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En el guión del sinaloense no estaba caer ante Donaire, sino continuar con otras peleas

Quiero despedirme con un recuerdo más agradable que el del nocaut: Travieso Arce
 
Periódico La Jornada
Martes 18 de diciembre de 2012, p. a15

En el camerino Jorge Travieso Arce lamentó lo que ocurrió minutos antes, cuando el filipino Nonito Donaire lo mandó a la lona en el tercer asalto para decretar el final de su carrera. Fue como si lo hubiera sorprendido la muerte al estrellar su auto en una curva y en segundos todo se terminara. Los planes que había hecho antes de ese combate, que pensaba ganar como otra de sus hazañas sangrientas, ahora no tenían sentido. Todo se fue por la borda, se dijo en medio de la tristeza de quien se sabía derrotado para siempre y del coraje porque la estrategia prevista no había funcionado.

“¡Mierda! –se reclamó El Travieso–. De haber sabido que era la última pelea habría disfrutado cada momento”, pensó enfadado.

Estaba furioso porque un peleador nunca cree que va perder –aseguró– y cada combate es un trámite para la gloria. No sólo eso: ya hacía planes de los siguientes compromisos después de vencer a Donaire –un púgil irreductible ante quien pocos le daban posibilidad de ganar– y pensaba en Abner Mares, en subir de división...

La realidad lo puso sobre la lona, tendido, como pocas veces recordaba. “Caí con Michael Carbajal y con Papito Vázquez, pero esta vez estaba derrotado”, dijo dolido.

Pidió que llevaran con él a su esposa; era el único refugio en ese estado de vulnerabilidad, con la certeza de que había sido su última batalla, con la frustración de que de nada le había servido tener la mejor preparación de su carrera. Estaba agotado, con dolores en el cuerpo y muerto de sed.

Duele el fin de una carrera... esa noche murió un boxeador, aceptó Arce.

Esa noche El Travieso fue menos El Travieso que nunca. Ese púgil al que criticaron su técnica limitada, pero que nadie le ninguneó el valor para pelear casi boqueando y desfalleciente, sin dejar de dar batalla, parecía un boxeador distinto. La imagen más recurrente fue de El Travieso abierto de las cejas, bañado en su propia sangre y enviando puñetazos hasta el último instante. Ganaba casi perdiendo. Pero el sábado no se le pudo ver entrando a buscar la pelea, en corto, como si se tratara de un pleito de callejón entre dos rivales que defienden su territorio.

Quiero que mis hijos sepan que su padre nunca se rindió, siempre traté de morir peleando; el sábado morí tratando de matar, recordó Arce. Fue curioso, pero por primera vez no terminé cortado de las cejas.

El combate fue distinto porque su equipo le había aconsejado otra estrategia: ir con vocación de sacrificio a intercambiar puñetazos. Trató de aguantar y eludir a Donaire durante tres asaltos con la intención de presionar a partir del cuarto episodio. Eso no ocurrió, porque el filipino mantuvo el dominio y en el tercero sólo tuvo que acabar una pelea que desde el principio se le presentó fácil.

Yo me desesperé, estaba muy confundido y al final me dije: chingao, hubiera salido a matar o pelear como me gusta, pero ya para qué me lamento, comentó.

Pese al dolor, El Travieso aseguró que se va con el orgullo de quien será recordado como parte ineludible de la historia del boxeo mexicano: por los cinco cinturones mundiales que consiguió en distintas categorías, por los combates épicos ante Hussein Hussein y Yo Sam-Choi, y también por la polémica que lo persiguió en los duelos ante Melchor Cob y Tomás Rojas, que siempre estuvieron bajo la sospecha de ser un fraude.

Ellos declararon cosas que no tiene caso hablar, dijeron que les habían pagado, pero lo que nadie puede reclamarme es que no haya peleado siempre como un rifado.

Como no esperaba perder no pudo disfrutar de esa pelea. Eso lo hace pensar que debe hacer un último combate –aunque tenga que regalar la taquilla–, para despedirse de su personaje de boxeador y de la gente. Lo imagina perfectamente: esa noche saldrá del camerino, irá solo, sin su equipo, caminará a saltitos por el largo pasillo hasta desembocar a la arena en un estallido de gritos y luces, como si naciera de nuevo. Es triste pensar que no volveré a vivir eso otra vez, dijo. Esa noche será la última, será su muerte y su resurrección.