19 de agosto de 2017     Número 119

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Problemática alimentaria desde la voz
y el sentir de las mujeres del campo

Carmen Osorio y Araceli Calderón Investigadoras y socias de la Red Nacional de Promotoras y Asesoras Rurales


FOTOS: Archivo RedPAR

Debido a la crisis alimentaria, las familias rurales ahora cuentan con menos alimentos producidos localmente y ha aumentado el consumo de productos industrializados, lo que ha traído consigo problemas de salud.

Esta crisis deriva no sólo de las dificultades en la producción y venta de los alimentos campesinos, o de los efectos de la contaminación y el cambio climático, sino de políticas públicas que desincentivan la agricultura y el modo de vida campesino que, ahora, se ve amenazado también por megaproyectos como las hidroeléctricas, la minería tóxica, la fractura hidráulica, los aerogeneradores, la siembra de transgénicos y monocultivos, entre otros.

La problemática alimentaria se hizo especialmente patente desde el 2007 con la crisis alimentaria que fue desatada y conectada con una crisis económica global. En investigaciones realizadas por la Red Nacional de Promotoras y Asesoras Rurales (RedPAR) hemos visto cómo la crisis se hizo presente en el campo, el traspatio, la cocina y en general en la vida de las familias rurales.

Las mujeres perciben que ahora tienen menos y peores alimentos, debido a la menor disponibilidad de cultivos locales y la falta de verduras que antes eran base de la dieta familiar o que complementaban, además de factores como la deforestación, y la pérdida de la biodiversidad, de las semillas criollas o de los terrenos de cultivo.

Al deterioro alimenticio también contribuye una menor presencia de animales de traspatio, animales silvestres de caza o peces, que se atribuye a las enfermedades, especialmente en las aves de traspatio, y a la creciente contaminación de ríos, esteros y lagunas. En contraparte, las mujeres mencionan la agobiante y excesiva publicidad –en los medios de comunicación o directamente en paquetes alimenticios y tienda rurales– de alimentos industrializados de bajo costo que desplazan a los alimentos locales y nutritivos.

Las familias rurales que todavía cultivan suficientes alimentos para la comercialización, deploran que éstos no tienen buen precio en el mercado, ya que los intermediarios se quedan con la ganancia. En el mismo sentido, es preocupante la predominancia de los grandes supermercados y tiendas de autoservicio que compiten con la producción campesina y con los mercados locales, muchas veces apoyados por las políticas públicas y por actores políticos locales.

Aunado a lo anterior están los efectos de la devastación ambiental, debido al uso de agroquímicos, la erosión y la deforestación que propician la pérdida de suelos fértiles y resultan en una creciente dificultad para obtener buenas cosechas. Fenómenos a los que se suman eventos extremos cada vez más frecuentes, asociados al cambio climático (sequías prolongadas, lluvias torrenciales, huracanes e inundaciones). Si a ello añadimos la creciente presencia de la violencia en nuestro país, podemos darnos cuenta del difícil panorama que las familias rurales, y las mujeres en particular, tienen por delante.

Las mujeres rurales son reproductoras de la vida en el más amplio sentido de la palabra, pero hacerlo en el contexto de la crisis alimentaria no es tarea fácil, por lo que transitan entre la agobiada resignación de ser “beneficiarias” de los programas de asistencia social y el despliegue de un posicionamiento político, desde el cual reivindican su papel como reproductoras de vida. Muchas mujeres rurales, así situadas, luchan por sus derechos ciudadanos a una alimentación soberana, a ser reconocidas como productoras agrícolas y cuidadoras de la naturaleza, a ser titulares de la tierra, a disponer de servicios de salud dignos y a no ser coercionadas por los programas sociales.

La RedPAR cumple este mes 30 años de acompañar a grupos organizados de mujeres rurales del centro y sur del país en estas y otras luchas; aunque sabemos que no son la mayoría, conocemos el poder de las mujeres cuando se organizan, cuestionan su realidad y actúan frente a ella. Aunque algunas de sus acciones pudieran parecer mínimas o poco significativas, creemos que tienen una gran valía en el contexto actual.

Así, para las mujeres rurales a quienes acompañamos a sembrar hortalizas, aunque sea en macetas o en pequeños solares, esa acción es un acto de resistencia; más aún cuando logran hacerlo en la milpa usando sus propias semillas criollas y sin el uso de agroquímicos.

Saben que cuando producen de esa manera no sólo comen más rico y de manera saludable, sino que están retando a un sistema que quiere que abandonen sus prácticas.

También crean redes locales de abasto, intercambio y comercialización de alimentos con los que tratan de reducir su dependencia del exterior y escapar de la lógica del capitalismo: existen experiencias de mercados locales en comunidades indígenas de Oaxaca, abasto de maíz en comunidades de la zona norte de Puebla o sistemas de trueque en Hidalgo. En ocasiones, conectan esas redes con consumidoras/es urbanos que son sensibles a las problemáticas del campo y de la propia vulnerabilidad alimenticia en la ciudad. En este sentido, cuidan la salud familiar por medio de su propia alimentación, tratando de consumir productos locales, sin químicos y reduciendo los alimentos industrializados. A estos esfuerzos, suman acciones de cuidado del agua y los recursos forestales, y en general se asumen como activas defensoras de su territorio.

Las mujeres rurales, como cuidadoras de la vida, tienen distintas propuestas y apuestas: a) incentivar el cultivo sustentable de alimentos básicos en el traspatio y la parcela como una forma de defender el derecho a alimentarse sanamente, b) luchar por la valorización y el pago justo de sus productos, c) defender y proteger sus semillas y recursos naturales, e) pasar del consumismo al derecho a decidir qué comer y f) luchar por el reconocimiento de los derechos de las mujeres rurales e indígenas.

Además, sostienen que no pueden hacer solas esta lucha, sino propiciando espacios de intercambio de experiencias, desarrollo personal y de autocuidado, y haciéndose escuchar por otras mujeres, organizaciones y redes. Pero hacerse escuchar en un contexto de movimientos sociales, con reivindicaciones urgentes de clase, resulta difícil para las mujeres rurales, cuyos tiempos, habilidades y reivindicaciones propias no siempre parecen estar al ritmo que los movimientos demandan.

Hay que afinar el oído, alentar el paso y abrir el corazón para entender que su lucha no es sólo para el bienestar individual, sino para el de todas y todos los mexicanos y eso la convierte en una lucha nacional.

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