Opinión
Ver día anteriorLunes 30 de agosto de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Toros
El recuerdo de Manolo
U

n aniversario más de la muerte del que fuera ídolo de la afición mexicana. Fue en agosto de 1996 que se nos adelantó en el camino el torero nacido en Monterrey y su espíritu sigue vibrando en la Plaza México. Ese que fue su coso y del que fue dueño y mandamás indiscutible de la torería mexicana de los años setenta y ochenta. La fiesta se movía a su capricho y no había otra voluntad que la del diestro regiomontano.

Un carácter recio que, más allá de su quehacer torero, se imponía en la plaza y fuera de ella. Lentamente desarrolló una maestría que lo tornó conocedor único de los terrenos y las distancias de los toros mexicanos. Poseedor ya de un oficio y una técnica envidiables, se reveló en su inspiración netamente mexicana. Viró en la reciedumbre de su temperamento, que se tornaba suavidad al conjuro de sus chicuelinas, los redondos o los famosos desdenes, que enloquecían a los aficionados de las plazas de la República, en especial la México o la de Querétaro. Fraseo torero, claro, expresivo, bien deletreado, en que transmitía la pena que por dentro llevaba al tendido.

En mi recuerdo, la famosa corrida navideña en Querétaro, en que Manolo salió por los fueros del toreo mexicano y se enfrentó a ese señorón que fue el sevillano Paco Camino. Si bien el de Camas dio un recital de naturales y pases de pecho interminables, después de haber brindado el torillo de encastada nobleza al Ave de las tempestades, Lorenzo Garza. Faena en la que destacó la relajación y naturalidad del torero español y que fue respuesta a la faena que ejecutó Manolo Martínez a su segundo toro, al que le instrumentó una serie de siete u ocho ayudados por alto, en los que paró, templó y mandó llevando perfectamente toreado al burel, hasta rematarlos con una trincherilla por debajo de la pala del pitón y un desdén como rúbrica irrepetible.

Esa tarde, Martínez marcó el espíritu del toreo mexicano diferenciándolo del sevillano, en dos versiones del sentir, de lo que se lleva dentro. Manolo ofreció en su agitada vida torera la versión luminosa, refrescante de ese toreo lento, desmayado, melancólico, gracias a su intuición de las distancias y los terrenos de los toros. Esa intuición, que es innata, no se aprende y en él estaba llena de poesía, inspiración.