Opinión
Ver día anteriorLunes 17 de diciembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ileana Garma en tierra firme
E

n la selva de poetas que crecen como hongos por todas partes, el viandante topa con determinados brotes que, por mucho más que se busque, no repiten fácilmente y constituyen casos especiales, que es de lo que está hecha la poesía, la más milenaria y primitiva de las artes: de casos especiales. Habrá quien diga que es un arte inútil. No aporta anécdota que contar, película que sustraer, experiencia que aprender, información para archivar; si acaso un epígrafe, o ese no sé qué que queda balbuciendo, que como mercancía no vale. No evoluciona, no progresa, varía sin nunca ser nueva, desde Enjeduana, primer poeta con identidad en la Historia, 23 siglos antes de Cristo, y mujer.

Para ir al presente con algo de azar, digamos que Ileana Garma (Mérida, 1985). Ya se las arregló para publicar bastantes páginas, en lo que toma un viaje del amor y el deseo, su infierno y sus cenizas, al fulgor del otro/otra generoso en imágenes certeras y estrofas respirables. Así aparece en un librillo de escasos 10 por seis centímetros y 38 páginas: No diré mucho: sólo esto: ven conmigo (Verso destierro. Colección poesía sin permiso, México, 2011).

Soy este monstruo que escribe/esta terrestre caricatura/que se lame las garras y va al cine a llorar. Así se presenta en el poemario campeón del tercer Torneo de Poesía Adversario en el cuadrilátero 2009, y nos instala en una intensidad no por habitable menos terrible y (oh, disculpen) inspirada. La autora ha ganado un montón de pequeños premios, aparece en revistas y ciertas redes de la red, se le localiza en YouTube y hace poco publicó siete series tituladas, precisamente, 7. Todo indica que ha definido su personaje, lo cual le ayudará en la vida, no sé si en la poesía. Remite a otras poetas decididas (fuertes, diría Harold Bloom) que no escasean en el presente mexicano. La semana anterior se mencionaba aquí a Coral Bracho y Silvia Tomasa Rivera, quienes una vez más de manera disímbola, elaboran su obra con determinación y claridad, sin lastre ideológico ni empacho intelectual. Más joven que ellas, cabe mencionar a Rocío Cerón, que tampoco titubea.

No diré mucho… sale de una voz tan segura que alarma. No sería este el único rasgo que comparte con Rivera, poeta que debutó en los años 80 con una seguridad que se ha confirmado justificada. Hay un entusiasmo en los versos de Ileana Garma, una casi nerudiana lealtad a sí y a la poesía; pero más que adánicos, sugieren una Eva que no vive a costillas de ningún Adán. En su obra conocida hay elementos que permiten vislumbrarla despreocupada de la ansiedad de la influencia (otra vez Bloom).

Esta es su Convicción (nótese, no hace chillar a las palabras ni las llama putas): Hacer el amor a las palabras/ tomarlas a cada una/ y sumergirlas con fuerza en el mar/ tomar a las palabras una a una/ cogerlas mientras el mar desviste/ un nocturno en cada ola/ Tomar a las palabras/ sumergirlas con fuerza/ abrirles las piernas/ las extremidades/ los minerales descarnados/ abrirles los dientes/ los clausurados túneles/ prenderles las llagas hasta el alba/ Hacerles el amor.

Muchos ríos han corrido bajo los puentes peatonales desde que el siempre aplicado José María Vigil se vio obligado a preparar, en no esbelto volumen, una antología de Poetisas mexicanas. Siglos XVI, XVII, XVIII y XIX (1893) por encargo del gobierno porfirista y ciertas Juntas de Señoras en el cuarto centenario del descubrimiento de América. La Universidad Nacional Autónoma de México la reditó en facsímil cuando el Año Internacional de la Mujer (1977) le dio pretexto. Dedicado a la distinguidísima señora doña Carmen Romero Rubio de Díaz, honra y prez del bello sexo mexicano, el libro recoge meritorios esfuerzos humanistas y arrebatos amorosos o patrióticos de las esposas, hijas, sobrinas o hermanas del hombre de la casa. Muy cargado su repertorio al siglo de las luces y el Porfiriato, da pena decirlo, pero entre las 95 autoras, sólo suena conocida una tal Cruz Sor Juana Inés de la.

Olvidadas, aquellas damas inquietas representaron un esfuerzo expresivo y liberador que tardó siglos y décadas en madurar y suceder. Hoy las poetas poseen identidades propias, no son consortes, herederas, ni fenómenos telúricos como la monja de Nepantla. En justicia y con naturalidad habitan el paisaje de la poesía en México desde las ineludibles y admirables Rosario Castellanos y Dolores Castro, la sensacional Guadalupe Amor, así como otras autoras mencionadas aquí la semana pasada. Con las armas de la mera poesía saltaron de las jaulas de género, curiosidad cultural, censo reivindicatorio o materia prima para festivales del Día de las Madres, y pisaron tierra firme.

Pongamos el parteaguas en Lamentación de Dido. Para Octavio Paz, la plenitud de Rosario Castellanos (1925-1974), novelista, ensayista, mujer que sabe latín, está en su obra poética. Medio siglo después, los frutos de mujer doblegan ya un buen número de ramas en el providente árbol de nuestra poesía.

(Continuará.)