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Ver día anteriorLunes 10 de diciembre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sociedad y reciprocidad
T

omemos por conveniencia la descripción genérica que ofrece Paul Collier acerca del descontento creciente que existe hoy en el capitalismo global y que puede apreciarse en distintas manifestaciones a lo largo del mundo.

Lo plantea de manera directa, al referirse a las profundas fisuras que están desgarrando las estructuras sociales, acarreando nuevas ansiedades en la gente y nuevas pasiones en la política.

Hoy, en México, esta descripción no es extraña. La degradación ostensible de la forma de gobernar, que culminó en la transición que se inició formalmente en las pasadas elecciones, ha sido muy expresiva al respecto. Se ha abierto, sin duda, un periodo de fuertes ajustes, en lo que se propone como una nueva dirección en materia política junto a la gestión económica. El proceso no será terso, exige decisión y acomodo de todas las partes involucradas. También requiere mucha cautela.

Si dejamos de lado por un momento el localismo provocado y agravado por los enormes problemas reales del país con sus apreciables consecuencias, podemos apreciar aquí algunas expresiones actuales de dicha ansiedad y pasión.

En Brasil el cambio político en los pasados dos años ha sido severo y conflictivo. Las fuerzas políticas se han reacomodado, como han hecho igualmente las exigencias sociales. En Argentina no amaina la crisis, a la par de la confrontación (incluida la gran bronca entre las barras futboleras de Boca Juniors y River Plate).

En Gran Bretaña, los políticos no aciertan en ofrecer a los ciudadanos un acuerdo satisfactorio sobre la iniciativa para dejar la Unión Europea. El Parlamento podría orillar a un nuevo referend sobre el Brexit.

En Francia, un alza al precio de los combustibles ha desatado una protesta social de magnitud que indica la verdadera hondura del descontento de parte de la población con el modo en que funciona esa sociedad, con las tensiones que provocan las relaciones económicas y el severo ajuste fiscal. El gobierno no logra apaciguar el enfrentamiento en las calles de una creciente ola de chalecos amarillos, quienes parecen actuar de manera espontánea pero que irán organizándose más a medida que se alargue el conflicto.

Lula está en la cárcel; Theresa May está a punto de perder su puesto al frente del gobierno; Macron afronta una nueva crisis social, la peor de su gobierno. Angela Merkel libró apenas la sucesión del liderazgo de su partido frente a una poderosa facción que proponía un giro mayor hacia la derecha desde el centro, que ella ha liderado por 18 años entre los conservadores de la Unión Demócrata Cristiana. Los casos se multiplican en Europa: Italia, Polonia, Hungría y ahora España con el giro a la derecha en Andalucía, protagonizado por el avance electoral del partido Vox, a lo que se suma una persistente confrontación en Cataluña.

Collier considera las visibles fracturas entre los que mantienen una condición de ventaja en términos, por ejemplo, de acceso a educación, salud, trabajo e ingreso frente a la creciente y dilatada exclusión social. También la que se extiende entre los habitantes de metrópolis y provincias que están en proceso de abandono y decadencia. (Recuérdese que el término provincia se origina en la Roma antigua y se refería a los territorios conquistados y sometidos a la jurisdicción de un magistrado romano).

Parte visible de los fenómenos sociales que se aprecian actualmente corresponde a las reacciones, sean desde la derecha o la izquierda políticas, para afrontar la frustración y el desaliento popular. No son todas del mismo signo. Sus formas van cada vez más desde una cierta moderación al extremismo abierto. Ninguna tiene asegurada la superación de los conflictos. Falta todavía mucho por ver en los fenómenos en curso y la manera en que se manifiesten.

Los conflictos pueden agravarse, y de eso no hay duda. El marco que prevalece está signado, siguiendo a Collier, pero advertido por cualquiera que siga los procesos en curso por una estructura financiera desbocada, una presión fiscal muy fuerte, la naturaleza desanclada de la globalización, la carrera tecnológica con efectos desquiciantes y la forzada migración masiva de poblaciones que exhibe las presiones sociales que se han gestado.

Collier plantea que el terreno de las disputas es económico, pero también ético. La introducción de esta última consideración es relevante, pero admitamos que no es elemento clave o común en la manera en que se tratan las confrontaciones abiertas en el mundo.

La situación se expresa en términos de obligaciones recíprocas, noción que no es evidente cuando de lo que se trata es de integrarlas de modo propositivo y eficaz en la gestión política. No obstante, no puede eludirse la reciprocidad en el entorno de una sociedad compleja y dentro de la acción del gobierno. Todo esto es parte integral de la problemática noción de la inclusión, pero esto, hoy, parece ir a la zaga.