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Vox libris
Testimonios públicos de viajeros mexicanos en el extranjero
Periódico La Jornada
Domingo 28 de marzo de 2010, p. a16

Los viajeros mexicanos en el extranjero se cuentan por millones cada año. La cifra ha estado siempre en aumento desde el boom petrolero, en 1980.

Datos oficiales indican que unos nueve millones agarraron sus maletas en 2009 y se fueron del país en viajes de placer, negocios, estudios, visitas familiares, amistosas, atención médica y hasta por puro consumismo, de compras.

Pero en dos siglos de independencia nacional, los compatriotas que han estado en Europa, Asia, Estados Unidos y el resto de América han producido escasos testimonios públicos de sus periplos, que, no obstante, son ya suficientes para que a estas alturas se cuente con una bibliografía especializada en el tema.

Los libros mexicanos de este género cubren una variedad limitada de puntos en el orbe, no más allá de Egipto, Vietnam, Brasil y Argentina, y se concentran más bien en Estados Unidos, especialmente en Nueva York, y Europa, sobre todo París. Las causas de los viajes son, en cambio, diversos y se originan por inquietudes científicas, misiones diplomáticas o simplemente por una cómoda posición social.

Sólo dos mujeres

La más relevante novedad editorial en este campo lleva el sello del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Se trata de una compilación de los más brillantes apuntes de viaje de mexicanos en Nueva York desde 1830 hasta 1895, titulado Republicanos en otro imperio, con un estudio preliminar del compilador Vicente Quirarte.

El tomo de 535 páginas reúne la obra de 15 mexicanos que incluye a Justo Sierra y Guillermo Prieto –con algunas valoraciones políticas– y a sólo dos mujeres, las hermanas Enriqueta y Ernestina Larráinzar, acaudaladas y cultas hijas de un diplomático mexicano que llegan a Nueva York en una escala de viaje con destino a Europa, que no sólo hablan de geografía y arquitectura, sino también de grandes tiendas departamentales y lujosos hoteles, así como restaurantes adonde acude gente bien vestida y decente.

El contraste con ese mundo de oropel lo describe y caricaturiza el escritor Francisco Bulnes en otro libro, titulado Odisea 1874 o el primer viaje internacional de científicos mexicanos, publicado en la colección Ciencia para todos del Fondo de Cultura Económica.

Para este ingeniero y cronista conocido también por sus escritos sobre Porfirio Díaz y la Revolución, los comedores de los hoteles estadunidenses eran manifestaciones de voracidad, con pirámides de carne, tenedores y cuchillos que degüellan pavos, donde se ruge y mastica.

Estas referencias a Bulnes forman parte de un texto de 142 páginas, escrito por el historiador de la ciencia Marco Arturo Moreno Corral, quien relata las actividades de cinco mexicanos enviados por el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada a fotografiar el paso de Venus desde Yokohama, Japón, para lo cual hacen una fantástica ruta que parte de Veracruz hacia Nueva York, en barco, y de ahí a San Francisco, por ferrocarril, hasta llegar en 16 días a la costa asiática, donde cumplen con su cometido.

Foto

Para volver a México se embarcan hacia París –con el propósito de difundir el resultado de su investigación–, con escalas en Hong Kong, Saigón, Ceilán (hoy Sri Lanka), Aden (Yemen), el canal de Suez (Egipto), Nápoles y, por vía férrea, hasta la capital francesa.

Washington, urbe autoritaria

Otro contrapunto de la vida urbana estadunidense lo plasmó el escritor Jorge Ibargüengoitia en Viajes en la América ignota, publicado por la editorial Joaquín Mortiz, que reúne varios artículos periodísticos con la mirada puesta en poblaciones mexicanas y extranjeras, entre las que destaca su visita a Washington, la que describe como una ciudad autoritaria que impone su voluntad con letreros y semáforos: jale, empuje, camine, pare, aléjese.

Por sus edificaciones, agrega el narrador guanajuatense, esta urbe parece haber sido construida con la intención de ser la capital de un gran imperio, pero en sus banquetas y plazas el caminante encuentra gente que los fundadores de la metrópoli no hubieran soñado ni en pesadillas: limosneros y viejos chiflados que, a diferencia de los de otras partes del mundo, son monologuistas trágicos.

Un clásico en el género se titula Viajeros mexicanos, publicado por Editorial Porrúa y compilado por Felipe Teixidor, un intelectual de principios del siglo XX, que recuperó textos de Servando Teresa de Mier sobre Italia y España en uno de sus innumerables viajes y fugas, de cara a la formación del movimiento de Independencia de la Nueva España, así como las experiencias del primer grupo de peregrinos mexicanos al Vaticano.

En este libro brilla un texto del diplomático Lorenzo de Zavala, quien al describir su ruta por vía marítima desde Veracruz hasta Nueva York, vía Nueva Orléans, despierta un deseo irrefrenable de emprender el mismo viaje en barco de vapor que él hizo en 1830 sobre el río Missisippi, a contracorriente para llegar a los grandes cauces navegables del noreste estadunidense.

Fin de un periplo

En el punto final de este recorrido de los mexicanos viajeros está un texto poco reconocido de José Vasconcelos, que constituye la segunda parte del clásico ensayo La raza cósmica, publicado tanto por Porrúa como por Espasa Calpe de España (Editorial Planeta en México).

Se trata de un periplo de varios meses en los años 40 del siglo pasado, por vía marítima, con escalas en Río de Janeiro, Belo Horizonte, Sao Paulo, Buenos Aires y Córdoba, entre otras, que arroja un sentimiento de profunda identificación con las naciones latinoamericanas.

Estos cinco libros pueden resultar buenos compañeros de viaje en estas vacaciones de primavera y quizá también como un antídoto contra la supuesta nostalgia de los mexicanos por su tierra, sus costumbres y alimentos, aquello que algunos han llamado el síndrome del Jamaicón Villegas, el futbolista que, dice la leyenda, no resistió vivir por mucho tiempo fuera de México, atraído por el placer de degustar la gran variedad de chiles de este país.