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General: no es personal, es política
“N

o es nada personal, son sólo negocios.” Alejándose de cualquier sentimentalismo, la frase contiene los trazos de una actuación racional: proteger a la familia. No importa si es consanguínea o un grupo con intereses comunes. El diálogo entre los hermanos Santino y Michael Corleone zanja el debate con un: “hasta el asesinato del padre –le dice Sonny a Michael– no fue personal, eran negocios”. En la escena, Michael, para no desatar una guerra entre familias, le devuelve la mano rechazando su proposición de venganza en caliente: no es personal, Sonny, sólo negocios. Más tarde se cobrará con réditos la afrenta.

Mientras era torturado con el visto bueno de Gustavo Leigh, miembro de la junta militar, y Fernando Matthei, director de la Academia de Guerra de la Fuerza Aérea, el general constitucionalista Arturo Bachelet no daba crédito. Detenido y condenado en consejo de guerra por traición a la patria, su martirio era político. Una deuda por no plegarse a los golpistas. Aun así, el general dudaba: ¿No pueden cumplir órdenes, actúan fuera de la cadena de mando? Su convicción democrática se resistía. Se jactaba de conocer a sus camaradas de armas. Eran amigos, leales a las ordenanzas. Compartían cenas, secretos, cumpleaños, bautizos, jornadas de ocio, vacaciones, deportes y avales bancarios. Eran compadres. Pero el 11 de septiembre todo cambió. Era política. Alberto Arturo Bachelet moría asesinado el 12 de marzo de 1974, consecuencia de las torturas infligidas, contaba 51 años. Su delito, ejercer como secretario de la Dirección Nacional de Abastecimiento y Comercialización en el último periodo del gobierno de la Unidad Popular. Leal al presidente, será detenido en su oficina del Ministerio de Defensa. En las cartas a su mujer, publicadas en 2006, se observa incredulidad. Le pedía trasladar la información a sus compañeros de armas en lo más alto de la escala de mando. Ellos, amigos personales, frenarían tales atrocidades. La realidad fue cruel, Matthei era un cobarde y prefirió las lisonjas de Pinochet, quien lo auparía como miembro de la Junta Militar, destituyendo a Leigh. No hubo compasión, se reunieron para expresarle que no no era nada personal, sólo política. En sus memorias, Matthei justificó su comportamiento ante el amigo vejado: primó la prudencia por sobre el coraje. Mientras, el general, desde la cárcel escribe a su hijo en Australia: “estuve 26 días arrestado e incomunicado. Fui sometido a torturas durante 30 horas [ablandamiento] y finalmente enviado al hospital de la FACH […] me quebraron por dentro, en algún momento, me anduvieron reventando moralmente”.

Hoy se le sigue considerando un traidor a la patria. La justicia chilena se inhibe, aduce la independencia de los tribunales militares para no revocar, anular o modificar la sentencia. Para culminar los despropósitos, su esposa, Ángela Jeria, en medio del juicio a sus torturadores, exculpa al general Matthei, lo considera amigo. En el momento de las torturas, señala, Fernando Matthei no era director de la Academia de Guerra. Miente, su nombramiento, es cierto, se produce en noviembre de 1973, en su estancia en Londres como agregado aeronáutico, cargo desempeñado desde 1971. Pero regresaría a Chile en diciembre de 1973. En febrero de 1974 había tomado posesión del cargo, conoce la detención de su amigo. En los sótanos de la Academia de Guerra, bajo su responsabilidad, se torturaba al general, junto al resto de oficiales y suboficiales constitucionalistas. ¿Su director no lo sabía? Difícil creerlo. Para Michelle, Matthei es su tío Fernando, así lo hace saber en 2009, en acto oficial. Era presidenta. No importa cuánta responsabilidad tuviese en la violación de los derechos humanos.

En 1979, madre e hija, regresan de su exilio. Ángela Jeria es recibida en casa de Fernando Matthei con estas palabras, según relata años más tarde: ¡Cuánto has sufrido, Gelo, cuánto has sufrido! Tú no sabes cuántas veces me siento en el jardín de mi casa y debajo de los olivos que Beto me ayudó a plantar, le converso y le pido consejo. No podía ser menos, eran regalo del general Bachelet.

No fue el único militar torturado por compañeros de armas. En Uruguay Líber Seregni. Un tal José María Sanguinetti, ex presidente, hoy miembro del Grupo de Montevideo, lo sabía y lo consintió. Siempre lo político es personal, afecta a la dignidad y los derechos humanos. Otra interpretación tiene nombre: cobardía y complicidad. Carlos Prats, ex comandante en jefe de las fuerzas armadas de Chile, sentenció en sus Memorias al día siguiente del golpe: “Pienso en la terrible responsabilidad que han echado sobre sus hombros mis ex camaradas de armas al tener que doblegar por la fuerza de las armas a un pueblo orgulloso del ejercicio pleno de los derechos humanos y del imperio de la libertad […]. Presiento que mis ex camaradas de armas jamás recuperarán en vida la paz de sus espíritus, atenazados por el remordimiento de los actos concupiscentes en que se verán fatalmente envueltos y por la angustia ante la sombra de las venganzas, que les perseguirá constantemente”. Todo lo político es personal.