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Mar de Historias

Regalito sorpresa

M

ientras baja del automóvil con la ayuda de su hijo Ricardo, Enedina repite los consejos que ha estado dándole desde que salieron de Narvarte rumbo a Echegaray: No te desveles para que vayas descansado. No manejes rápido y menos de noche: las carreteras se han vuelto muy peligrosas. Por nada del mundo vayas a exponer a tu familia.

Se refiere a su esposa Patricia y a sus dos hijos, Marcia y Galo. Tomarán vacaciones desde mañana hasta el cinco de enero. Por ese motivo sustituyeron la cena de Nochebuena por la comida que acaban de compartir. Entiende que el cambio de la celebración haya sido inevitable, pero aun así la decepciona. Para ella las fechas señaladas deben respetarse, en especial la Navidad.

II

Después de recibir la bendición de su madre, Ricardo la acompaña hasta la puerta de su casa y le entrega las dos bolsas decoradas con motivos navideños que le pertenecen. En una están los túpers con bacalao, pastel y ensalada de manzana que a Patricia le sale muy bien, aunque con demasiado sabor gringo; en la otra, su regalo dentro de una caja envuelta en papel brillante y adornada con un vistoso moño rojo. Ignora qué pueda contener, pero da por sentado que no serán una plancha, unas pantuflas o un juego de toallas. Esos objetos encabezan la lista de los obsequios que abomina: le resultan muy impersonales, un simple trámite obligatorio.

II

Rápido y sin prestar atención, Enedina mete los contenedores en el refrigerador. Por el momento sólo le interesa saber qué hay en la caja envuelta para regalo. Podrían ser un perfume, unos guantes de piel, una chalina. Suena el teléfono. Piensa que la llamada puede ser de Alberto, su hijo menor. Vive en Huasca. Por exigencias de su negocio –el restaurante La Florecita– no pudo asistir a la comida navideña y querrá felicitarla.

Quien le habla es Constanza, la amiga con quien asiste los viernes a las clases de yoga. Feliz de compartir con ella sus novedades, Enedina le da pormenores de la comida en casa de Ricardo y le describe el menú: Los romeritos estaban muy buenos, pero el bacalao era una auténtica delicia. Como salen mañana de vacaciones, mi nuera quiso que me trajera todo el que le quedó en vez de dejarlo en el refrigerador. Te invito a comer mañana para que lo pruebes y de paso te enseño mi regalo. No sé qué es porque todavía no he abierto la caja donde me lo pusieron.

Esa explicación despierta la curiosidad de Constanza: ¿Y qué esperas? ¡Abre la caja! Al tomarla, Enedina nota que la envoltura está sellada con varias vueltas de cinta adhesiva: Sí, ya voy, pero creo que necesito tijeras. Iré a buscarlas. Para no tenerte esperando en la línea, cuelga. Te llamo en dos minutos. De acuerdo. Espero a que me marques.

III

Armada con sus tijeras, Enedina empieza a cortar la cinta. Lo hace con cuidado para no romper la envoltura. La guardará junto con otras que le recuerdan celebraciones anteriores. Cuando al fin logra abrir la caja ve otra con una tarjeta firmada por su hijo, su nuera y sus nietos. ¿Qué dirá? Se apresura a ponerse los anteojos que lleva colgados al cuello con una cadenita y lee: Queremos decirte que te adoramos y deseamos que siempre estés muy bien.

Besa el mensaje y lo pone entre las ramas del adorno floral que tiene sobre la mesa-camilla, junto al teléfono. Retira el papel de China que protege el regalo y queda al descubierto un objeto blanco, parecido al mango de una garlopa o de una plancha. Lo toma con cierta precaución y aunque lo mira por todos lados no logra comprender su utilidad.

Piensa en llamar a Ricardo y preguntárselo, pero desiste cuando descubre un cuadernillo: Instructivo para el mejor uso de la Barra de Protección. Aconsejable para personas de edad, sus ventosas laterales facilitan la instalación en el cuarto de baño, de preferencia junto a la regadera.

Enedina queda atónita. Aunque pasa de los sesenta y cinco años, nunca se ha considerado una persona de edad; además, le sorprende que Ricardo y Patricia la hayan incluido en el grupo de mujeres que empiezan a tener limitaciones para valerse por sí mismas.

Recupera la tarjeta y relee la dedicatoria. Es muy tierna. No duda de las buenas intenciones de su familia, ni de que en ese regalo tan inesperado haya querido materializar sus buenos sentimientos hacia ella, pero... Toma la barra y vuelve a observarla con mayor detenimiento. Le recuerda una que vio, pero mucho más grande y cromada, en el cuarto de hospital donde estuvo su nuera cuando nació Marcia. En aquel momento ni siquiera imaginó que algún día iba a necesitar de un apoyo semejante.

IV

El timbre del teléfono la sobresalta. Sabe que es Constanza. Se apresura a contestarle y enseguida oye sus reproches: Prometiste llamarme en dos minutos y ya pasaron diez. ¿Por qué tardaste tanto? Sabes que me muero porque me digas qué te regaló tu familia. ¿Es algo precioso, verdad? Enedina no se atreve a decepcionar a su amiga diciéndole la verdad y con un desenfado que la sorprende, miente: Sí, mucho: mi perfume predilecto y que tanto le gustaba a mi marido. Lástima que me haya pasado algo terrible: en el momento de abrirlo, el frasco se me resbaló de las manos, no me explico por qué.

Pero yo sí: tienes principio de artritis. No te preocupes, en mujeres de tu edad es algo muy natural; pero de todos modos, consulta con tu médico. Si quieres te acompaño a verlo. Ah, y acuérdate de que me invitaste a comer mañana. Te aconsejo que desde ahorita dejes todas las ventanas abiertas. No quiero que el olor a perfume nos eche a perder el gusto del bacalao.