Política
Ver día anteriorDomingo 8 de diciembre de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Mar de Historias

Un vacío

E

n las habitaciones desiertas, los ruidos y las voces que llegan del exterior se amplifican. En las paredes sólo quedan marcas y sombras de otras sombras: los retratos. Sobre las duelas se ven las huellas que dejaron los muebles. Junto a la ventana abierta, doña Lucía observa la calle. Estela, su hija, se acerca y le pregunta en qué piensa.

–En ti y en tu hermana, cuando regresaban juntas de la escuela... Parece que las estoy viendo. Fue hace muchos años y para mí es como si todo sucediera en este momento. Voy a extrañar mucho este rumbo.

–Yo también, pero no hay de otra: el dueño del edificio nos pidió el departamento. El que vamos a tener es menos amplio, pero está nuevo; no que éste, cualquier día se nos cae encima.

–Si nos vamos y Malú regresa, no va a encontrarnos. No hallar a alguien que uno quiere es un vacío espantoso. Duele más que todo.

Estela sabe que su madre se refiere a la desaparición de su hermana. Malú salió de la casa un sábado por la tarde para sacar unas copias fotostáticas. Dijo que volvería pronto. De eso han transcurrido catorce años. Búsqueda incesante. Lágrimas. Desconsuelo. Angustia. Hace mucho que el rastreo inútil agotó las esperanzas de Estela. A su madre le ha causado envejecimiento prematuro, apatía y cierto desorden mental: guarda silencio por periodos cada vez más largos, se le confunden las fechas, sostiene largas conversaciones imaginarias con Malú y cree reconocerla en alguna persona que pasa junto a ella.

Muchas veces, guiada por un sueño o un presagio, doña Lucía le pide a Estela que la acompañe a un determinado sitio donde está segura que se encuentra Malú. Esperando verla de un momento a otro, se queda allí hasta que su hija logra persuadirla de que regresen a la casa. En otras ocasiones, Lucía detiene a los transeúntes para mostrarles el retrato donde Malú aparece con su uniforme escolar y les pregunta si la han visto. Está preocupada porque su hija salió –¿fue ayer o antier?– y no ha vuelto.

Estela no ha podido convencer a su madre de que la hija a quien sigue buscando ya no es una niña, sino una muchacha de 26 años, dos menor que ella, y tal vez no resulte tan fácil reconocerla. Su argumento indigna a doña Lucía y la acusa de querer arrebatarle la única razón para seguir viviendo: la esperanza.

sin sentir la emoción que proEsas palabras lastiman a Estela, pero reprime la tentación de preguntarle a su madre si ella no le significa nada, si no le toma en cuenta que haya renunciado a muchas cosas importantes con tal de permanecer a su lado para consolarla por la ausencia de Malú o acompañarla en su búsqueda, cada día más errática e inútil.

II

Estela siente la cabeza de su madre apoyada en su hombro. Qué bueno que te duermas, le dice con ternura, como si estuviera hablándole a una niñita y no a una mujer que pronto cumplirá cincuenta años, de los cuales ha dedicado catorce a buscar a Malú. ¿Cuántos más faltan?

A través de la ventanilla del taxi, Estela mira a su alrededor: un laberinto de unidades habitacionales, talleres, comercios, plazas. Se pregunta dónde estará su hermana. Tal vez en uno de esos edificios gigantescos que contaminan el paisaje, en un cuarto de azotea o ya en ninguna parte. Se estremece.

Repentinamente se le ocurre pensar cómo sería su vida si en algún momento regresara Malú. La recibirían con los brazos abiertos, felices, dispuestas a compensarla por el cariño y las atenciones que no pudieron darle durante sus años de ausencia. Imagina que acosarían a la recién llegada con un sin fin de preguntas. Trata de recordar el tono de su voz, pero no lo consigue.

Ya por la noche, cuando su madre se hubiera ido a dormir, ellas se quedarían en la salita, hilando sus recuerdos para tender un puente entre las niñas que dejaron de verse y las dos mujeres que se rencuentran catorce años después. Ríe.

–¿Me habló? –pregunta el chofer, mirándola a través del retrovisor.

–No. ¿Falta mucho para que lleguemos?

–Algo. ¿Le molesta si pongo música?

–Mejor las noticias.

–Pero le advierto que mi radio anda medio mal.

Después de una serie de comerciales y mensajes, el locutor hace el recuento noticioso del día y termina con un dato que llama escalofriante: En lo que va de este año más de cien mujeres han desparecido, aunque la cifra podría ser mayor...

En el momento en que su madre se despierta, Estela le pide al chofer que apague el radio. Aturdida, ordenándose el cabello, doña Lucía pregunta adónde van.

–Al nuevo departamento.

–¿Tu hermana sabe la dirección?

–Descansa otro ratito, mamá.

III

Las habitaciones, aún vacías, huelen a pintura. La luz que las ilumina proviene de Milord, un cabaret al otro lado de la calle. Se escuchan la música en la vivienda contigua y ruido de motores procedente del taller mecánico instalado en una de las accesorias del edificio. Sentadas sobre cajas de cartón, madre e hija comen los burritos que compraron en la tienda de conveniencia.

Llaman a la puerta. Sorprendidas, intercambian miradas. Nadie las conoce ni sabe que están allí. Estela dice que no abrirá la puerta. Su madre le ordena que lo haga y ella termina por obedecer. Cuando lo hace no ve a nadie y regresa a su sitio.

Estela piensa en lo imposible: que hubiera sido Malú quien llamaba a la puerta. En ese momento dejaría de ser una ausencia dolorosa para recuperar su condición de persona real. Entonces su madre nunca más repetiría las palabras que tanto la dañan: La esperanza de que tu hermana regrese es lo único que le da sentido a mi vida, y ella renunciaría a hacerle la pregunta que nunca se ha atrevido a formular: Y yo, ¿no soy nada para ti?