Opinión
Ver día anteriorMartes 6 de marzo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Disgusto iconográfico
N

ingún tema, por noble que sea, puede redimir una obra plástica de su mediocridad, ya se trate de Jesucristo, de Carlos Marx, de Sor Juana Inés de la Cruz o de Gandhi.

Mi referencia concierne a la efigie que supuestamente orna el edificio del la Unidad 4 del Issste en la colonia Jardín Balbuena, delegación Venustiano Carranza.

La fotografía duplicada a la que aludo, de José Antonio López, ilustra la nota de Alondra Flores, la cual ocupa una página entera en esta sección (La Jornada, 28/02/12). Eso no es lo objetable –antes, al contrario, así nos enteramos–, lo objetable es que al artista argentino Alberto Segatori se le haya brindado un espacio de 20 metros de alto por nueve de ancho, para la realización en grafiti de la efigie del caudillo suriano sin que al parecer haya mostrado ningún bosquejo previo.

El resultado es una facha, pero que quede claro, no lo es porque haya sido realizado en la técnica de aerosol a mano libre, sino debido a que la fisonomía de Zapata está trastocada con suma torpeza, como si el autor jamás hubiera visto los centenares de efigies (algunas en caricatura) de uno de los personajes más abundados por la plástica en pinturas (no únicamente de Diego Rivera o Siqueiros), fotografías, grabados, caricaturas, carteles, grafitos, etcétera.

Mi objeción consiste en que los habitantes de esa zona, dado el tamaño de la figura, se van a ver constreñidos a mirarla aunque no quieran, sobre todo los niños. Pese a que Zapata comparece en los libros de texto gratuito, esta versión, con todo y brocha (no consecuente con la realización, pues el autor no la utilizó) y botella de tequila anexa, lo que provoca es visión equivocada en la captación de una de las más conocidas fisonomías de nuestros héroes y caudillos, accesible hasta en portadas de libros, como el de Pedro Ángel Palou, ya no se diga a través de las fotografías del archivo Casasola, en todo momento accesibles a la vista en la red.

El autor pretendió brindar un momento de alegría a los habitantes de esa zona… según se recoge en el reporte. ¿La botella de tequila anexada como atributo está en ese contexto?, o lo está la enorme brocha que la figura esgrime en la mano derecha, que por cierto es el arma con la que se identifica al autor, aunque éste se valga de otro medio, pero no a Zapata, cosa que provoca confusión, pues el revolucionario nunca se dedicó a la pintura, aunque la pintura ciertamente pueda a veces ser un arma.

No hay xenofobia, no se duda de la eficacia grafitera del autor en su país de origen, la incomodidad va en contra de su escasa o nula captación del rostro y de la tónica de Zapata, a quien representa bajo el imprescindible y enorme sombrero del que emerge una cara en forma de pentágono, con un bigote que sigue hacia arriba la dimensión del sombrero, ofreciendo de remate dos protuberancias en el mentón y otras en los pómulos.

No es una caricatura, las caricaturas, como la denominación lo indica, cargan rasgos que posee el modelo original y vaya si tenemos estupendos caricaturistas en México, e igual excelentes grafiteros.

En la nota informativa se lee que la imagen de Zapata no llegó desde Chinameca. Así es, no llegó desde allí, no llegó desde ningún lado; llegó de la posibilidad que Segatori tuvo de plasmarla en ese espacio, sin que las autoridades respectivas pudieran hacerse idea del resultado.

¿Por qué tanta objeción?

1. Porque la obra es pública y el espacio bastante privilegiado, dadas sus dimensiones y ubicación.

2. Porque la efigie no enseña nada (salvo la posibilidad de una borrachera). Ni siquiera, por ejemplo, las fechas de nacimiento y muerte del general y líder agrario, menos aún las fechas del Plan de San Luis o del Plan de Ayala.

2. Además, Zapata era un hombre que ni siquiera llegó a cumplir 40 años, bien plantado, muy apuesto. Caricaturizable, desde luego que lo era, todo es caricaturizable, pero no con la condensación híperconvencional aquí evidenciada.

3. Debido a la preocupación que existe en torno a la invulnerabilidad de las obras murales, dado que no pueden ser tocadas ni modificadas, me apresuro a aclarar que este trabajo no se encuentra dentro de tal categoría, es temporal y los habitantes de la zona, aunque se hayan enfiestado durante la inauguración, quizá debieran exigir que se modificara o se suprimiera por transmitir una ¿semblanza? no apta para ser asimilada al personaje que se pretende celebrar, con todo y las dobles cartucheras, el sombrerote y la banda tricolor, eso es todo lo que aquí lo distingue.

Obra facilona y poco pensada, hasta por la botella de tequila. En contraste con Francisco Villa, Emiliano Zapata para nada era abstemio, pero gustaba de brindar con cognac y no es necesario haber leído a John Womack para saberlo.