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Algunos encuentran empleo de pepenadores ante la falta de oportunidades y apoyo

Terminan en la basura esperanzas de desplazados por violencia en Sinaloa

Otros se han convertido en jornaleros agrícolas en Culiacán y Navolato

Siguen refugiadas 690 familias que huyeron de bandas del crimen organizado

Acusan al gobierno de dividirlos

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José, oriundo de Tameapa, Badiraguato, trabaja en un basurero municipal en el norte de Culiacán, Sinaloa, ante la falta de oportunidades de empleo y la imposibilidad de volver a su comunidad, copada por bandas de criminalesFoto Javier Valdez
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Otros 30 desplazados por la violencia trabajan en un basurero municipal en el norte de Culiacán, Sinaloa, ante la falta de oportunidades de empleo y la imposibilidad de volver a su comunidad, copada por bandas de criminalesFoto Javier Valdez
Corresponsal
Periódico La Jornada
Viernes 28 de septiembre de 2012, p. 31

Culiacán, Sin., 27 de septiembre. Está dura la pena, eso dice él. La trae bajo ese sombrero lleno de hoyitos, en esa mirada que se pierde entre tanto desperdicio, donde ahora está su vida. José es pepenador desde hace un año. Trabaja en el basurón ubicado en el sector norte de Culiacán. Este es su refugio, la única forma de subsistencia que encontró y su destino.

Espera que no sea el último, aunque su vida no pasa de ese espacio maloliente y asqueroso, de una casa de cartón cuyo terreno todavía no paga y una familia que se vino con él y como él: huyendo.

El basurón está más allá de la colonia El Mirador. Los olores se perciben desde lejos y no hay salvación. Es operado por el ayuntamiento de Culiacán y en él trabajan los integrantes de la Cooperativa de Pepenadores de la capital sinaloense y unos 30 de sus integrantes llegaron hasta aquí desplazados por la violencia generada por el crimen organizado.

”Me vine porque está duro. No hay trabajo y no podía salir de la casa, del pueblo, por los malandrines”, confesó José. Él es de la comunidad El Potrero de los Vega, municipio de Badiraguato. La zona montañosa de esa región se conecta por caminos accidentados y peligrosos con la serranía del norte de la capital. Ese trayecto siguieron primero él y uno de sus hijos, luego el resto de su familia, incluido un nieto y su esposa.

En octubre de 2011 y hasta principios de este año sumaban unos 240 desplazados que llegaron a buscar refugio y trabajo en el basurón norte. Pocos lo obtuvieron; por eso muchos se trasladaron a otras colonias y ahora viven en sectores como Barrancos, ampliación Toledo Corro o en los campos hortícolas de Culiacán y Navolato, donde laboran de jornaleros. Unos más intentaron regresar a sus comunidades, acechadas por comandos del crimen organizado, pero no tuvieron suerte: siete personas, cinco de ellas integrantes de una familia, fueron asesinadas entre junio y julio.

La muerte

Antonio vivía en El Sauz, cerca del poblado Tepuche, unos 20 kilómetros al norte de esta capital. Esa zona es uno de los accesos a la serranía y a Badiraguato, e incluso a Chihuahua, por intrincados caminos, muchos controlados por grupos armados. De ahí salió él por dos razones: los delincuentes no lo dejaban trabajar y su esposa tenía cáncer y necesitaba tratamiento, y él, dinero para pagarlo.

Tiene cinco hijos y a todos se los trajo a Culiacán. La violencia dejó mi pueblo solo, igual que a otros de por ahí. Mucha gente salió y a otros los mataron; los demás se salieron por miedo. Ahora vive en la colonia Lombardo Toledano, donde paga mil 200 pesos de renta. Cuenta que el año pasado hubo unos 20 muertos en esas comunidades.

Vendió sus 15 vacas y dos automóviles para comprar medicinas para su mujer. Ella murió en abril, un mes después de que él empezó a trabajar de pepenador.

Es el mismo destino, la huida, de pobladores de otras pequeñas comunidades de la zona: La Vainilla, Los Cortijos, San Cayetano, Los Huejotes. Ahí, en abril, en uno de los intentos por regresar, dos hombres fueron muertos a cuchilladas. Trabajaban en el basurón. El doble homicidio fue cometido pese a que soldados y policías los escoltaron para que vendieran el poco ganado que tenían y recogieran algunas pertenencias.

No tengo a qué regresar. No hay familia ni trabajo. Mi casa ya se cayó, dice durante un receso Antonio, de 45 años, sentado bajo una enramada, frente a una montaña de basura, rodeado por un viento seco, caliente, que penetra, se queda y alborota por dentro.

Ahí están, en su local, bajo un techo de lámina y sin paredes, los cerca de 200 pepenadores que forman la cooperativa. Muchos de los desplazados no se animan a entrar porque se enteraron de que ahí está un reportero y temen salir en el periódico y que vayan por ellos a matarlos.

Ahí los tienen Miguel Leyva, abogado de los cooperativistas y asesor de movimientos y organizaciones sociales, y Enrique Gutiérrez Sauceda, presidente de los pepenadores. Aquí están trabajando; otros se desesperaron y están dispersos en colonias de Culiacán y Navolato. Lo cierto es que no van a esperar a que el gobierno les traiga agua o pan, porque eso no va a pasar. Prometieron ayudar, y nada. Íbamos a organizar a los desplazados, pero el gobierno estatal, en lugar de apoyarlos, los dividió y provocó, con engaños, que muchos regresaran, afirmó Gutiérrez.

José lo escucha y asiente bajo ese sombrero agujereado y viejo. Confiesa que entre el gobierno y los narcos, le teme más al primero. El mismo que le entregó dos bultos de lámina y 10 barrotes para construir su vivienda en un terreno de la colonia Bicentenario, el cual le costó 10 mil pesos que todavía no paga. Está en lo alto de la ciudad, con su mujer, su nieto e hijos. Entre paredes de pedacería de madera y lámina y plásticos, donde lo único que sobra es viento maloliente.

Estoy aquí desde octubre del año pasado. No teníamos más qué hacer. No teníamos nada. Por eso le entramos a trabajar en el basurón, señaló.

Con una rapidez en la que conjuga tristeza y resignación, asegura que es un trabajo que no desea ni al peor enemigo: Es dura la pena, pero es más dura el hambre.

Se quita el sombrero para pasar un pañuelo por su cabeza. No puede más, confiesa. La vida, las penas, los años, su pueblo, le pesan. No se despide. Nomás se va.