Opinión
Ver día anteriorMiércoles 18 de diciembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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En Chile triunfó el sistema
L

a segunda vuelta de las elecciones deja una incógnita cuya solución no está en la abstención, si bien es significativo que 53 por ciento de los chilenos hayan preferido quedarse en casa y pasar de concurrir a las urnas. Lo que a mi juicio destaca por encima es el éxito del modelo político neoliberal implantado por la dictadura y asumido por los gobiernos establecidos tras el referendo de 1988. Ni los anteriores de la Concertación, ni mucho menos el ya decrépito encabezado por el empresario Sebastián Piñera, han nadado contracorriente.

La alianza entre la derecha pinochetista y la oposición política tiene sólidas bases, la despolitización y el establecimiento de un sistema donde prima el individuo autista asentado sobre el aristotélico idiota social, contrario a participar de lo público, el bien común y luchar por una ciudadanía inclusiva, puerta de entrada para establecer un orden democrático. En Chile, la política dejó de ser un nexo entre la población. Y ello tiene un coste elevado. En principio, una sociedad sin ciudadanos deriva hacia un orden pretotalitario, asentado sobre un concepto de seguridad ciudadana penalizador del ejercicio de derechos cívicos.

Desarmar la ciudadanía fue el camino para implantar en Chile una Constitución concebida por su ideólogo, Jaime Guzmán, como una democracia autoritaria y protegida. Así, en un futuro de medio y largo plazo, no habría sorpresas de última hora. Las opciones antisistema serían frenadas antes de llegar a constituirse como alternativas y dentro de la propia legalidad construida a sangre y fuego. No sólo se trataba de combatir los partidos de la izquierda socialista-marxista, cosa que se hizo, declarándolos ilegales y asesinando a sus militantes, también construir un nuevo orden asentado en los principios teológicos de la economía de mercado. La constitución que rige en Chile, aprobada en 1980, en medio de una fuerte represión, se ha transformado en un dique de contención contra cualquier propuesta que reivindique un papel activo del Estado en la economía productiva y otorgue un rol preeminente en la creación de riqueza.

La economía de mercado ha sido el nexo de unión entre las fuerzas armadas, los empresarios y la nueva derecha para dar el golpe de Estado, a la que se sumarían años más tarde la Democracia Cristiana, el Partido por la Democracia, los radicales y el Partido Socialista, amén e pequeñas organizaciones procedentes de la izquierda cristiana.

Privatizar y despolitizar se han convertido en el eje del modelo. ¿Cómo si no explicar las reticencias para romper con el marco jurídico-político y económico impuesto por la dictadura, y las reticencias para dejar sin efecto la ley de amnistía que da inmunidad a criminales de lesa humanidad y la ley antiterrorista de 1982 aplicada contra el pueblo mapuche sin piedad?

Unos y otros, gobierno y oposición, tanto monta, monta tanto, están de acuerdo en lo esencial. Las diferencias son de grado y, como ocurre siempre, suelen manifestarse de manera extrema en campañas electorales. El discurso se radicaliza dando lugar a una bacanal de promesas, donde la mentira, la demagogia y la charlatanería triunfan en medio desafecto por la verdad. En los próximos cuatro años de gobierno Michelle Bachelet hará buena la máxima de Jonathan Swift, al subrayar que la política dejó de ser el el arte de lo posible, del cambio, transformándose en el arte de mentir bien. Tal vez sea ese el único merito de la Nueva Mayoría y de Bachelet. Mucho ruido para pocas nueces.

El triunfo de Michelle Bachelet, representado hoy por Nueva Mayoría, versión travesti de la Concertación, y la oposición, Alianza por Chile, partidos legitimadores del golpe de Estado de 1973, férreos defensores de la constitución de 1980, no supone cambiar el rumbo ni alterar los fundamentos económicos del orden pinochetista. Se sienten cómodos en sus redes y harán lo posible por conservarlo sin fisuras.

Nueva Mayoría tendrá que hacer frente a los diputados comunistas e independientes, quienes seguramente tendrán una función testimonial, no descartando que sean utilizados como colchón apaciguador de los conflictos sociales inherentes a un modelo excluyente, concentrador y desigual.

El triunfo de Bachelet no es el triunfo de la izquierda ni el retorno de la misma a La Moneda; es más de lo mismo. Pero si hay algo esperanzador es mirar con atención el desenvolvimiento político de ese millón y medio de personas que votaron en primera vuelta contra el binominalismo, haciendo un llamado a celebrar una asamblea constituyente y cuestionando el sistema neoliberal. La alternativa se mueve abajo y a la izquierda.