Opinión
Ver día anteriorJueves 5 de mayo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Le peje a quien le peje
N

unca he usado peje para referirme a Andrés Manuel López Obrador. Así le llaman sus detractores y enemigos, es una expresión de desprecio o de chunga. Pero ahora la uso porque hace juego con le pese a quien le pese.

Esta frase sirve de título a una canción de Vicente Fernandez, pero también se refiere a verdades que molestan, por ejemplo: en 1988 ganó la Presidencia Cuauhtémoc Cárdenas, como en 2006 la ganó AMLO, le pese a quien le pese.

El domingo asistí, invitado por los organizadores, a un mitin-asamblea de López Obrador en Cuernavaca. Pude observar, entre muchas anaranjadas y rojas, una sola bandera del PRD, aunque había también algunas mantas con el símbolo de este partido, pero en contra de las alianzas con el PRI y con el PAN. Se notó la ausencia, tanto entre el público como en el templete, de los dirigentes locales y nacionales del Partido de la Revolución Democrática. En representación de este partido en Morelos sólo asistió y habló su secretario general, además de otras personalidades de los partidos aliados (PT y Convergencia) y de movimientos sociales importantes en la entidad.

A los ausentes del PRD, que por lo visto ya se deslindaron de AMLO a pesar de que gracias a él ganaron puestos de elección popular, como una senaduría por Morelos, para sólo poner un ejemplo, no les resultó su estrategia de hacer el vacío e incluso organizar por lo menos un mitin en otra ciudad (mitin que no mereció ni siquiera una mención en los diarios locales). Le pese a quien le pese, el mitin-asamblea de López Obrador en Cuernavaca, como en otros lugares que ha recorrido para organizar a la gente, llenó la plaza sin que aparecieran, en días anteriores al acto, convocatorias en los periódicos, radio o televisión de Morelos. El boca a boca y las redes en Internet fueron suficientes para convocar a gente de todo el estado ese primero de mayo en la tarde.

Detrás de esa política de ninguneo que están llevando a cabo los chuchos y Ebrard, está un hecho inocultable: que AMLO es la única oposición real y frontal no sólo a Calderón, al PAN y al PRI (con sus partidos comparsas), sino que no ha estado dispuesto a negociar con las elites económicas ni políticas del país. Lejos de ello, Andrés Manuel se ha dedicado a reunirse con el pueblo y con algunos miembros de las clases medias más politizadas, entre éstas no pocos intelectuales. Marcelo Ebrard, en su encuentro con estudiantes del ITAM, lo dijo con toda claridad: será conveniente priorizar menos lo moral y más qué necesita el país para crecer. Señaló que para lograr ese objetivo se debe ser incluyente con la clase media y la iniciativa privada. Y añadió que se debe tener respeto por el sector empresarial del país y, sobre todo, pensar menos en quién tiene superioridad moral y más en quién necesitamos para lo que sigue en el país; esa será, me parece, una diferencia importante (nota de I. Valdez, Milenio online, 3/4/11).

En esa conferencia el jefe de Gobierno del Distrito Federal intentaba establecer sus diferencias con López Obrador. Por lo mismo, se interpreta que la alusión sobre la moral estaba dirigida al discurso de su antecesor en el gobierno capitalino, al igual que el énfasis en la clase media y la iniciativa privada. La expresión crecer tampoco es inocua: lo que necesita el país es desarrollo, no sólo crecer, y Ebrard debe saber la diferencia entre ambos conceptos, pero dijo crecer. La referencia a la clase media tampoco es casual: es la clase, en general, más conservadora del país, la que de veras se creyó que AMLO era un peligro contra México, la que desprecia a los pobres, porque ya superó ese origen y no quiere ser identificada con ellos, y la que paradójicamente admira a los verdaderamente ricos, a pesar de que muchos clasemedieros salieron de entre ellos, expulsados por la concentración de capital que en México ha sido escandalosa. La clase media no se mezcla con la chusma, con los pobres mal vestidos y mal alimentados, salvo cuando deben protestar por la inseguridad que es lo que creen que más les afecta. La iniciativa privada, por otro lado, es también variada: no es lo mismo Slim o Azcárraga, que el dueño de una pizzería o de una tienda de ropa. Mientras los primeros se hacen cada vez más ricos, los segundos tienen que cerrar su negocios, entre otras razones por la inseguridad, que sí existe, pero más que todo porque el número de consumidores ha disminuido por la pauperización creciente de la mayoría de la población del país.

Cuando AMLO señala que el origen de la violencia está en la desigualdad, la pobreza y la falta de oportunidades para los jóvenes, entre otras razones, no está diciendo sino algo que es evidente, pero que no quieren ver los que creen que el crimen organizado se debe exclusivamente a la maldad de los malos y a la incompetencia del gobierno para acabarlos de una vez aunque sea militarizando el país. Para Ebrard la visión de Andrés Manuel es moralista, entre otras cosas porque habla de complicidades entre gobernantes y criminales, y de corrupción no sólo abajo sino arriba. Es moralista también porque habla de solidaridad humana que es un valor fundamental en el engrandecimiento de un país, y más cuando la ideología dominante preconiza el individualismo, la competencia entre las personas, la superación personal como fórmula exclusiva para tener éxito, el éxito como materialización de tener dinero y el valemadrismo por la desesperación de los demás por falta de empleo y de comida.

De los chuchos no hay mucho que decir: están convencidos de su pertenencia a las elites políticas y económicas y de las ventajas políticas de la negociación con el poder establecido y del derecho de picaporte que les da el hecho de no ser oposición radical sino arreglada a conveniencia; light, digamos. Como muchos, están persuadidos de que el que no transa no avanza, sin importarles la ética política ni los principios.

Pero, le pese a quien le pese, lo que está intentando López Obrador es acercarse al pueblo-pueblo, que sigue siendo mayoritario, organizarlo no sólo para que vote sino para que defienda el voto (y no ocurra lo mismo de 1988 y 2006) y oponerse verdaderamente con un proyecto de país que, obviamente, no es del agrado de quienes se han visto beneficiados (o creen verse beneficiados) con el neoliberalismo consolidado por Salinas de Gortari y sus sucesores, priístas y panistas por igual.

Mi apoyo a AMLO, que no disimulo aunque tenga diferencias con él en varios aspectos, es porque es el único líder que ha demostrado oposición al régimen neoliberal y quiere otro país basado en el desarrollo (no el crecimiento), en la ética política, en la democracia participativa, en la solidaridad social, en la disminución de la pobreza y de la desigualdad. No es socialista, ni lo ha pretendido, pero él y los que lo apoyamos estamos convencidos de que así como estamos vamos al desastre (¿o ya estamos en éste?). Urge un cambio, y no sólo de gobernantes.