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Casi 100 días
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finales de octubre del año pasado, en la famosa ciudad de Gettysburg, Donald Trump anunció un plan para los primeros 100 días de su gobierno, si era electo presidente. En noviembre ganó la elección y a finales de este mes se cumplen esos 100 días.

Este periodo ha sido ampliamente reseñado en todas partes. A estas alturas, el gobierno aún no está plenamente constituido; en muchos ministerios y dependencias faltan nombramientos clave de personal. Al interior de la Casa Blanca se extienden las luchas entre los grupos de influencia. Esto incluye de modo sensible la estructura de la seguridad nacional.

La agenda legislativa que se fijó bajo el lema de America first ha tenido cambios relevantes y se ha abierto, en cambio, un papel más protagónico en asuntos internacionales.

Así, ha cambiado el discurso respecto de China y la advertencia original de que se combatiría la política de manipulación monetaria.

Lo que parecía un acercamiento con Rusia y las alabanzas a Vladimir Putin derivaron primero en una investigación de la FBI y del Congreso sobre la supuesta relación entre el equipo de campaña de Trump y el gobierno ruso. Luego, de plano, se ha llegado a un enfrentamiento con visos turbios en relación con la guerra en Siria y tiende a extenderse.

En Asia se ha endurecido la confrontación con Corea del Norte y su actividad con las armas nucleares, conflicto que desplazó a la armada estadunidense a aquella región. Una vez más, tensando la relación con China, Rusia, Europa y la OTAN.

Este cambio de dirección del gobierno de Donald Trump ha puesto a la zaga esa machacona insistencia de la campaña electoral de que concentraría su atención en Primero América.

Internamente no pudo revocar y remplazar la política de salud de su antecesor, conocida como Obamacare. Este primer acto político, que debió ser decisivo, mostró, en cambio, la torpeza política del Partido Republicano, que llevaba años oponiéndose a ese programa y que, cuando tuvo la oportunidad de actuar, acabó en fiasco legislativo.

Un aspecto notorio de ese episodio fue la aceptación del presidente de que no sabía lo endiabladamente difícil que sería cumplir con la reforma al sistema de salud, que propuso con vehemencia en su campaña y no pudo cumplir. La política no es sólo un flujo inacabable de declaraciones resonantes y de tinte popular. Es mucho más que eso.

Trump y el Congreso, dominado por su partido, han quedado ampliamente expuestos. Y como dice una expresión muy usada allá: They should have known best (debían haberlo sabido). Esa es su responsabilidad.

Este es un aspecto del quehacer político que se advierte de modo amplio y se expresa en repudio generalizado entre los ciudadanos de los modos políticos que se han establecido en general. Francia es un caso patente, ahora a las puertas de una elección que pone en vilo la esencia misma de la Quinta República.

En materia económica, Trump aún no inicia formalmente la embestida de su propuesta de campaña de una honda reforma fiscal. En ese terreno se espera otra complicada disputa política. Este asunto ha sido puesto en manos de ex funcionarios del poderoso banco Goldman Sachs.

Por otro lado, la política comercial, centrada en promover el mercado interno y el empleo, sobre todo en el caso de las manufacturas y en las zonas más castigadas, no se ha expresado en acciones decisivas.

La dinámica de la productividad, el cambio tecnológico y la competencia también son más complicados de lo que parecían al entonces candidato Trump, ahora ya en el gobierno.

Los costos, determinados a escala global, son esenciales para la rentabilidad de las empresas estadunidenses. El libre comercio en América del Norte tampoco parece ser sencillo de revocar y remplazar. Esa es la situación que se ha generado en los pasados 20 años, con repercusiones para ese país y México.

No obstante, aún no se ha visto actuar en pleno al secretario de Comercio, Wilbur Ross, quien mantiene su fuerte crítica a los excedentes comerciales de China, Japón y Europa. En esa área se ha concentrado mucho poder de acción.

La política monetaria y financiera respecto del valor del dólar está también sometida a revisión por la administración Trump. La política de dólar fuerte se introdujo en 1995 para mantener bajos los rendimientos de los bonos del Tesoro y eludir el hecho de que se promovía una suerte de devaluación para acrecentar las exportaciones. La entrada de capitales para financiar el déficit comercial apoyaba además el auge de la firmas de tecnología y se disfrazaba, en efecto, la apreciación de la moneda.

Ahora la postura es que con un dólar caro no se puede competir. Ahí se aprecia la confluencia de las acciones del Tesoro y de la gestión comercial que promueve ahora el gobierno. Los meses que siguen irán definiendo tanto las pautas de la política económica como sus repercusiones en distintas partes; para México esta es una cuestión relevante, que exige una clara definición en materia de gestión del peso, el financiamiento a la producción y, claro está, de las medidas en materia comercial.

Los primeros 100 días del gobierno del presidente Trump están siendo muy distintos a lo que proponía originalmente. Las expectativas sobre las acciones de Trump se han modificado y la incertidumbre es mayor. Las manifestaciones de conflicto se extienden rápidamente del campo económico y migratorio al de la arena militar.