Opinión
Ver día anteriorLunes 31 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

Denuncias chistosas

A

lguna vez oí decir a un experimentado periodista lo que acerca de México le comentó un presidente: Oiga, esto no es un país. Es un chiste. Y, bueno, el chiste se nos está convirtiendo en pesadilla, mal que les pese a los optimistas, incluidos jerarcas civiles y religiosos, bancos, locutores y fabricantes de productos mágicos.

Sobre estos últimos afirma José Trinidad Esquer: usted habla de descreer como si fuera un simple acto de voluntad, pero cuando todo un enjambre de mentiras de instituciones, concesionarios y fabricantes aplasta a los televidentes, ese descreimiento ya no es tan fácil.

Tiene razón, pero no mucha. Entre la capacidad humana de creer (tener por cierto algo no comprobado) y la credulidad (creer irreflexivamente o con ligereza) hay gran diferencia. Creer no se opone a pensar y discernir con razonamientos propios aquello en lo que se pretende creer.

Ese enjambre de mentiras verdadero al que usted alude toma fuerza no de las corrompidas instituciones, los inconscientes concesionarios y los fabricantes sin ética, sino de la credulidad perezosa de una audiencia sin elementos de juicio para pensar por sí misma, despojada casi de su voluntad para ser y hacer por convicción y en beneficio propio.

La pasmada Secretaría de Salud, junto con las de Gobernación, Comunicaciones y Educación, renunció hace varios sexenios a cumplir y hacer cumplir la ley, incluida la Federal de Radio y Televisión, publicada en el Diario Oficial el 19 de enero de 1960.

Estas dependencias no sólo han incumplido las obligaciones que les impone dicha ley, sino de paso han contribuido al deterioro de la salud física, mental y cultural del pueblo, favoreciendo al duopolio televisivo a cambio de encubrir los claudicantes desempeños de regímenes seudorevolucionarios primero y auténticamente reaccionarios después. Las consecuencias de este incumplimiento apenas empiezan.

Resulta risible, más que insultante, que a estas alturas de deterioro social cumplidos funcionarios de Salud descubran que la difusión masiva e incontrolada de alimentos-veneno incide en el incremento del sobrepeso y la obesidad, o denuncien que numerosos suplementos alimenticios y dietéticos promovidos por televisión representan un alto riesgo para la salud y la vida, con elevadísimos costos sociales y económicos.

¿Quién autorizó que esos productos se anuncien por televisión? Pues las citadas secretarías de los regímenes revolureaccionarios.