Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 8 de diciembre de 2001
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Mundo
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SABADO Ť 8 Ť DICIEMBRE Ť 2001

Abraham B. Yehoshua

Para entender el conflicto israelí-palestino

En cualquier discusión sobre el actual conflicto entre israelíes y palestinos -y árabes en general- que se plantee entre los implicados directamente en el conflicto o los que lo viven desde fuera, es necesario, en mi opinión, partir de tres premisas, con independencia de la perspectiva particular con la que cada uno mire lo que está pasando en Levante.

1. La peculiaridad del regreso de judío a su tierra el siglo pasado. Fue un hecho histórico sin precedentes, por el cual un pueblo que había estado disperso y exiliado durante 2 mil años de su tierra, con la que mantenía una relación platónica llena de nostalgia y recuerdos, se despierta de golpe -si bien estimulado por un entorno de odio cada vez mayor hacia él- y materializa su nostalgia desplazándose desde todos los puntos del planeta a su antigua patria, renovando su vieja lengua y logrando establecer un Estado soberano en la tierra de sus antepasados.

La peculiaridad de este hecho histórico se impuso en su momento y sigue imponiéndose hasta hoy día a los palestinos, los habitantes de la tierra de Israel o de Palestina, y ha constituido un trauma histórico sin parangón, y por eso me atrevo a decir que ningún pueblo ha pasado por experiencia semejante. Con ello no quiero decir que el trauma de los palestinos es el peor de los que ha podido pasar pueblo alguno a lo largo de la historia. De hecho, la historia universal o la propia de los judíos nos muestran experiencias traumáticas mucho más terribles en las que está en peligro la mera existencia. En esta época hemos contemplado lo que ocurría en los Balcanes y sido testigos de una tremenda crueldad, destrucción y matanzas sin número que superan con creces lo ocurrido en todas las guerras que hasta ahora ha habido en Oriente Medio. Sólo en la guerra de los serbios en Bosnia y en la zona de Kosovo han muerto en los últimos años más personas que en todas las guerras entre Israel y los países árabes durante los últimos 120 años. No obstante, la gravedad del conflicto israelí-palestino, su duración en el tiempo -más de 120 años-, los giros extremistas, que a veces llegan a reacciones tan irracionales como la que tuvieron los palestinos después de la conferencia de paz de Campo David, la intensa sensación de que es tan difícil y complicado acabar de una vez por todas con este conflicto, a pesar de que en teoría se podría solucionar con una partición territorial y política, derivan del hecho de que la peculiaridad del regreso de los judíos a su tierra hace que los implicados en el conflicto no puedan recurrir a ningún paralelo histórico que les sirva de modelo.

El regreso de los judíos a su tierra no es colonialismo. A diferencia de los ingleses, los franceses o los belgas, por ejemplo, los judíos no tenían un Estado independiente, ni en Europa ni en ningún otro sitio del mundo, del cual salieron para colonizar otros territorios y al cual volverían después. Los palestinos al principio intentaron interpretar el sionismo en términos colonialistas y luchar contra él del mismo modo en que habían luchado los pueblos colonizados, pero en eso se equivocaron por completo. El sionismo tampoco era un fenómeno de apartheid racista como el de Sudáfrica o Rodesia. Tampoco había intención de ex-terminar a la población indígena por parte de los colonialistas europeos, tal como ocurrió en América o Australia. Y por supuesto, no era otra disputa territorial como se puede ver en otros lugares del mundo. El regreso de los judíos a Sión fue para los palestinos una experiencia tan especial y tan compleja que incluso los impertérritos noruegos o los animados brasileños habrían salido de sus casillas si les hubiese llegado gente procedente de multitud de países diferentes y hablando lenguas distintas, gente perteneciente a otro pueblo -mitad pueblo, mitad religión, o tal vez las dos cosas- y les hubiesen dicho: "Perdonad, su tierra es realmente nuestra tierra, su patria es realmente nuestra patria, de la que nos desterraron hace 2 mil años. Pero la vida en la diáspora nos resulta cada vez más peligrosa y por eso no hemos tenido más remedio que volver a constituirnos un Estado soberano para poder seguir existiendo. En cuanto a vosotros, habitantes del lugar, marchaos de aquí o quedaos pero sin molestar. No hemos venido -Dios nos libre- para esclavizaros o explotaros, ni tampoco para acabar con vosotros, ni imponeros nuestra identidad. En realidad, hemos venido sólo para cambiar la identidad de vuestra patria".

Cualquier pueblo se habría defendido de una invasión como esa. Ningún pueblo ha-bría dicho "por favor entrad, apropiaos de nuestra tierra, secad pantanos, haced florecer los páramos para que llegada la hora podáis establecer un Estado soberano al que podrán sumarse millones de personas de vuestro pueblo y, de esta manera, cambiará de forma radical el carácter nacional de nuestra patria y nosotros nos convertiremos, en el mejor de los casos, en una minoría con igualdad de derechos en vuestra patria".

Por eso, todo el que intente conocer realmente el corazón del pueblo palestino, ha de saber que se trata de una experiencia histórica sin precedentes.

2. La segunda premisa que han de tener en cuenta los palestinos, los israelíes y todos aquellos que desean o se ven obligados a implicarse desde fuera en este conflicto, es que a diferencia de lo que pasa en muchos conflictos coloniales, está claro que estos dos pueblos tendrán que vivir siempre como vecinos y en muchos lugares deberán vivir uno dentro del otro. No existe la posibilidad de que uno de los pueblos -ya sea el judío o el palestino- acabe por completo con el otro y lo expulse definitivamente del territorio. Por tanto, en medio de esta guerra tan cruel que vivimos en estos momentos, hay que poner todo nuestro empeño en frenar la violencia pensando en el futuro. Y es que el pozo cada vez mayor de sangre y sufrimiento se mantendrá vivo en la memoria de ambos pueblos, cuando los hijos, los nietos y los biznietos de las víctimas y los verdugos de ambas partes sigan encontrándose el día de mañana en la plaza del mercado.

Durante la guerra de independencia de Argelia se cometieron auténticas atrocidades, sobre todo por parte de los franceses. Cerca de un millón de argelinos murieron y fueron torturados. Pero los franceses abandonaron Argelia, desaparecieron al otro lado del mar y ya no hubo más contacto en el día a día entre franceses y argelinos. Eso mismo se puede aplicar a lo que les pasó a los estadunidenses en Vietnam o a los rusos en Afganistán, por no hablar de los alemanes y los judíos, que evitaron como colectividad cualquier tipo de contacto físico. En definitiva, el pozo de sangre y sufrimiento se mantiene siempre en la memoria de los pueblos, pero si tu antiguo enemigo no es una realidad presente en tu día a día, te resultará más fácil superar el pasado. En nuestro caso, en cambio, estamos hablando de dos pueblos que deben seguir viviendo juntos, incluso cuando haya una frontera entre ambos. Por eso, cuanto más dure el conflicto y cuanto más se agrave, mucho más difícil será la reconciliación. Cada día que pasa, cada brutalidad que se comete seguirá alimentando el odio también en el futuro. La prolongación del conflicto daña la posibilidad de paz. La premisa de que el tiempo cura las heridas no es para nada válida en este conflicto como sí lo es en otros.

3. La tercera y última premisa casi no me atrevo a escribirla. Mi mano tiembla sobre el teclado. No obstante, siento la obligación de comunicársela a los lectores.

La historia nos ha enseñado que el grado de crueldad y violencia contra los judíos ha superado con mucho otros casos de violencia contra otros pueblos a lo largo de la historia. Ya en el mundo antiguo y por supuesto en los pueblos cristianos y musulmanes se despertó un odio visceral y una violencia tan terrible que provocaron matanzas, humillaciones y persecuciones como las que no ha sufrido ningún otro pueblo. A diferencia de otros pueblos o grupos étnicos que pasaron por épocas realmente duras, se podría decir que los judíos se caracterizaron por el hecho de que el odio y la violencia hacia ellos fueron constantes a lo largo de 2 mil años y viviendo en países y civilizaciones diferentes entre sí. Esta violencia tan terrible, cuya culminación pudimos ver en el siglo XX, hizo que algunos pueblos llegaran casi a la autodestrucción sólo por satisfacer su deseo de exterminar a los judíos.

Sobre las razones de este odio se ha escrito mucho y no es éste el lugar para profundizar en ellas, pero sí podemos decir que el palestino que sale de Nablus o de Jenin envuelto en explosivos para explotarse en Tel Aviv o en Jerusalén y provocar así una auténtica matanza de seres inocentes, puede pensar: "ƑAcaso soy yo el primero en odiar tanto a los judíos y en estar dispuesto a morir con tal de matarlos?" Desde épocas muy remotas fueron muchos y diversos los pueblos que odiaron al pueblo judío, al que trataron de abatir de todas las formas posibles. Incluso a los alemanes, pueblo de excelente cultura en pleno corazón de Europa, les arrebató ese odio y estuvieron dispuestos a llegar a la autodestrucción en una guerra de exterminio a los judíos. Y en Europa, o en Occidente, seguirá pensando el suicida palestino, los judíos realmente no les habían causado daño a los que los odiaban. Allí, en Europa o en los países islámicos, los judíos no expropiaron tierras, no crearon asentamientos, no establecieron puestos de control ni construyeron cárceles. Allí no eran más que una minoría tranquila y obediente y, no obstante, su propia existencia despertó un odio atroz.

Tras el Holocausto, todos nos juramos que nunca volvería a pasar algo igual. Pero no pensamos en la otra cara de la moneda. Precisamente el hecho de que ya haya habido un Holocausto para el pueblo judío y que éste se haya producido en medio de Europa, supone paradójicamente que parte del mundo árabe considere legítimo un nuevo Holocausto contra los judíos. Del mismo modo que un odio inmenso a los judíos impulsó a Adolfo Hitler a querer exterminarlos, también el hecho de que históricamente hablando hubiera un Holocausto puede provocar no sólo el deseo de volver a repetirlo sino darle además legitimidad.

En los 20, nadie podía imaginarse que en pocos años habría en pleno corazón de Europa campos de concentración y cámaras de gas. Pero ya hemos aprendido a no ser ingenuos. Pensar en fanáticos suicidas con armas nucleares o químicas ya no es una idea sacada de una novela fantástica. En este mundo moderno en el que vivimos se pueden conseguir cada vez más fácilmente sustancias altamente mortales con enorme poder de destrucción y que además son fáciles de usar. Esa pesadilla se puede hacer realidad.

Si el conflicto en Oriente Medio continúa, el suicida fanático del futuro no se conformará con envolverse en explosivos, sino que estará dispuesto a utilizar algo con mayor capacidad de destrucción. Y en el mundo árabe e islámico habrá siempre al-guien que aprovisione a los kamikazes del futuro y los envíe con la bendición de Alá a una misión terrible y sangrienta, sin pensar además qué va a ser del pueblo palestino después y cuál podría ser la reacción de represalia de Israel. Por tanto, en toda discusión sobre el conflicto entre árabes y judíos hay que tener presente también esta posibilidad fatal, teniendo en cuenta el tipo de odio y violencia que a lo largo de la historia ha habido hacia los judíos. Si los europeos entendieran que algo así puede ocurrir y que no sólo podrían arder pozos de petróleo en Oriente Medio sino también lugares de gran valor histórico, lugares santos, tal vez llegarían a la conclusión de que tienen que tomar la iniciativa y tratar por todos los medios de frenar de forma drástica la violencia y apagar las llamas que arden en Tierra Santa. Y eso aún es posible.

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