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Benedicto XVI / La Visita

De 1.5 millones, la estimación oficial se redujo a 600 mil fieles

Ratzinger no logró convocar a la multitud esperada en León

Versión bíblica de Calderón sobre los males que sufre México

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Esperando el paso del Papa en las calles de LeónFoto Alfredo Domínguez
Enviados y corresponsal
Periódico La Jornada
Sábado 24 de marzo de 2012, p. 7

León, Gto., 23 de marzo. Hace 13 años Felipe Calderón también era presidente, pero de su partido, y en esa calidad evaluó la visita de Juan Pablo II: Confío en que los reclamos emitidos por el Papa de manera pública o privada sean atendidos por el gobierno, particularmente para lograr el cese a la hostilidad en contra de los creyentes católicos en Chiapas, y también para avanzar en mayores espacios de educación religiosa, que siguen haciendo falta en México.

Que se sepa, el antecesor de Benedicto XVI nunca hizo tales reclamos ni había hostilidades contra los católicos en Chiapas (antes al contrario, en ese entonces y ahora son numerosos los testimonios de persecución a otras denominaciones religiosas en diversas partes del país).

Calderón, desde la Presidencia de la República, no ha quitado el dedo del renglón. Desde su alta investidura, por ejemplo, ha presionado a la Suprema Corte de Justicia de la Nación en el tema de la despenalización del aborto y ha empujado la reforma al artículo 24 para incluir el concepto de libertad religiosa en esa parte del texto constitucional, pese a que ya formaba parte del mismo.

Hoy, apenas pisa Joseph Ratzinger la tierra que no visitaba desde mayo de 1996, Calderón parece informarle que sí hizo la tarea: Visita usted un país donde avanzamos a la consolidación de nuestra democracia, con pleno respeto a la libertad, a la libertad de culto, a la pluralidad política, religiosa e ideológica que es posible en un Estado laico.

Claro, si de recibir al Papa se trata, la pluralidad tiene sus límites.

México sabe gritar

¡Ya dejen descansar a Benito Juárez!, grita el hombre, enfundado en una camiseta del club León, encabritado deveras con los jóvenes, una treintena, que vinieron con carteles y mantas a expresar su rechazo a la visita papal.

¡Lesbianas! ¡Prostitutas! ¡Ahórquense!, les han gritado durante varias cuadras. Ellos aguantan. Se quedan ahí con sus letreros y mantas que dicen cosas como: México libre, México laico, Ser homosexual no es un delito, pero la pederastia y el encubrimiento sí y Si Juárez viviera, con nosotros estuviera.

Mientras no pasa el papamóvil, no les hacen mucho caso. La gritadera, la emoción, duran sólo unos segundos. Uy, fue bien poquito, y tanto que esperamos.

Una de las manifestantes antipapa pide que se anote que ella es madre de familia –está ahí con su hija de 15 años– y auxiliar contable, sólo quiere que su retoño crezca en un país donde no le digan cómo debe vivir, donde pueda tener la ideología que quiera sin que por ello la agredan.

Justo en ese momento, los feligreses comienzan a cercar a los manifestantes. Del grito de se ve, se siente, el Papa está presente, pasan a los empujones y jaloneos. Luego, cubren las mantas y carteles que hablan del laicismo con las banderitas del Vaticano.

¡Tolerancia!, gritan unos. ¡Sáquenlos!, les responden.

Los policías estatales comisionados en el lugar tratan de interceder con mucho desgano.

Un atildado hombre mayor sugiere: Con una partida de madre entienden, mientras una niña lo jala del brazo: Ya abuelito, cálmate.

Uno de los muchos insultos que los jóvenes fieles lanzan a los jóvenes manifestantes es chilangos. Están enojados porque escogió León y no el DF, les dicen.

Todo un privilegio, sin duda, porque en sus siete años de pontificado, Ratzinger ha realizado 18 viajes, 13 de ellos a países de Europa y sólo uno a América Latina (Brasil, hace un lustro).

Decía Juan Pablo II que México sabe, sobre todo, gritar. Y es cierto.

Los feligreses no quedarán contentos hasta que no rompan algunos carteles y echen a los manifestantes del lugar, ya muy altos los decibeles, al grito de ¡Viva Cristo Rey!

Por la noche, el vocero papal alude al suceso. Dice, de entrada, que las protestas son normales en todos los viajes del Papa. Algo así ocurre cuando minorías quieren oponerse a la alegría de la gran mayoría del pueblo.

Cuentas irrefutables

Para la Juventud del Papa –así se hacen llamar las muchachas y muchachos que hacen valla con pantalón azul, camisa blanca y pañoleta amarilla– la jornada comienza tan temprano que aún no es mediodía cuando ya algunos, a punto de caer, se echan bajo las pocas sombras disponibles.

Hacia las dos de la tarde el amplio camellón que remata en el Arco de la Calzada está lleno, pero de letreros que dicen zona de amortiguamiento. Se supone que habría tanta gente en la ruta del papamóvil que se habían dispuesto espacios con servicios sanitarios, vigilancia, ambulancias e Internet gratuito para quienes no alcanzaran un lugarcito. Pero sólo caminan por aquí los vecinos de siempre.

Al terminar el camellón han colocado un enorme puesto de venta de refrescos y aguas.

–¿Cuántas ha vendido?

–Nomás dos– responde el regordete encargado.

Hará cosa de un mes, las autoridades de Guanajuato anunciaban la llegada de un millón y medio de visitantes. Sin embargo, en los días recientes el gobernador Oliva redujo la cifra a la mitad.

Un helicóptero del Ejército sobrevuela el centro de la ciudad. Las calles que desembocan en la plaza principal están cerradas por la policía municipal. Hay arcos detectores de metales y revisión de bolsos, aunque hoy Benedicto XVI no andará por aquí.

La vida transcurre normalmente. Incluso hay menos gente debido a que las oficinas públicas y muchas empresas privadas dieron el día a sus empleados. Tampoco, por supuesto, hubo clases ni abrieron los bancos.

Conforme pasan las horas, más gente se acerca al bulevard Adolfo López Mateos. Los negocios de la zona ofrecen baños, agua, comida y recuerdos de la visita. Se quedan con la mayor parte de la mercancía.

Más tarde, el vocero del Vaticano dirá que participaron entre 600 y 700 mil personas en el recibimiento, ajustándose así a la estimación del gobernador.

Aunque a lo largo del recorrido de 35 kilómetros hay muchos huecos, o largos tramos donde sólo hay una valla simple de jóvenes voluntarios, no hay manera de contradecir al vocero papal, pues quienes darán la cifra oficial son las autoridades de Guanajuato, entusiastas organizadoras de la visita.

El mero mero

En varios negocios y casas de la ruta papal sacan los televisores a la banqueta. En torno a cada uno se reúnen decenas de personas para mirar, bajo el solazo, a Felipe Calderón hablando como presidente de los católicos –82.7 por ciento de la población, según el Inegi– y hacer un recuento de los sufrimientos del pueblo mexicano. Va de la crisis económica mundial a la epidemia de influenza y la violencia del crimen organizado, en una enumeración que parece la de las plagas de Egipto.

Según la misma fuente, la tendencia histórica que identifica a la región centro del país, sobre todo los estados que conforman el Bajío, son los altos porcentajes de población católica. Y Guanajuato está a la cabeza, pues casi 94 por ciento de su población profesa esa fe.

Su visita, particularmente en estas circunstancias, es un gesto de solidaridad y de fraternidad con nuestro pueblo que nunca olvidaremos, dice Calderón, como si su gobierno nada tuviese que ver con las circunstancias.

La fiesta sigue. Al caer la noche, los fieles se desperdigan en pequeños grupos hacia sus hogares. ¿Quién es el mero mero?, suelta la tonadita un ramillete de muchachas. Y se contesta: ¡El mero mero es el Señor!