Opinión
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Mis preguntas
¿P

or qué votaría en 2016 o en 2018? ¿Sería para avalar, asistiendo a una casilla, el sistema tramposo y corrupto a lo largo y ancho del país? ¿Para qué necesita la CDMX una constitución? ¿Cuál es la futura labor de los consejeros notables? Quizá la de corrección de estilo, ya que no son juristas ni han estado próximos a lo jurídico. ¿Y los futuros constituyentes de verdad tienen la cultura, conocimiento y honorabilidad suficientes para que yo confíe en su buen juicio? Sería una ilusa si me baso en lo que advierto en el desempeño de nuestro pobre país y de mi convulsionada ciudad a lo largo del tiempo, pero acentuado en estos últimos años, con candidatos a dedazo limpio y el aval del INE.

Recuerdo cuando de niña me llevaban al circo y el payaso jamás escuchaba los gritos del público que intentaba ayudarlo. Recuerdo mi impotencia infantil si, por ejemplo, todos gritábamos: Atrás de ti, y el payaso se dirigía en sentido contrario. Era un sordo que no atendía las voces que acababan casi en alarido.

La misma sensación es la que producen los políticos que con rostro cada vez más impasible, cínico, duro, como si no hubieran sido informados de nada, hablan ignorando el descontento creciente sobre lo huero del discurso y las acciones que sólo refuerzan la impotencia y el enojo de los ciudadanos. He leído y escuchado las opiniones sobre la abulia de la ciudadanía. ¿Será abulia o una sensación tan opresora de fatalidad que se deja caer en los hombros y aleja a muchos del intento de formar parte de una respuesta activa cuando poder y alianzas públicas y privadas son tan de toma y daca?

Recuerdo cuando llegué a la edad del voto. Sabía, sí, que todo estaba arreglado de antemano, que el señor presidente destapaba al futuro ungido. Sin embargo, me invadió una emoción enorme participar por vez primera en la vida política. Que yo me prometía luchar por mi país para abatir la flagrante injusticia. No tomé un fusil, sino una pluma. La vida me pasó encima y ahora no veo que las condiciones hayan mejorado para el grueso de la población. Sí, desde luego, para un grupo reducido de personas.

Así como la clase política ha tenido fama de matona, los honorables empresarios católicos tampoco se tocan el corazón y mandan eliminar a quienes les obstaculicen el camino. Ambos grupos saben hacer arreglos buenos para ellos y desastrosos para la población. Y hablo de las minas, la destrucción de la naturaleza, las constructoras complacientes y voraces, el puro business para las dos agrupaciones que nos mienten y esquilman. Cada uno de los señores feudales acrece su riqueza apoyado en un trabajo servil cada vez peor pagado, puesto que se le reducen prestaciones. Como el relato del huevo de Colón, apareció el descubrimiento genial del outsourcing: Te mal pago hoy y me olvido de ti para siempre.

Y de vuelta a formarse un juicio sobre cómo elegir a los mandantes. Por fortuna no soy veracruzana, porque me vería en un dilema gigantesco al tener que decidir entre un primo y el otro. Eso sí está difícil, pero ¿y yo, ex defeña sin poseer otra denominación ciudadana, acaso tendría mejores opciones? Mi futura alcaldía, hasta ahora delegación gobernada por el PAN, permite las infracciones más flagrantes en los permisos de construcción; por ejemplo, en Plateros 24, San José Insurgentes, hace años el aviso de demolición pasó al de clausurado, que pasó al acto de construcción intramuros. Y todos tan contentos, es decir, todos los involucrados en el negocito, porque vaya que los vecinos hemos protestado muchas veces.

Entiendo que el lento deterioro de la capital del país ha tomado un buen número de sexenios y que sería injusto culpar al gobierno actual. Sin embargo, la ciudad patas arriba por todas partes, las calles en eterna reparación, el humo infame en el aire, las avenidas donde antes el tránsito fluía mejor, están siendo despojadas de uno de sus carriles. ¿En esta inmensa zona conurbada es de veras factible sustituir los autos por bicis? ¿O es crear un caos mayor, como poner en un mismo carril a los salvajes microbuseros con los salvajes ciclistas en la avenida Reforma?

Hubo un hermoso parque llamado De la Lama, propiedad de un señor con tal apellido que lo heredó a los habitantes del entonces Distrito Federal, hasta que el señor Manuel Suárez negoció oscuramente con el regente del Departamento Central de la ciudad para construir un hotel que, creo, nunca se terminó y se llamaría Hotel de México. Ahora es el desangelado World Trade Center. A ese parque fui de niña y, desde luego, era casi el único bien atendido de la ciudad. Más tarde, durante la regencia del controvertido Ernesto P. Uruchurtu y puesto que yo no tenía primero la edad para ir a restaurantes o centros nocturnos forzados a cerrar temprano, de lo que sí pude darme cuenta en ese entonces fue del remozamiento de los parques públicos y de las fuentes, y escuché en bocas adultas el escepticismo: Aquí nadie sabe respetar, la gente va a cortar todas las gladiolas. Pero la gente no las cortó y muchos nos enorgullecimos con el aspecto radiante de nuesto querido Distrito Federal.

Cuando pase el tiempo, ¿qué recordarán mis nietos de la Ciudad de México? ¿Las horas para llegar a su destino? ¿Los policías de tránsito papando moscas? ¿Los camiones de doble caja a las 2 pm? ¿El veneno de la atmósfera? ¿Los asaltos? ¿Los abusos del poder?

Podrán acordarse de este tiempo de jacarandas en flor si todavía sobreviven los árboles. Y ojalá tengan otro tipo de preguntas.