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Una granada le despedazó la pierna en 1994; tenía 20 años

Estoy resentido con la justicia y con el Ejército Mexicano
Corresponsal
Periódico La Jornada
Jueves 2 de enero de 2014, p. 8

San Cristóbal de Las Casas, Chis., 1º de Enero.

Juan Horacio Pantoja Gómez tenía 20 años y se desempeñaba como socorrista voluntario de la Cruz Roja Mexicana cuando, aquel 2 de enero de 1994, una granada lanzada presuntamente por integrantes del Ejército Mexicano en la comunidad de Rancho Nuevo le despedazó la pierna derecha.

El infierno empezó en cuestión de segundos, recuerda a dos décadas de los sucesos que lo marcaron para siempre al sufrir la amputación de una pierna.

En entrevista explicó que iba a cumplir tres años sirviendo en la Cruz Roja Mexicana, delegación San Cristóbal, cuando fue sorprendido, como todo mundo, por el alzamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el primero de enero de 1994.

Desde la noche del 31 de diciembre me percaté de que había mucha gente armada y encapuchada en la ciudad, lo que provocó horas de mucha tensión, pero no por eso dejamos de cubrir los servicios que nos solicitaban, detalló Pantoja Gómez, quien antes del 2 de enero era un joven sano y sin vicios que se dedicaba a la Cruz Roja, al estudio y a jugar futbol americano.

Ese día, “con la tensión en el ambiente, hicimos un recorrido por la ciudad observando que los militantes del EZLN se habían retirado de la ciudad. Pudimos leer las consignas pintadas en la pared: ‘Gracias por todo a todos’, ‘Gracias, coletos’, ‘Nos fuimos a Rancho Nuevo’, donde se ubica la 31 zona militar”, manifestó.

Añadió que el 2 de enero, casi al medio día, los socorristas recibieron una llamada de auxilio en la que se solicitaba su presencia en Rancho Nuevo –situada a 10 kilómetros de esta ciudad– para atender a personal militar herido”.

Señaló que al llegar “intentamos cruzar el retén del Ejército frente a la Zona Militar, pero no nos dejaron, por lo que dimos la vuelta y al retornar nos topamos con otra ambulancia que venía de Tuxtla Gutiérrez. Como la nuestra iba muy cargada algunos nos íbamos a cambiar a la otra unidad y en ese momento nos comenzaron a disparar, directo a matar a las dos ambulancias. Nunca escuché un fuego cruzado, eran ráfagas de un solo lado, provenientes de la Zona Militar, como corrobora un impacto de un obús que tiene la ambulancia, identificada perfectamente con los logotipos correspondientes.

“Al momento de los disparos me incorporé de la ambulancia para tirarme al piso y en ese instante sentí que explotó la granada y caí. Luego, el dolor y la confusión. Lo que recuerdo, y me da pavor, fue un helicóptero volando sobre nosotros y muchos balazos.

En medio de la confusión, el doctor Armando Servín Martínez, responsable de la delegación de la Cruz Roja, escuchó los gritos, regresó a la ambulancia, me vio, arrancó y se vino al hospital regional, donde le dijeron que no querían saber nada de heridos de guerra.

Juan Horacio recordó vívidamente que el dolor crecía en intensidad por lo que dijo a sus compañeros: “Siento que me voy a morir; ‘no siento la pierna derecha’. Tenía perforada toda la vena femoral. Sufrí un infarto, me restablecieron y cuando recuperé la conciencia estaba en Tuxtla Gutiérrez con un dolor físico y moral fuertes. Al tercer día me amputaron la pierna derecha, pues dijeron que ya no tenía remedio porque había pasado más de tres horas sin irrigación de sangre”.

Después de que le dispararon, narró, alguien, a quien no recuerdo, me dijo que el Ejército ofreció trasladarme en helicóptero al hospital militar, a San Cristóbal, pero la Cruz Roja Mexicana se negó por temor a muchas cosas, porque dicen que los muertos no hablan y yo estaba vivo.

A Juan Horacio, ahora de 40 años, se le humedecen los ojos con el recuerdo:

De repente se termina la vida. No hubo el apoyo total de la Cruz Roja. En el hospital me ingresaron en una zona de mujeres, aislado por supuesta protección, no sé de qué. Llegó un agente del Ministerio Público federal, pero nunca supe qué pasó. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos nunca me visitó ni tuvo conocimiento de lo que pasó, y como yo estaba tan dolido con la vida en lo último que pensé fue en eso; lo que quería era recuperarme y salir adelante. Luego me arrepentí de no poner una demanda.

Último de ocho hermanos y huérfano de padre a los siete años, Juan Horacio recibió el 8 de mayo de 1994 el grado de comandante de la Cruz Roja y en junio regresó de la ciudad de México a Tuxtla Gutiérrez a continuar las terapias de rehabilitación. Allí se enteró de que su compañero socorrista Juan Emilio Trejo fue herido en los glúteos en la misma acción.

Estoy resentido con el Ejército Mexicano y con la justicia. Me frustraron la vida por una situación de la cual no era culpable. El 94 me marcó para siempre. Puedo caminar y mi situación motriz es de 80 por ciento, por lo que de por vida tendré que apoyarme en una muleta canadiense, concluyó.