Espejo en Estados Unidos
México, D.F. miércoles 12 de septiembre de 2001
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Editorial
  
¿PARA QUÉ?

SOLNada volverá a ser igual después de los criminales atentados perpetrados ayer en la costa este de Estados Unidos, los cuales trastocaron radicalmente, en un par de horas, los escenarios políticos, económicos y estratégicos del mundo. 

El territorio estadunidense se reveló de golpe como un sitio tan inseguro como los campos de Colombia o las ciudades palestinas e israelíes, y la seguridad nacional del país más poderoso del planeta resultó plenamente desbordada. 

El brusco cambio de percepciones del estadunidense medio se orienta rápidamente hacia la paranoia, la xenofobia y la inseguridad, en tanto que los ámbitos financieros y del llamado complejo militar-industrial se fortalecieron con la misma rapidez y en forma inversamente proporcional a la confianza de la población.

Son muchas las consecuencias de hechos que siguen siendo, a pesar del alarde de cobertura mediática, muy escuetos: comandos suicidas pertenecientes a una organización desconocida estrellaron tres aviones llenos de pasajeros sobre dos de los símbolos supremos del poderío de EU: las torres gemelas del World Trade Center y el Pentágono, el poder económico y el poder militar que Estados Unidos proyecta en el mundo globalizado. 

Otra aeronave comercial se estrelló en Pennsylvania y, horas después, se registró un bombardeo no reivindicado en la capital de Afganistán, donde se supone que reside Osama bin Laden, acusado por Washington de ser responsable de varios atentados terroristas contra blancos estadunidenses. 

Tales hechos son expresiones --repudiables y bárbaras-- de un conflicto que casi todo el mundo desconoce y que, paradójicamente, muy pocos se empeñan en identificar.

Los sucesos referidos causaron un número aún indeterminado de víctimas inocentes, cortaron de tajo la tradicional seguridad de la sociedad estadunidense, suscitaron una perceptible tensión mundial y actitudes paranoicas por parte de gobiernos y organizaciones internacionales y provocaron un descontrol bursátil y cambiario en todas las plazas del mundo, incluido nuestro país, donde la bolsa de valores hubo de interrumpir sus operaciones y el dólar y el oro registraron bruscos incrementos dando pie a oportunidades inapreciables para la especulación.

Por su parte, los medios electrónicos incrementaron a conciencia la confusión y refrendaron su condición de instrumentos de desinformación planetaria: el bombardeo de imágenes remplazó la búsqueda de los motivos del bombardeo y, como ocurrió hace una década en la guerra contra Irak, las transmisiones en vivo de la destrucción contribuyeron a ocultar las preguntas fundamentales del momento: ¿quiénes planearon y ejecutaron estos atentados demenciales y con qué propósito? 

¿Qué organización tiene la capacidad logística y de inteligencia suficiente para realizar cuatro secuestros aéreos casi simultáneos y estrellar las aeronaves, en forma coordinada, contra blancos estratégicos centrales de Estados Unidos, sin que los servicios de seguridad, radares y defensas antiaéreas pudieran reaccionar de manera alguna? ¿Cuáles serán los cauces --o los chivos expiatorios-- de la venganza de Estado anunciada por el presidente Bush? 

Y, sobre todo, ¿a quiénes sirve y a quiénes perjudica la circunstancia generada por esos actos criminales?

No será fácil restituir a esas interrogantes la centralidad que requieren pero, en lo inmediato, los sucesos han otorgado al gobierno estadunidense las coartadas necesarias para adoptar actitudes más ofensivas y hostiles hacia sus enemigos externos reales o supuestos. Pocos parecen reparar, por ahora, en los paralelismos entre lo ocurrido ayer en Manhattan y el bombazo que destruyó el edificio federal en Oklahoma hace seis años, atentado que fue atribuido en principio a extremistas palestinos y que, en realidad, se gestó en los ámbitos de los 602 grupos de la ultraderecha estadunidense. 

Poco se habla sobre los telones de fondo de la recesión económica --y de las perspectivas inmediatas de reactvación abiertas por los atentados-- y de la falta de enemigos visibles que, para una superpotencia, resulta mucho más desgastante que la presencia de enemigos reales.

Se ha insistido en que los avionazos son una declaración de guerra, pero no se señala que tal vez se trate de una guerra civil y que, en todo caso, es, por ahora, un conflicto con un enemigo desconocido. 

Nadie refiere la posición de ventaja en la que quedan, a raíz de estos sucesos trágicos, los halcones de EU e incluso de otros países. Por ningún lado aparecen, entre las listas de las víctimas, las libertades y las garantías individuales de los viajeros y migrantes.

Finalmente, la precisa coordinación de los ataques, aunada a la distorsionante cobertura mediática, generaron una angustiosa sensación de irrealidad: la opinión pública internacional se vio sumergida en escenarios de thriller, en imágenes espectaculares y sucesos tan truculentos que parecieran sacados de una producción de Hollywood. 

Sería apresurado e improcedente señalar culpables, pero la matriz cultural del horror vivido ayer en el país vecino no parece árabe ni islámica ni asiática, sino, tal vez, profundamente estadunidense.
 

 

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