Opinión
Ver día anteriorLunes 1º de julio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Puntos internacionales
A

mbigüedad, como ya es costumbre en estos casos. En sus primeras declaraciones la Secretaría de Relaciones Exteriores otorgó una amplia bienvenida y elogio al trabajo de los senadores estadunidenses que habrían abierto la puerta a una reforma migratoria menos aceptable. Pasados unos cuantos días, y sobre todo a raíz de los señalamientos de analistas de aquel país, parece que las autoridades mexicanas se despertaron con la novedad de que esa posible reforma migratoria implicaba también una prolongación en mil 200 kilómetros del muro de la ignominia que el gobierno de Estados Unidos ha levantado entre los dos países. ¿Socios iguales y con pleno respeto mutuo? Algunos estadunidenses, pero también mexicanos entusiasmados con el nuevo espíritu de cooperación que según ellos se habría construido ya a los cuantos meses del segundo término de Barack Obama, aplaudieron con la expresión sonriente el avance indudable que significaba la reforma migratoria progresista aprobada por el senado estadunidense.

Sólo después, del lado mexicano y muy relativamente por las autoridades oficiales, pareció caerse en la cuenta de que el alargamiento del muro de la fragmentación resultaba un verdadero insulto inadmisible de quienes se habían prometido (la reciente visita de Barack Obama a México, cuando menos) un trato entre iguales. El muro, por supuesto, nos trae a la memoria el no tan remoto de Berlín, erigido en la por la Alemania Oriental y en la segunda mitad del siglo pasado y que causó un superlativo horror, sobre todo en las sociedades estadunidense y europea. Pues bien, habría que decir que la decisión actual del gobierno de Obama produce cuando menos el mismo horror de la que separó en su tiempo a los dos Berlines, si no es que más por la agresividad que implica hacia un país vecino con el que aparentemente se llevan relaciones amistosas. No puede olvidarse que el muro berlinés separaba al menos simbólicamente a dos sociedades y a dos visiones de la historia contrapuestas, que habían ya vivido durante décadas en una explícita guerra fría que a veces se calentaba más de lo necesario.

Tal es la parte simbólica del asunto; la real es que la negociación de fondo, las pruebas y condiciones que deben pasar nuestros compatriotas en Estados Unidos, antes de recibir su consagración como emigrado, son con frecuencia altamente discriminatorias y hasta ofensivas para quienes han tenido la necesidad de emigrar. Nada, ningún reconocimiento práctico a su indudable esfuerzo, a veces descomunal, para contribuir a la riqueza y al bienestar del país del norte. Nada, que seguimos atorados, en pleno siglo XXI, en la moral de un imperio que ya muchas veces ha sido calificado de profundamente agresivo e inmoral, y que muchas veces se ve a sí mismo como capaz de aleccionar y de distribuir en el mundo falsamente ejemplos de rectitud y moralidad (que, cundo se rascan un poco, pronto se revelan como su exacto contrario: actos de simulación e hipocresía pocas veces vistos en la historia).

Y todavía con un agregado que no abona nada en favor del proceder internacional de México: la abstención oficial del gobierno de México en el tiempo de la discusión sobre esta reforma en el senado estadunidense. Inhibición paralizante y plenamente injustificada, ya que en estos tiempos litigar o cabildear asuntos tan importantes como la ley migratoria aplicable a los mexicanos es en Washington asunto de todos los días que efectúan prácticamente todos los países. ¿A quiénes asustaron los del norte solicitándoles que no intervinieran, como una suerte de amenaza que sólo podía ser creído por incompetencia o miedo previo fabricado. Lamentable la conducción de la política internacional de México en este caso.

El otro caso que se discute ampliamente en las cancillerías, sobre todo latinoamericanas, ahora se dobla en dos. La primera parte tiene que ver con la ausencia de salida de Londres a Julian Assange, quien permanece ya más de un año en la embajada ecuatoriana en esa capital, sin recibir el salvoconducto necesario, y que es muestra una vez más de la prepotencia británica y sobre todo del carácter absolutamente vetusto de su política exterior, y de su dependencia perruna de los criterios de la Casa Blanca o del Departamento de Estado de Washington. El encono de EU, Gran Bretaña y otros países europeos en contra de Assange revelan claramente las dificultades del momento que vivimos, pero al mismo tiempo revelan que América Latina (al menos algunos países) vive ya en otro tiempo histórico, por supuesto más adelantado.

Al caso Assange ha venido a sumarse otro peliagudo, pero relacionado también con la difusión de información exclusiva e incluso secreta de Estados Unidos. Estamos desde luego viendo la manera en que las nuevas tecnologías de comunicación, al lado de sus innegables virtudes, pueden ser interpretadas por otros (que las utilizan como instrumentos de guerra), como aspectos sensibles de la integridad de los estados. Lo que resulta inadmisible es que las potencias (en este caso principalmente Estados Unidos) aprovechen la oportunidad para presionar e incluso amenazar a otros estados que pretenden utilizar principios consagrados (diría casi sagrados) del derecho internacional más tradicional (del derecho de gentes, en que se resume la sustancia ética del derecho de las relaciones entre Estados), como es el derechos asilo, con el propósito de invalidarlo o incluso terminarlo.

En Latinoamérica, pero también en otras partes del mundo, el derecho de asilo ha sido una muestra viva de su avance cultural y civilizatorio. Ahora los imperialismos desean ponerlo en cuestión y aun eliminarlo, como se ve en los casos actuales a discusión. México no parece directamente involucrado, pero no haría nada mal nuestra cancillería si hiciera alguna clara expresión en el sentido de que favorece la aplicación del derecho se asilo en los casos actualmente a discusión, declarando al mismo tiempo que el derecho de asilo es plenamente vigente y afirmando que constituye una de las piedras angulares en que se funda el derecho internacional y el tradicional mexicano. No le vendría nada mal una declaración de esta naturaleza al gobierno de Enrique Peña Nieto.

A Porfirio Muñoz Ledo, amigo más allá de los aniversarios.