Opinión
Ver día anteriorDomingo 20 de enero de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La seguridad de lo inseguro
P

arece ser que el drama huachicolero puede más o menos pronto ser dejado atrás, sin daños mayores a la economía, la producción y el consumo. Los desajustes mayores han sido absorbidos con eficacia, pero todavía queda por saber la magnitud de los efectos negativos del desabasto en regiones de gran importancia como el Bajío y, en particular, la zona metropolitana de Guadalajara.

En todo caso, el recuento de daños podrá hacerse, así parece hoy, con relativa calma y sin aspavientos e intercambios estridentes. Aunque la templanza pueda llevarnos a ilusiones vanas, dada la efectiva gravedad del asunto.

Los foros institucionales convencionales se trastocaron con la emergencia; las organizaciones empresariales se asomaron, azoradas, al abismo de la escasez absoluta y las pocas agrupaciones sociales de verdadera relevancia optaron por el silencio. El Congreso de la Unión no pudo organizarse con presteza para ser el foro central, como se debe en toda democracia republicana. Tampoco hubo mucho cuidado en el Ejecutivo a este respecto, cuando la magnitud del problema no sólo era grande sino crecía.

El plantón de la secretaria de Energía y del director de Petróleos Mexicanos (Pemex) a los diputados no es una anécdota más del secular desequilibrio de los poderes del Estado. Mucho menos si se repite, como ha sido el caso. Por su parte, los gobernadores de los estados más afectados se quejaron y, en Jalisco con decibeles altos, pero no salió de ahí una propuesta con perspectiva de mediano y largo plazo como la cuestión energética lo reclama.

¿Qué es entonces lo que queda? En primer término, ajustar la máquina gubernamental para echar a andar un programa de expansión de nuestras capacidades de almacenamiento y distribución eficaces. México no puede darse el lujo de nuevas visitas al racionamiento de un bien básico como el combustible; tiene que recuperar nociones primordiales sobre la seguridad básica que no ha sido resuelta: en alimentos, desde luego, pero también en energía porque esa seguridad, por lo visto en estos días, pende de un hilo.

Si empezara a funcionar una convocatoria articulada por la noción de seguridad, pero claramente referida a las necesidades esenciales o básicas para la vida, entonces podríamos entrar al callejón de los sustos de la inseguridad galopante de la ciudadanía. Las más recientes encuestas del Inegi nos hablan de una situación extrema y por ello harto peligrosa.

Una población que mayoritariamente se siente insegura en su cotidianidad es, para recordar al poeta, un león preparado para saltar, en cualquier momento y ante cualquier chispa. Pero a diferencia de lo que el maestro Paz veía después del dos de octubre del 68, esta disposición no es la de una comunidad airada y encrespada, indignada ante la agresión criminal e injusta, sino la de una sociedad sin coordenadas ni recursos, sin aliento, aunque anide todavía mucha esperanza.

La (in) seguridad física y mental, tal vez moral, nos rodea. Eso es lo que nos deja este primer remezón de año nuevo.