Usted está aquí: lunes 3 de septiembre de 2007 Opinión La mística en el toreo

José Cueli

La mística en el toreo

José Tomás levantado en alto sobre el redondel por los pitones de un difícil toro de Núñez del Cuvillo, elevado sobre la cumbre del mundo taurino, es punto único de mira de los aficionados: rodeado de densas sombras parecía desprenderse de los puñales del astado y adelantarse al encuentro de nuestra admiración; místico y sublime, traspasaba las imágenes de la pantalla televisiva, enviadas desde España.

Tronco marfileño desnudo como la verdad de su toreo, se tendría inanimado en brazos de su cuadrilla, sus piernas se doblaban impotentes, la cabellera, rizada y desgreñada, tendía un velo de veneración, ante los rasgos dolientes de la faz descompuesta. La herida en la pierna vertía la sangre fecunda, renovadora de una fiesta agónica; después de la cornada en que el espectro de Manolete, encarnó en su cuerpo a 60 años de su muerte, en la misma placita del mismo pueblucho, del mismo día, en la misma zona del ruedo…

El aire era tan cargado –calor, suspenso, liturgia– que se metía por cada poro de los aficionados a modo de bomba que aspirase todas las energías para fundirlas en una energía única: plenitud de misterio. José Tomás encarnó a Manolete, puso en la prodigiosa muleta misticismo. Donde los demás ponen la muleta, el pone el cuerpo. Acertó a vislumbrar el encuentro con “ese algo” y “ese vacío”, a través de un modelo vivo de muñecas mágicas, en especial la izquierda –la de los grandes– un velo tras un misterio de sombra que se perdía en la misma enfermería de la placita, el mismo hospital del mismo pueblo llamado Linares, en la provincia de Jaén.

Llenó de misticismo la placita y el mundo taurino a través de la televisión, el diestro madrileño, solitario, introvertido. Poco importaba que el toro ya lo había “avisado”, que lo aguantó a sabiendas de que no podía pasar. Un toreo heterodoxo basado en la búsqueda de “ese no sé qué”, huidizo, que se escapaba. Todavía desmadrado estoqueó al burel; la sangre, el sudor y el polvo lo embadurnaban. Era un vencido, un triunfador impuso misticismo.

 
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