Opinión
Ver día anteriorDomingo 20 de enero de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Glass
D

espués de haber iniciado con El protegido (Unbreakable, 2000), hace casi 20 años, trilogía de disfuncionalidades paranormales, el realizador M. Night Shyamalan cierra el ciclo con un delirio llamado Glass (2018), en alusión al nombre del protagonista afroestadunidense que interpreta Samuel L. Jackson, tenebroso hombre con huesos de cristal decidido a sembrar el caos en torno suyo como revancha letal por los agravios padecidos a lo largo de su vida. Entre ambas cintas el cineasta de origen hindú realizó Fragmentado (Split, 2016), relato centrado en el asesino con personalidades múltiples (23 en total) que encarna un portentoso James Mc Avoy. De este modo, en Glass se encuentran reunidos Jackson, Mc Avoy y el invulnerable guardián protector David Dunn (Bruce Willis) para un desenlace en tono de apocalipsis.

Para muchos espectadores de Glass, la trama resultará un tanto incomprensible o por lo menos plagada de enigmáticas lagunas narrativas si no tiene presente la premisa inicial de una trilogía concebida hace ya dos décadas con El protegido. En esa primera cinta David Dunn asistía perplejo, y con él su esposa y su hijo, al fenómeno sobrenatural de no verse jamás afectado por enfermedad alguna y sobre todo al trauma de haber sido el único sobreviviente de un gran accidente ferroviario. Poco a poco descubriría las ventajas de su coraza protectora en su trabajo como guardián de seguridad. Como un añadido conveniente, David poseía la facultad paranormal de detectar la realización inminente de un delito o de identificar a los perpetradores de un crimen recién cometido. El ser providencialmente protegido se volvía así un protector social por excelencia. Un superhéroe involuntario arrastrado por el destino a enfrentarse a las fuerzas del mal. El tema es muy atractivo en la moda actual del cine de superhéroes inspirados en historietas gráficas, con el giro inquietante y tangencialmente politizado que puede imprimirle el autor de El sexto sentido (1999).

En Fragmentado, segunda parte de la trilogía, el Mal aparecía ya poderosamente encarnado en el personaje de Kevin Crumb (conocido también como La Bestia), un sicópata con trastorno de personalidad múltiple que incapaz de controlar a alguna de sus identidades perversas podía actuar como mujer o como niño, o como hombre de fuerza descomunal para torturar y asesinar a sus numerosas víctimas. James Mc Avoy ofrecía en esa cinta una actuación tan proteica como memorable. Los personajes del invulnerable David Dunn y el misterioso señor Glass apenas se insinuaban en esa película; el primero era una presencia ya lejana, casi olvidada; el segundo, una amenaza perturbadora que sólo esperaba el momento propicio para desplegar toda su capacidad de destrucción y su rencor infinito desde una engañosa fragilidad extrema como hombre de cristal confinado a una silla de ruedas.

M. Night Shyamalan, ese cineasta probablemente aficionado a las historietas gráficas, procede en Glass a un replanteamiento o a una inversión total de los valores que suele manejar el cine de superhéroes. Más que la clásica oposición del bien y el mal, privilegia aquí el contraste entre lo invencible y lo frágil en el heroísmo humano.

Más interesante aún, en una época plagada de fake news periodísticas y posverdades institucionales, La Bestia con identidades disociativas refleja algo del encumbramiento político que puede llegar a tener hoy la conducta esquizofrénica. El centro siquiátrico que aparece en Glass y en el que coinciden los protagonistas disfuncionales de las tres cintas, vueltos ya menos una amenaza global que patéticos guiñapos humanos, es una dura metáfora del mundo presente tal como lo percibe el cineasta. Si se desea apreciar cabalmente el inquietante territorio de Elijah Price, ese paria despreciado que retadoramente exige ahora ser conocido como señor Glass, se recomienda descubrir o ver de nuevo El protegido y Fragmentado, las dos primeras entregas de la trilogía, disponibles en Netflix o en video. Los tuits de odio que un político autoritario puede enviar cada mañana y los ecos y desfogues del rencor colectivo en las redes sociales completarán también la imagen de ese horror global que la película Glass insinúa con perspicacia y precisión sorprendentes.

Se exhibe en salas de Cinépolis y Cinemex.

Twitter: Carlos.Bonfil1