Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de agosto de 2008 Num: 700

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La ciudad y las patrullas
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Dos poemas
MANOLIS ANAGNOSTAKIS

Juan Vicente Melo, crítico de música
RAÚL OLVERA MIJARES

Brasil: el rugido del jaguar
GABRIEL COCIMANO

El Chacal de Nahueltoro sigue vigente
FABIÁN MUÑOZ entrevista con MIGUEL LITTIN

La antimodernidad de Barbey d'Aurevilly
ANDREAS KURZ

Retrato de Finnegan
JAMES JOYCE

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Columnas:
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La ciudad y las patrullas

Ricardo Guzmán Wolffer

Pocas habilidades más desaprovechadas que las de los choferes de patrulla, también conocidos como policías. No confundir a los patrulleros con los motociclistas, y menos con los azules de esquina: cada uno tiene lo suyo. Si bien el patrullero reúne el ojo prodigioso del poli de a pie, capaz de ver a varios metros el engomado de la verificación y saber instantáneamente si está o no vigente; así como el espíritu de camaradería de los motociclistas, quienes gustan de montar entre tres o cuatro el mismo vehículo, disfrutando la cercanía de los cuerpos y sin importar qué tan gays puedan verse los cuatro machotes con botas y guantes de cuero negro, gorra tipo encueratriz apuñalado, agarrados del cinturón de enfrente y bien entrepiernados unos con otros; empero, los patrulleros se distinguen por sus habilidades acrobáticas.

Prácticamente todos los días transito frente al corralón de San Lázaro, donde los citados choferes son capaces de colocar los automotores en triple fila de ambos lados de la calle, para obligar a los incautos a maniobrar contra presión, no tanto por las prisas mañaneras sino por la certeza de saber que aún cuando esas patrullas están peor que la fama de los políticos, cualquier ralladura nos la cobrarán a precio de oro. Eso no es nada. Los patrulleros, quizá envidiando a los motociclistas, gustan de hacer trenecitos de patrullas descompuestas, todas amarradas con cadenas, y circular sin importarles detener el tráfico en cualquier calle o avenida.

Incluso las grúas voraces suelen encabezar tales filas indias. Más bonito es ver cómo se apretujan hasta diez elementos en una sola patrulla (quizá por eso manejan tan mal). Los supongo sentados unos sobre otros –cómo cabrían de otro modo- con sus chamarras de cuero negro bien apretadas, pero, eso sí, siempre con las manitas evitando que se cierre la puerta de atrás de la patrulla, no sé si para evidenciar al público dónde tienen las manos o para evitar quedar encerrados como delincuentes rumbo a la agencia ministerial (quizá quieren evadir malos recuerdos de su adolescencia). Hasta ahí todo normal. Pero también se avientan unos lances dignos de Pedrito Infante en sus películas de machín sufridor con las mujeres, nomás que con patrulla en lugar de motocicleta: los señores oficiales juntan las defensas de los autos con cadenas y emulando a los conductores de cuadrigas romanas simulan conducir esos cacharros, pero parados sobre el cofre de ambos vehículos; algunos, al mismo tiempo, hacen gestos como Charlton Heston en Ben Hur, mientras se empinan tremendos tragos de cerveza o charanda para verse más varoniles. La ciudadanía contempla extasiada tales muestras de virilidad, apenas comparable a la evidenciada por los oficiales durante redadas juveniles o al perseguir a los conductores foráneos.

Olvídese usted de qué tan prohibidas están esas acrobacias, son un ejemplo del sacrificio que hacen tales servidores públicos que, pudiendo estar en los circos de mayor fama mundial, prefieren servir a su ciudad con el buen ejemplo de mostrar la superioridad de la mente sobre la materia.