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Caminata migrante
Sobreviviente de la matanza de San Fernando espera segundo milagro
Corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 24 de octubre de 2018, p. 5

Tapachula, Chis., El hondureño Noé Martínez, uno de los dos sobrevivientes de la matanza de 72 migrantes perpetrada por el grupo criminal Los Zetas en agosto de 2010 en San Fernando, Tamaulipas, pensó mucho si se incorporaba a la caravana que el 13 de octubre salió de San Pedro Sula hacia Estados Unidos.

Después de hablar con sus hijos, su esposa y orar por no encontrar obstáculos en su camino, decidió arriesgar la vida nuevamente, esperando el segundo milagro, ahora de cruzar el río Bravo.

Este hombre de 34 años, flaco, de piel morena y mirada triste, ingresó a México en balsa a través del río Suchiate el pasado fin de semana, junto con miles de centroamericanos que participan en la caravana que el lunes llegó al municipio de Huixtla, en la costa de Chiapas.

No sé cómo tuve el valor de regresar; sentí gozo y dije: esta es mi oportunidad de llegar hasta allá, porque mi padre está en Estados Unidos desde hace muchos años y mi sueño es verlo, hablar con él, pero no sé dónde vive, contó durante el descanso de la caravana en Tapachula.

“Soy sobreviviente de la matanza de San Fernando. Al principio nos dijeron que si queríamos trabajar con ellos, que nos darían 3 mil dólares por cabeza. Nos pusimos al brinco y dijimos que no. Entonces el jefe de Los Zetas dijo: ‘pues aquí se les acabó el día, aquí van a quedar enterrados, vamos a hacer una fosa y los vamos a echar a todos, hasta aquí llegó su sueño’. Nos pusimos a llorar.

Empezaron a violar a las mujeres, les pegaban un tiro en la frente. Cuando miré eso, sentí la presencia del Señor conmigo en ese momento y me quité un tape (cinta adhesiva) blanca que le ponen en las manos a uno y me escapé. Me hicieron como unos 200 tiros pero no me pegó ninguno. Éramos 74 personas y Dios hizo el milagro, porque un ecuatoriano también sobrevivió. Le dispararon en la cabeza, pero se hizo el muerto.

Me les escapé porque era el último de la fila y me tiré por una ventana del rancho abandonado en Tamaulipas. Cuando se percataron me dispararon a matar, pero no me detuve. Me tiré a un cañal y luego al río, donde estuve 45 minutos debajo del agua. A las cuatro horas salí, ya cuando no se escuchaba ningún tiro. Fue cuando oí los clamores del ecuatoriano. Caminamos 75 kilómetros debajo de una tormenta hasta que hallamos a los marinos. A mí me hicieron preguntas, que dónde estaban mis compatriotas. Me llevaron en helicóptero. Estuve tres meses en un hospital de México. Después a Honduras para reconocer cadáveres. Eran como 45, narró.

Lo volví a intentar porque en mi país no hay trabajo. El 14 de diciembre me mataron a mi hijo de 18 años. Las pandillas le pegaron 30 disparos. Hablé con mi esposa, mis hijos, de que nuestra vida iba a cambiar, porque ellos necesitan estudio. No tenemos comida ni ropa, y los estudios están caros. Hablé con mis hijos llorando, y con todo el dolor de mi alma los dejé allá, prosiguió.

“Cuando regresé a mi país, me recibió el presidente Porfirio Lobo Sosa. Me enfrenté con él. ‘¿Por qué te fuiste?’, me cuestionó, ‘¿te estabas muriendo de hambre?’ Sí, le dije, porque no tenemos cómo dar de comer a nuestros hijos; tú no das trabajo a la gente, te robas el dinero. Después los de Migración me tuvieron protegido en un hotel de Honduras, donde estuve ocho meses porque corría peligro mi vida, pues me andaban buscando las bandas. A los gobiernos de México y Estados Unidos les pedí asilo político y no me dieron porque lo ordenó Lobo Sosa”.

Aquí estoy dando mi testimonio a todas las personas que migran, para que se cuiden, que no se confíen de otras personas que las vayan a engañar.