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Morelia 2018: un año de buena cosecha
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or esos fenómenos que no tienen voluntad y dependen básicamente del azar, amén de un sensato trabajo de selección, la competencia de largometraje mexicano en el 16 Festival Internacional de Cine de Morelia fue la más sólida que se recuerde desde 2013. Salvo una sola excepción –que no mencionaré para que no sienta feo– todas las películas de dicha sección, con sus más y sus menos, mostraron una clara intencionalidad, una voluntad narrativa bien plantada y una mirada crítica.

Ya Carlos Bonfil en su artículo publicado ayer en este mismo espacio, destacó la participación femenina con el hecho de que la mitad de los títulos fueron firmados por realizadoras. Era hasta cierto punto previsible que el jurado, presidido por la talentosa cineasta escocesa Lynne Ramsay, decidiera otorgar el premio principal a La camarista, opera prima de Lula Avilés.

Lo raro fue que Niñas bien, la realización más temeraria en tono y enfoque para mi gusto no obtuvo reconocimiento alguno. En su segundo largometraje, la directora Alejandra Márquez Abella dio un gran salto cualitativo en relación con su debut, Semana Santa (2015), mediante una adaptación juiciosa del texto de Guadalupe Loaeza, centrándose en un ama de casa privilegiada (Ilse Salas) en el trance de dejar de serlo a causa del descalabro económico ocurrido en el último año del sexenio lópezportillista. La película nunca transita por el camino fácil de la caricatura y acomete su sátira social con sutileza y aplomo. Un reparto ejemplar –Salas consigue su mejor trabajo a la fecha– redondea ese retrato despiadado de una clase tan frívola como discriminante.

Similarmente incisiva resultó Leona, opera prima de Isaac Cherem. En ella, la narrativa se centra en Ariela (Naian González Norvind... hija de Nailea, nieta de Eva), una joven judía cuya comunidad no acepta el hecho de que se haya enamorado de un goyim (Christian Vázquez) y se dispone a emparejarla con un buen muchacho correligionario. En una competencia marcada por notables actuaciones femeninas, González Norvind obtuvo el premio por su sensible interpretación de un personaje empeñado en ser ella misma y no ceder al esquema reductivo, impuesto por la presión social. Aunque el tema es serio, la película encuentra humor en la serie de galanes ensimismados que los allegados de la protagonista intentan endilgarle.

Otra forma de crítica social más militante fue vista en Antes del olvido, segunda realización de Iria Gómez Concheiro, que se sitúa entre los habitantes de una vieja vecindad del centro de Ciudad de México, amenazados con ser desalojados por las autoridades. Con un reparto integrado en su mayor parte por actores no profesionales, la película es de índole coral, pues todas las voces del vecindario ejercen su carga dramática. La directora construye bien la progresión de la resistencia y concluye con un convincente clímax, reforzado con algo de sentimentalismo.

Y en un año en que la empleada doméstica ha cobrado especial relevancia, vía Roma, de Alfonso Cuarón, es muy válida la aportación de El ombligo de Guie’dani (Xquipi’ Ghie’dani), primer largometraje del catalán Xavi Sala, centrado en la figura rebelde del personaje titular, una niña zapoteca (Sótera Cruz) forzada a acompañar a su mamá en el trabajo al servicio de una condescendiente familia acomodada. Siguiendo la pauta de La ceremonia (1995), de Claude Chabrol, Guie’dani se va a aliar con otra niña vecina para dejar aflorar su resentimiento social cuando sus patrones se ausentan. Sin embargo, la catarsis se queda trunca y da pie a una resolución mucho más amarga... y verosímil.

Junto con Bayoneta, de Kyzza Terrazas, que la falta de espacio no me deja comentar, esos fueron mis títulos predilectos de una competencia de alto nivel. Ciertamente el cine mexicano de autor ha mostrado en el festival estar pasando por un momento particularmente inspirado. Ahora sólo falta que consiga ser visto por el público interesado.

Twitter: @walyder