Usted está aquí: domingo 25 de junio de 2006 Opinión En búsqueda de la búsqueda

Bárbara Jacobs

En búsqueda de la búsqueda

Después de caminar a lo largo del río de San Antonio, en Texas, el otro martes entré a una librería sólo porque se llamaba Walden Books y me recordó a Thoreau. También fue grato toparme en ella a la entrada con El libro de los libros perdidos, "la historia incompleta de todos los grandes libros que uno jamás leerá", investigada y escrita por Stuart Kelly y publicada el año pasado por Random House en papel libre de ácido, una precaución entre otras posibles para procurar que el trabajo no se pierda.

Si dadas las corrientes anticulturales de la época es catacúmbico encontrar una librería con nombre literario, más sorprendente es dar en ella con un libro no sólo de fondo y forma literarios sino que además no buscabas, pues ni siquiera tenías noticia de su existencia. Pero de la lectura de las primeras páginas fue impactante enterarme de que un tema presente ya en Homero (c. siglo VIII aC) es el de la mamá a la freudiana.

En quizá la primera obra de Homero, y el primer poema épico de la historia, perdido salvo por alusiones aisladas, Margites, un loco (¿el primero en la literatura?), ignoraba en un tono más bien cómico si había sido su madre o su padre quien lo había dado a luz, y no quería acostarse con su esposa por temor a que ella hablara mal de él a su (de él) mamá.

En los últimos años del siglo XX conocí a una abogada que con frecuencia exclamaba, "Madre sólo hay una". A su alrededor tanto en los tribunales como en los salones de sociedad la gente reía al oír la expresión. Yo me tardé en entender el chiste. ¿Era un proverbio popular mexicano, o era una ironía universal contra la madre?

Es tópica la observación de los giros contradictorios del lenguaje en México. Si contamos con un "pura madre" para denigrar algo, también tenemos un "a toda madre" para enaltecerlo. Pero lo que les es común es la referencia a la madre como origen de la comprensión de la realidad.

Pasan los siglos y las costumbres cambian; pasamos de un continente a otro y la presencia determinante sigue siendo la misma. De forma culta o popular se canta a la mamá, en canto y en poesía. En la ciencia y en el arte se estudia a la madre a manera de explicación total. En las mitologías, en las religiones, en la filosofía. El sistema de organización social matriarcal no deja de reaparecer como solución posible al caos.

No obstante, a veces tengo la impresión de que las vanguardias quieren suponer que se ha superado el tema de la mamá a pesar de que Sigmund Freud (hombre, médico, judío, austriaco), su analista más exhaustivo, fue considerado uno de los dos pensadores que más influencia tuvieron en el mundo en el siglo XX, y a pesar de que Elfriede Jelinek (mujer, artista post postmoderna, austriaca), ganó ya en el siglo XXI el Nobel de Literatura en buena medida por una novela llevada al cine en la que pinta la relación madre/hija como un conflicto aun en Europa y aun ahora más que vigente.

Quizá yo no me habría decidido a abordar el asunto de no haber sido por una experiencia reciente. Después de rumiarlo durante meses, ayer por fin dispuse llevar a cabo por la tarde el desquiciante quehacer de cambiar los colgadores de ropa en los armarios de mi casa por unos que fueran todos iguales.

La tarea me parecía tan enfermiza, tan trivial, tan vergonzosa, que cuando por la mañana mi mamá me llamó a ver si pasaría a visitarla por la tarde y tuve que contestarle que no, evité revelarle el por qué de mi negativa. ¿Cómo podía parecerme más importante cumplir con una obsesión que visitar a mi mamá, que encima está enferma? ¿Cómo admitir que soy víctima de obsesiones y que, aunque positivas, son inconfesables?

Sea como fuere, llevé a cabo la "idea absurda e incongruente que había irrumpido de forma imperativa e irreprimible en mi conciencia aunque me hubiera dado cuenta de su carácter mórbido" y a pesar de que, mientras la desarrollaba, hubiera estado pensando con culpa en mi mamá. Hoy, cuando pude visitarla y quiso saber qué había yo hecho la víspera, por fin le conté en las que me había enfrascado durante horas. Le referí que había cambiado los colgadores de ropa de los armarios de mi casa para que fueran todos iguales.

"¡No puede ser!", exclamó. "¿Sabes lo que yo soñé anoche? Soñé que iba a una tienda a comprar colgadores de ropa para remplazarlos en mis roperos con unos que fueran todos iguales."

¿Qué decir? ¿Qué pensar que no sea que, para temas, uno, a la freudiana o post?

 
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