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Mejorar crecimiento económico y la seguridad pública, retos de la 4T

La IP recientemente otorgó el pleno apoyo al gobierno // La cifra de muertos sigue al alza

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▲ En el cambio de gobierno, el año pasado, Enrique Peña Nieto presenció el discurso de Andrés López Obrador en el que prometió terminar con la era neoliberal en el país.Foto Marco Peláez
 
Periódico La Jornada
Domingo 1º de diciembre de 2019, p. 5

El día 107 de esta administración, desde Palacio Nacional, el presidente Andrés Manuel López Obrador decretaba el fin de la época neoliberal, una pesadilla de 36 años. Desafío que a un año el gobierno está en proceso la ambiciosa política social para enfrentar la herencia de pobreza y marginación que contrasta con el comportamiento de la economía que tocó su punto más bajo, al borde de la recesión –contagiada por el entorno internacional–, de acuerdo con las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía y del Banco de México.

En paralelo, otro flanco que no da tregua al Ejecutivo es la inseguridad: 31 mil muertos es una cifra que generó incertidumbre sobre laeficacia de las políticas, al perfilarse como el año más violento de la historia. Es el fruto podrido del neoliberalismo, ha definido López Obrador; México tiene el número de muertes violentas propio de un país en guerra, resumió Michelle Bachelet, alta comisionada de Derechos Humanos de Naciones Unidas, durante su visita a México en abril.

Secuela de esa violencia colocó al mandato obradorista en una de sus coyunturas más críticas la tarde del 18 de octubre, el fallido operativo en Culiacán, Sinaloa, para aprehender a Ovidio Guzmán, que se tradujo en un abierto reto del crimen organizado.

Aún sin superar esa crisis, tres semanas después se perpetró la masacre de tres mujeres y seis niños de la familia LeBarón, cuyas consecuencias han abierto un disentimiento diplomático con Estados Unidos.

La relación con Washington se define como amistosa y de colaboración, pero la agenda bilateral es compleja, al punto que ya provocó tensiones críticas para la administración. La temprana amenaza de la imposición de aranceles por el insuficiente esfuerzo, en opinión del gobierno del presidente Donald Trump, en materia migratoria se subsanó –no sin complicaciones– con un viraje en la política mexicana para sellar las fronteras. Ahora otro desencuentro aflora en torno al carácter político-policial que para el país vecino tienen los cárteles de la droga.

Se cumplen, así, 365 días de gobierno, de actividad casi sin interrupción de López Obrador –precedido por un dinámico periodo de transición– y casi 500 horas de conferencias mañaneras. En ellas delineó su visión del rumbo del país y plasmó su estilo personal que se caracteriza por el debate –que él reivindica como saludable para la democracia–, la confrontación con diversos actores de la vida pública y la proclamación del carácter histórico de su gobierno, bajo la divisa de que está en marcha la Cuarta Transformación.

Esas conferencias matutinas fueron más allá del sentido original de diálogo circular, como lo define el mandatario, para convertirse en escenario central de su gestión, donde lo mismo recibió a altos funcionarios de Naciones Unidas, se firmaron acuerdos con el sector empresarial para finiquitar ríspidas negociaciones en torno a los gasoductos y, especialmente, para anunciar las acciones de su gobierno.

Han sido también marco de desencuentros con los medios de comunicación tradicionales, según la definición: A los periodistas siempre los he respetado, a todos. No los veo como enemigos, sino como adversarios, dijo a modo conclusión tras un episodio en el que confrontó abiertamente a la prensa por la cobertura sobre Culiacán.

La víspera del primer aniversario de su administración, el mandatario convocó a la cúpula empresarial para concretar un multimillonario acuerdo de inversión para infraestructura que se tradujo en una expresión del beneplácito de ese sector con las acciones gubernamentales para favorecer y dar confianza al capital productivo.

Por el contrario, no se registra acercamiento con los líderes parlamentarios ni con los dirigentes partidistas de oposición para alcanzar consensos en las políticas públicas.

“Farsantes, arribistas, simuladores, politiqueros y corruptos”, calificó López Obrador a los congresistas de oposición que pretendían frenar las reformas para sancionar la emisión de facturas falsas, una de las posturas que más irritó al mandatario en este periodo. Discrepancia que se profundizó por tratarse de uno de los puntos cruciales del gobierno obradorista: el combate a la corrupción. Un fenómeno sobre el cual también el Presidente proclamó su fin.

En paralelo, la plaza pública permanece como su espacio para el acercamiento con los grupos sociales marginados: un largo itinerario por los hospitales del IMSS bienestar, enclavados en las regiones miserables del país, precedieron a la enésima incursión por el territorio nacional de López Obrador –desde sus tiempos de líder opositor– para convertir a los pueblos indígenas en interlocutores principales de sus encuentros públicos.

Van 93 giras, sin contabilizar el recorrido de agradecimiento que efectuó en la etapa de transición por el apoyo electoral que lo llevó a la Presidencia de la República.