Opinión
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Arte y tiempo

Por temor a que cantemos libres

E

n el México de hoy, una triste y vergonzosa realidad es que los feminicidios, maltrato en general y discriminación hacia la mujer en una u otra forma, siguen siendo pan de cada día. Los diarios de aquí y allá así nos lo siguen informando. En estas dolorosas condiciones surge por demás oportuna la creación, qué bueno, de un hombre, Felipe Rodríguez, quien escribió la obra Por temor a que cantemos libres, que con la complicidad total de tres mujeres, Nora Manneck en la dirección, Lizeth Rondero en la interpretación y otra joven cuyo nombre no aparece en el programa de mano, al piano, lanzan su grito de denuncia, protesta y libertad en el Teatro Granero Xavier Rojas.

Con gran ingenio, los creativos simplificaron el aparato escenográfico a una caja de regulares dimensiones que se va transformando en cama, casa, escritorio, baúl de objetos, etcétera, con lo que con excepción de esta misma caja y el piano situado al fondo, la escena queda limpia para el desenvolvimiento actoral, lo que aprovechan muy bien Lizeth Rondero y su directora, apoyadas en el práctico y transformable vestuario de Giselle Sandiel, la iluminación de Tenoch y la música incidental y arreglos de Alba Rosas.

Con buen tino, puesto que no se trata de un mitin político sino de una obra teatral, el autor recurre para su denuncia no al panfleto, sino a hechos ocurridos a lo largo de la historia, empezando por el periodo de la Santa Inquisición y llegando hasta la joven universitaria de nuestros días a través de cinco casos emblemáticos. Esto implica un trabajo actoral en casi permanente transformación porque cada uno de los casos elegidos presenta a una mujer distinta en tiempos y circunstancias diferentes, reto que Lizeth Rondero resuelve con plena solvencia tanto en la palabra propiamente dicha como en el entonamiento de las canciones incidentales que se dan, salvo algunos momentos en que tiene pequeños problemas de dicción.

La amante del diablo, primer caso abordado, nos remite al oscurantismo propio de la Inquisición y, hay que decirlo, de la religión en general, cualquiera que esta sea, que por principio niega la naturaleza humana y por tanto las necesidades y deseos que van más allá de las propiamente fisiológicas. En tales condiciones, cualquier mujer que acepte sentir deseo sexual tiene que estar endemoniada y debe ser castigada en la hoguera.

Que una mujer se atreviera a pedir el divorcio en el siglo XIX era, por supuesto, motivo de condena social y eclesiástica sin considerar las razones que la mujer en cuestión tuviera y, claro, ella fue la estigmatizada. Igualmente, otra que se atrevió a trabajar fuera de casa fue también muy mal vista. Que sus hijos y ella misma se estuvieran muriendo de hambre por los vicios e irresponsabilidad del marido, eso no era importante.

Mucho más recientemente, en un hecho que muchos recordarán, en la colonia Portales en los últimos años del siglo pasado, una mujer se cansó de ser golpeada ella y sus hijos y, harta al fin, mató a su marido e hizo algo más. El caso de la tamalera sacudió al país. Ella, liberada al fin y en paz consigo misma, declaró: Me cansé, me cansé. Millones como ella en pleno 2019 están hartas, pero aún no se han atrevido, ¡atención!

Buen trabajo teatral y gran actualidad; funciones jueves y viernes a las 20 horas; sábados, 19:00, y domingos, 18 horas.