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Nosotros ya no somos los mismos

En mi voto propuse ¡Saltillo!

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▲ Votación sobre el nuevo aeropuerto en el parque México, ayer.Foto Marco Peláez
C

omo era de esperarse, los requerimientos de mayor información sobre mi narración de las pasadas dos semanas sobre el inusitado acontecimiento en la Cámara de Diputados, a ocho años de Tlatelolco, fueron tan vastos, que me sería imposible atenderlos dentro del cuerpo de la columneta. Contestaré los ítems, planteados por miembros de la multitud y los demás trataré de responderlos directamente.

Primero. ¿Quién ganó la votación entre los que reivindicaban el 2 de octubre y quienes consideraban que los altos jefes del Ejército y la Marina debían ser recompensados con prestaciones singulares? 2. ¿Quiénes votaron en favor y quiénes no? 3. ¿Cómo reaccionaron las fracciones parlamentarias tras la votación? 4. ¿Qué opinión le merecen la actitud de Ramírez y Ramírez y González Guevara? 5. ¿Cómo les fue a los priístas disidentes a partir de ese día?

Contesto: 1. Por amplia mayoría, la iniciativa avalada por el PRI, consiguió el respaldo del pleno. 2. Aunque la votación fue nominal, pienso que no hubo registro del sentido del voto de cada persona. No me atrevería jamás, sin pruebas, a formar a cualquier diputado en uno u otro bando. Aunque hay evidencias que son abrumadoras, prefiero no arriesgar honra alguna a mi traqueteada memoria. 3. La fracción panista celebraba, como Caballeros de Colón adelantando Pascuas, como selecto club de CEO de Manhattan festejando la Hanuká, después de una estrepitosa caída de la bolsa, de esas en las que siempre los rabinos salen ganones. Su victoria en esa batalla le­gislativa no tenía antecedentes, sus derrotas a la hora del cuentavotos eran costumbre rara vez alterada, pero, si mal no recuerdo, esa tarde se abrazaban, felicitaban y bendecían unos a otros. El matrimonio que constituía la bancada parmista seguía como siempre, entrelazada entre agravios y arrumacos. Pero en el grupo del PPS, el duelo sí era de verdad: llanto y crujir de dientes. Un milagro (seguro soviético) impidió que Ortiz Mendoza cayera fulminado por un infarto (todo mundo entiende que si cayó, calló). Afortunadamente no fue así, pero la provisión de la Conyza filaginoides (así llamada en Médica Sur, o, gordolobo, en el mercado Sonora) se agotó por esos días. El bando de la mayoría, obviamente, el más afectado, estaba comandado, para su fortuna, por un master degree de la universidad de la realpolitik: don Augusto Gómez Villanueva. Él nació decano profesional. Lo fue desde el jardín de niños Profesor Enrique Olivares Santana, hasta la Asamblea Constituyente de Ciudad de México y, seguramente, lo será en la próxima Legislatura. Aguantó vara cuando don Luis le dijo: perdimos, compañero; consuélese, le fue peor al reaccionario de Moya Palencia. Felicite a Pepe. Lo está esperando. Gómez Villanueva, experto en control de daños, crisis sexenales y cambio de ruta a mitad del río, con toda la solemnidad, que nunca le abandona, respondió: ¡arriba y adelante! Jamás de su parte se dio un reclamo, menos un desquite. Al contrario. En menos de una semana convocó a una cena en las oficinas de la Gran Comisión y nos reunió, a los priístas levantiscos, con los miembros del Estado Mayor, encabezados por el general Godínez. No hubo plenas coincidencias, pero sí, la conocencia y la cercanía personal fue muy positiva. Teníamos muchas diferencias, pero entre esos personajes y nosotros, aleteaba algo no definible: ¿curiosidad, admiración, respeto, envidia por lo que el otro posee y uno ni siquiera imagina, ni menos valora? A mi lado estaba un, creo, teniente. Del otro, un Ernesto Gómez Cruz o, cualquier miembro del reparto de la espléndida película El infierno. Hablé con cada uno, procurando no crear diferencias. Encontré en los diálogos con ambos, similitudes y diferencias. Orígenes geográficos, familiares, económicos semejantes, y una idéntica satisfacción y voluntad de pertenencia al cuerpo al que, ya integrados, le daba existencia: al fin, eran alguien. Mientras el Ejército, el seminario y las cada vez más menguadas normales ­ru­rales sigan siendo las únicas legítimas puertas de escape para los jóvenes campesinos con derechos a salvo (¿aún existen?). Curitas, juanes, profes, migrantes, no puedo dejar de tener confianza en las bases de este Ejército, tan de clase como el chileno o el argentino pero, ahí donde la ven, de la contraria a la que aquellos representan.

Fui a votar. Mi voto puede ser distinguido de todos los emitidos, porque propuse una opción diferente: propuse ¡Saltillo! No es un simplón chascarrillo. Es dejar claro que los asuntos que a todos incumben no pueden decidirse tan sólo por el interés, inteligencia, sapiencia y fuerza de los beneficiarios. El pueblo llano tenemos derecho, aunque sea al quejido y a la mentada. Que se abra y perfeccione la etapa, inédita, de que la gente o como le conocíamos antes, el pueblo cuente.

Twitter: @ortiztejeda