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Puntos sobre las íes

Recuerdos // Empresarios (CIV)

Y

a cumplir con mi deber.

Así concluyó la hermosa, inigualable y sin par Conchita Cintrón, el capítulo 103 de esta serie, tras haber sido nombrada policía secreta del Estado, con el fin de que pudiera circular sin ningún tropiezo.

“El documento ostentaba la mar de sellos y mi retrato. Con este tesoro en el bolso me aventuré a la carretera, infantilmente divertida con la idea de mostrar mi importancia.

“Lo intenté en Monterrey, mas no lo conseguí, pues al preguntarle a un guardia, en día prohibido, por la dirección de una señora americana, Virginia Wilkinson, que nos esperaba a cenar con su hija Bárbara, el buen guardia nos contestó:

“‘¿Ve la calle donde dice dirección prohibida? Pues siga usted por ahí, que pronto encontrará la carretera de La Fama’.

“Y, en verdad me desanimé.

“Y más en la capital, al no haber podido mostrar mi papel, cuando en pleno Paseo de la Reforma, me pasé dos luces rojas. Había llegado el momento. Sonó el pito.

“Ah, Conchita –me dijo el policía sacudiendo la cabeza–. Como siga usted así le van a estropear el coche’.

“Mas todo no estaba perdido; todavía me quedaba el recurso de la velocidad, y al ver a dos motoristas del estado, en la carretera de Morelia, aceleré. Dicho y hecho: me pararon.

“Vamos atrasados para la corrida –dije–, sacando al mismo tiempo mi papel del bolsillo.

“Pero no tuve tiempo de mostrarlo; los guardias me saludaron con afecto, dijeron que no querían hacerme perder más tiempo, y montando en sus motocicletas, nos acompañaron con el sonido de las sirenas hasta la plaza.

“Parece imposible, pero nunca conseguí mostrar mi documento, papel que más tarde me trajo complicaciones al pasar por Trinidad, rumbo a Europa. Los ingleses, que siendo tiempo de guerra censuraban todos nuestros papeles, quisieron saber de qué se trataban. Mirándolos vestidos de militares, pantalón corto, gruesas medias hasta la rodilla y sombrero de cazador, el vivo retrato de la disciplina y falta de imaginación y orden, casi desistí antes de empezar de darles explicaciones necesarias.

“Como dije anteriormente, el general Ávila Camacho era un hombre generoso. Regalaba caballos –me dio cuatro– con la mayor facilidad y sus varias casas estaban siempre abiertas, con comida y criados, armarios y cómodas a disposición de quien quisiera descansar. Una de sus casas quedaba en Fortín de las Flores, un lugar de ensueño. Hace, además, honor a su nombre, pues mucho antes de verle la brisa nos trae el aroma de sus naranjos y jazmines.

“Allí, en Fortín vi la piscina más linda que haya visto. Por la mañana la llenaban de gardenias y nadaba entre suaves pétalos perfumados.

“He conocido, en el transcurso de los años, a muchos espectadores originales, pero ninguno, quizá, tanto como la de Fortín de la de Flores. Salía yo de la plaza –por cierto, Ruy me había echado su gorra al ruedo, gesto único en su vida, para premiar un quite por gaoneras–, cuando me encontré con una anciana muy pobre. Al verla tan rota sentí ese impulso que tenemos de remediar lo que se pueda con dinero. Al departir conmigo la viejecita abrió sus delgados labios en una gran sonrisa de abuelita.

“Conchita –me dijo– qué gusto tan grande me ha dado al verla torear.

“Quizá adivinaría la pregunta que me hacía al mirarla, y prosiguió:

“El camalero –matarife– me dejó entrar.

“Y ante mI sorprendida mirada, la anciana empezó a sacar de un nudo de su pañuelo una moneda: ¡era un peso!

“Tome –me dijo–, yo quiero darle algo para agradecérselo, y esto es todo lo que tengo.

“No pude rehusar lo que me pedían aquellos ojos y acepté una fortuna de quien merecía una limosna.

“La subida del general al poder taurino fue, a mi ver, un bien para la Fiesta. Durante su breve dictadura se acabaron muchos líos y disidencias existentes. Estos, de molestos, habían llegado a separar en dos grupos a la torería. Por un lado se encontraban Armillita y Solórzano, con algunos novilleros y los ganaderos de Tlaxcala y La Punta, y por otra parte estaban Garza y El Soldado con las ganaderías de San Mateo, Torrecillas y otro grupo de novillero. El ambiente estaba agitado.

(Continuará)

(AAB)