Usted está aquí: domingo 12 de marzo de 2006 Opinión ''Lo único verdadero en la tierra''

Angeles González Gamio

''Lo único verdadero en la tierra''

El señor de Huexotzinco expresó en un célebre diálogo, traducido por don Miguel León Portilla, que "flor y canto son tal vez lo único verdadero en la tierra". Estos días en que la ciudad comienza a inundarse de la belleza deslumbrante de las flores de las jacarandas, estas sabias palabras cobran pleno sentido. Por ello, no podía ser más oportuna la aparición del más reciente número de la revista Arqueología Mexicana, que ha dirigido con gran talento Mónica del Villar a lo largo de 13 años, convirtiéndola en la mejor revista de América en su género; se titula "Las flores en el México Prehispánico" y nos ofrece excelentes artículos de Miguel León Portilla, María Teresa Uriarte, Ana María Velazco, Debra Nagao y Xavier Noguez, entre otros especialistas en la materia. La publicación rinde homenaje a Doris Heyden, la adorable estadunidense que se enamoró de México, se casó con el fotógrafo Manuel Alvarez Bravo, estudió antropología y entre sus temas de investigación destacó el estudio de la flora mexicana, a la que dedicó varios de sus innumerables libros y artículos.

A través de la lectura de los interesantes textos, nos enteramos de la enorme importancia que daban nuestros antepasados prehispánicos a las flores; eran símbolos asociados principalmente con tres deidades: Macuilxóchitl, Xochiquetzal y Xochipilli; de esta última hay una escultura soberbia, con el cuerpo recubierto de bellas flores, en la Sala Mexica del Museo de Antropología. Eran patronos de la primavera, el amor, las flores, la música y la danza, o sea, de todas las cosas bellas de la vida. Los artesanos que honraban a esos dioses, en las ceremonias bailaban cubiertos sólo de flores.

Como siempre, los escritos están acompañados de buenas imágenes, en este caso muchas de gran belleza, a lo que se presta el tema. Aquí nos enteramos de que las voluptuosas magnolias eran consideradas "flores de verano que huelen bien", a las que, precisamente por su olor, se atribuían poderes especiales, como aliviar la fatiga causada por ejercer un cargo público.

La mayoría de las fiestas y ceremonias eran acompañadas de flores; en una de las más importantes, la que se dedicaba al poderoso dios Huitzilopochtli, la gente recogía flores en "campos y maizales" para fabricar largas y gruesas guirnaldas, con las que se adornaba el patio del templo del dios y se ofrecían flores a las personas.

Este amor afortunadamente continúa vivo; no hay vivienda, por humilde que sea, que no tenga unas macetas con flores bien cuidadas, aunque sea en botes pintados de colores. Uno de los mercados más impresionantes de la ciudad, por la cantidad de plantas que ofrece, es el de Nativitas, con su enorme calzada y un amplio camellón central, que custodia las plantas de sombra y, a los lados, innumerables jardincillos y viveros que muestran una vastísima y refulgente variedad de flores, árboles, arbustos y cactáceas que alegran profundamente el espíritu.

En lo que se da su vuelta por Nativitas, por lo pronto se puede solazar con jacarandas y magnolias en plena floración, en un paseíllo por la Alameda Central, nuestro parque más antiguo, que mandó hacer el virrey Luis de Velazco, el 11 de enero de 1592, con la instrucción de que ''...se hiciera una alameda para que se pusiese en ella una fuente y árboles, que sirviesen de ornato a la ciudad y de recreación a sus vecinos".

A unos pasos se encuentra el antiguo barrio de San Juan, que pronto va a ser rehabilitado dentro del proyecto de rescate del Centro Histórico, que está llevando a cabo el gobierno de la ciudad. Aquí se encuentran edificaciones de valor y sitios de gran hermosura, como la Plaza de San Juan, con su enorme iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe del Buen Tono, que construyera a principios del siglo XX el generoso don Ernesto Pugibet, dueño de la fábrica de cigarros precisamente llamada del Buen Tono. En la plaza se encuentra también una basílica, la de San José y Nuestra Señora del Sagrado Corazón, esta es la segunda en la ciudad, después de la de la consagrada a la veneración Guadalupana.

Y siguiendo con las flores, a unas cuadras, en la calle de Luis Moya, está el mercado de los arreglos florales, que prepara ramos para la novia, la quinceañera, los arreglitos para las mesas, el arreglote para la enamorada y lo que la imaginación le dicte.

Otro de los encantos del barrio son los edificios art-decó y funcionalistas que, aunque traqueteados, conservan su gracia, y cantinas y restaurantes, como el afamado Salón Victoria, en la esquina de la calle de ese nombre y López, ese si bien arregladito y con buena comida, en la que sobresale la paella y el cabrito.

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