Usted está aquí: domingo 28 de octubre de 2007 Opinión Diego y Lola

Ángeles González Gamio
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Diego y Lola

Rememorando a Diego Rivera al cumplirse cincuenta años de su muerte, resulta ineludible recordar a Dolores Olmedo Patiño, la célebre Lola, legendaria mujer que desempeñó un papel destacado en la vida pública de México durante las tres últimas décadas de la primera mitad del siglo XX, que guardó una estrecha amistad con el pintor y se convirtió en su principal coleccionista. Alejandro Gómez Arias, su amigo de juventud, expresó: “La vida de Lola, sombras y luces, fascina. Hecha de resentimientos y ambiciones, y, no obstante, de amor a México, a su arte, a su gente...”. Estas palabras definen con precisión a este polémico personaje, que dejó un extraordinario legado cultural al pueblo de México.

Nació en 1908 en Tacubaya, hija de un contador, que falleció siendo ella pequeña, y de una maestra normalista que le transmitió el amor por México y por sus tradiciones, de las que siempre fue fiel custodia.

Audaz empresaria, aprovechó su amistad con los políticos más importantes de la época, entre otros Plutarco Elias Calles y Miguel Alemán, para amasar una gran fortuna, que utilizó en buena medida para crear una notable colección de arte mexicano, preponderantemente con obras de Diego Rivera y Frida Kahlo, enriquecida con pinturas de la rusa Angelina Beloff, quien fuera esposa de Rivera durante su estancia en París; de piezas prehispánicas, tallas en madera manufacturadas durante el virreinato y una colección de arte popular.

Para alojar el vasto acervo, que donó a México, en 1962 adquirió el casco casi en ruinas de La Noria, antigua hacienda del siglo XVI, a la que se le habían hecho modificaciones en los siglos subsiguientes. Tras un laborioso proceso de restauración, respetando los sistemas constructivos originales, el estilo y los materiales, renació una soberbia construcción, rodeada de impresionantes jardines, con plantas endógenas de la región, perfectamente cuidados, en los que pasean plácidamente pavos reales, patos, guajolotes, gansos y perros xoloizcuintles.

Ahí vivió y murió Lola Olmedo, convirtiéndolo en un museo, y su presencia sigue viva en el lugar, ya que podemos ver su comedor, sala, recámara y cocina, puestos como ella los tenía. Su belleza mexicana que sirvió de modelo para muchos artistas, comenzando por el propio Diego, se aprecia en retratos y fotografías con personalidades relevantes de la política y el mundo empresarial. El mobiliario afrancesado convive con figuras prehispánicas, libros y objetos de arte popular

Para conmemorar el aniversario mortuorio de Diego, el museo presenta una exposición especial que muestra más de 60 retratos de los protagonistas de sus obras: los trabajadores del campo, los hombres de ciudad, los vendedores de los mercados, los personajes históricos, las mujeres y niños indígenas, que le fascinaban por su ternura e ingenuidad; las grandes bellezas femeninas, los científicos más destacados, los políticos, todos ellos héroes o villanos, son motivo de su inspiración. Mediante los retratos, Rivera pintó los contrastes y costumbres de la vida mexicana en general, así como sus inquietudes sociales y políticas.

Su novia, esposa y amante, Frida Kahlo, escribió en 1951 acerca del sentir de Diego sobre los indígenas: “...ninguna palabra describiría la ternura de Diego por las cosas que tienen belleza; su cariño por los seres que no tienen que ver en la presente sociedad de clases... Tiene especial adoración por los indios, a quienes lo liga su sangre; los quiere entrañablemente por su elegancia, por su belleza y por ser la flor viva de la tradición cultural de América”.

Una de las costumbres más bellas de nuestro país que es la ofrenda que se coloca por el Día de Muertos, festejo tan notable, declarado por la Unesco Patrimonio Intangible de la Humanidad, siempre fue guardada por Lola, quien hizo famosas tanto la que colocaba en el Anahuacalli, como la del Museo Dolores Olmedo. Dirigido por su hijo Carlos Phillips, continua manteniendo vivo ese rico legado de su madre, además de imprimirle al recinto una activa vida cultural.

Este mes de noviembre, además de la exposición mencionada y de una impresionante ofrenda, dedicada por supuesto a Diego Rivera, han organizado su noveno concurso de disfraces La calavera catrina en la Alameda. El disfraz debe inspirarse en alguno de los personajes del mural de Rivera Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, impresionante obra de arte que a partir del temblor de 1985, tiene su propio museo, del que hablaremos en próxima crónica.

Y ya se acabó el espacio, así es que sólo resta recomendarles para el tentempíe de rigor, la encantadora cafetería del museo, rodeada de exhuberante vegetación, con sabrosos antojitos y buen café, y una visita a la tienda, que es magnífica.

 
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