamente con el terrorismo en Medio Oriente, destaca la reflexión moral y el planteamiento de dilemas muy controvertidos que venturosamente nos alejan de las crónicas contrastadas, a menudo sensacionalistas, de la televisión y de muchos diarios. Piénsese en la producción palestina Paradise now, de Abu-Assad, nominada al Oscar como mejor película extranjera, y en el rechazo que suscitó en medios muy intolerantes con su alegato por el pacifismo y por un entendimiento moral entre árabes e israelíes, y considérese sobre todo la veta de películas israelíes recientes que han cuestionado las tradiciones inamovibles (Kadosh, 1999), revivificado la memoria colectiva (Kedma, 2002), fustigado el dogma religioso (Temblando ante Dios, 2001), y reivindicado la disidencia sexual (Yossi y Jagger, 2002). El panorama muestra una variedad temática y una riqueza expresiva realmente sorprendentes. Caminando sobre el agua (Walk on water, 2004), el largometraje más reciente del neoyorkino Eytan Fox, emigrado a Jerusalén, es muestra elocuente del clima de discusión que el conflicto árabe-israelí y la cuestión del terrorismo han despertado en buena parte del cine israelí por encima de las posturas políticas intransigentes que sólo han perpetuado el círculo vicioso de la violencia.

La cinta de Eytan Fox coloca en primer plano la amistad de dos jóvenes, Eyal (Lior Ashkenazi), un agente secreto del Mossad (servicio de inteligencia israelí), y Axel (Knut Berger), un alemán, quien con su hermana visita Israel y contrata los servicios de Eyal pensando que se trata de un guía de turistas. La misión de Eyal es investigar el paradero del abuelo de estos jóvenes, Himmelmann, antiguo verdugo nazi, refugiado en Argentina. La estrategia de infiltración de Eyal en la intimidad de los jóvenes turistas traerá como consecuencia el enfrentamiento con sus propios temores y prejuicios, en un momento en que el reciente suicidio de su esposa ha puesto a flor de piel su vulnerabilidad afectiva. Axel, un ser jovial y desenfadado, gay asumido, y en todo opuesto al violento y reprimido Eyal, será el encargado de una educación sentimental casi inverosímil. Caminando sobre el agua, thriller político, se vuelve paulatinamente una fábula moral sobre la tolerancia y el empeño de dotar al enemigo de un rostro humano. El título mismo sugiere la exigencia de pureza moral necesaria para repetir el milagro atribuido a Jesús en los Evangelios. Cuando Axel habla de los terroristas, bombas humanas, señala cuán desesperados deben estar para llevar a cabo una acción semejante; Eyal le responde impávido: "No hay nada qué pensar. Son animales". A partir de las posiciones irreconciliables del agente entregado a una causa justiciera y el joven alemán deseoso de un entendimiento humanista, se produce algo más complejo todavía: un acercamiento sentimental, erótico, de estos hombres que en principio debieran detestarse.

El realizador de Yossi y Jagger, historia de amor de dos soldados israelíes, acomete aquí una empresa más delicada: hacer aflorar en el candoroso Eyal una generosidad moral que pensaría ya cancelada, y llevar al propio Axel de su desparpajo juvenil al cuestionamiento de su pasado familiar y de esa frivolidad suya, capaz únicamente de azoro ante la violencia criminal. Eytan Fox plantea así una doble educación moral, a su vez, metáfora del entendimiento deseable de dos naciones enemigas. En su empeño por concentrar su atención en el diseño de estos dos personajes masculinos, el director deja en plano secundario a Pia Himmelmann, hermana de Axel, cuya personalidad prometía y exigía un mayor desarrollo dramático. Caminando sobre el agua inicia con una escena brutal, el ajusticiamiento de un padre de familia a cargo del militarizado Eyal, y progresa hacia una argumentación humanista.

La violencia que abre y cierra la película tiene como contrapunto una historia inusual de ternura viril en territorios de odio. Habría que ver nuevamente Yossi y Jagger, fugazmente exhibida en un festival mix de la diversidad sexual, revisar también los cuestionamientos a la ortodoxia religiosa y sexual de cineastas tan talentosos como Amos Gitai o Simcha Dubowski, y atender el estreno próximo de Paradise now, para valorar la complejidad de un cine de escasos recursos, capaz de generar en Israel y en el extranjero controversias interesantes, y habrá que esperar, algún día, fructíferas.

 
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