Opinión
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Aprender a morir

La Catrina, otra máscara

C

uando en un país se vuelve ciencia pavimentar con materiales durables calles y carreteras, y es poco menos que imposible señalizar oportuna y claramente las mismas, estamos ante un nivel de conciencia bajo, tanto individual como colectivo, lo que se manifiesta en una notable capacidad de engaño y de autoengaño, de nociva simulación y de marcada tendencia a disfrazar la realidad, propia y ajena.

La Calavera Garbancera, nombró a su creación el genial grabador José Guadalupe Posada, que Diego Rivera rebautizaría como La Catrina. Pero algo tan interesante o más que el famoso grabado es el hecho de que en el último tercio del siglo XIX se conocía como garbanceros a vendedores de garbanzo y a quienes teniendo sangre indígena se pretendían europeos y renegaban de sus orígenes, en otra versión del malinchismo o actitud de valorar lo extranjero a costa de lo propio.

Ya sea catrina (elegancia más bien pretensiosa) o garbancera, en ambos casos esta calaca aparenta burlarse de lo inevitable y a la vez encubrir su realidad social o de sangre, engañar a la misma muerte fingiendo ser uno de los suyos y autoengañarse convenciéndose de que no le teme. El amplio sombrero con seda, flores y plumas no logra engalanar ni cubrir el enfadoso aspecto de los huesos que somos. Vanos intentos de hacer justicia y combatir a la delincuencia, protagonizando a diario escenas mortíferas perversamente atenuadas por el rating; vistosas ofrendas e imaginativos altares de muertos para honrar su memoria mientras la muerte nos ronda de manera antinatural.

Y las escuelas de medicina en el mundo, no sólo en México, todavía pensando si incorporan a sus viejos planes de estudios una formación tanatológica que libere de mitos, soberbias y bizantinas objeciones de conciencia al futuro profesionista, atrapado en las redes de una mercantilizada, burocrática e inhumana industria de la salud que aún considera a la muerte natural como enemiga de la vanidad científica, pero obligada amiga de la tecnología, tan cara como inaccesible e infructuosa.

Un lector escribe: Absténganse de adquirir unos publicitados lentes lupa, fabricados para variar en China. Además de no aumentar el porcentaje que dicen, pues depende de cada visión, las bisagras de las varillas se rompen con mucha facilidad. Para colmo, vienen en un paquete que dificulta sacarlas.