Adolfo Sánchez Rebolledo

2 de octubre, no se olvida

Las fotos de los detenidos el 2 de octubre de 1968 en el edificio Chihuahua, publicadas por la revista Proceso, arrojan nueva luz sobre un hecho trágico del que se creía visto y dicho todo. El testimonio gráfico, realizado por un profesional al servicio del gobierno, refuta por sí mismo todas las acusaciones del Ministerio Público que sirvieron para inculpar a decenas de jóvenes por delitos jamás cometidos. En primer lugar, desmontan la mentira sobre la presencia de jóvenes armados en el tercer piso donde se hallaban los dirigentes, quienes habrían sido los primeros en disparar contra el Ejército.

Las imágenes nos devuelven a Florencio López Osuna y Luis González de Alba, capturados esa noche junto con otros líderes del movimiento. El resto son estudiantes de fila, tal vez simples vecinos de Tlatelolco atrapados en la hora ciega de la represión. Ninguno está armado. Semidesnudos, golpeados, todos ellos aguardan dignamente lo peor conteniendo el miedo y la rabia. Sin embargo, la expresión serena de los detenidos contrasta con la ferocidad de sus captores armados.

La existencia de estas fotografías acredita de nuevo, como si todavía hiciera falta, la probada avilantez del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz y su secretario y sucesor Luis Echeverría, la profunda hipocresía que mina desde entonces el "estado de derecho" puesto al servicio del poder político, que se ha negado sistemáticamente a investigar a fondo ese manchón de nuestro presente histórico, por lo cual sigue debiéndole a la ciudadanía una rectificación autocrítica.

A pesar de que la autoridad contaba con estas evidencias, los juzgadores prefirieron utilizar las "pruebas" contenidas en los falsos partes policiacos, fabricados por los servicios de seguridad para ocultar, justamente, la participación de los agentes empistolados del Batallón Olimpia, identificados por el guante blanco en la mano izquierda, quienes aparecen en las instantáneas sometiendo a gente inerme, en nítida y abierta colusión con los soldados en uniforme. Esta es la primera vez que se identifica sin ninguna clase de velos al comando que sembró el terror en el edificio Chihuahua.

La publicación de dicha serie de fotografías permite suponer que éstas no son las únicas evidencias ocultas a la opinión pública, pues durante más de treinta años los responsables de aquellos hechos han mentido para evitar la verdad a sus contemporáneos, refugiándose en un vano compromiso con la historia que seguramente tampoco los indultará de sus crímenes.

Hay que insistir: por razones éticas, pero también por mera consecuencia política deben esclarecerse los hechos del 68, pues allí se escribe el primer capítulo de lo que andando el tiempo vendrían a ser las prácticas regulares de la guerra sucia, como la habilitación de un grupo especial, formado y dirigido al margen de la legalidad para reprimir a cualquier costo a la disidencia, definida conforme a discutibles y anticonstitucionales criterios de seguridad nacional. El Batallón Olimpia, Los Halcones y luego la Brigada Blanca están en la misma línea, pues todos ellos tienen el propósito de liquidar, fuera de la ley, a los adversarios reales o supuestos del régimen.

Airear las diversas pruebas encerradas en los archivos en manos del Estado, es un requisito para cerrar de una vez la brecha entre la verdad histórica ya establecida y la verdad legal, escamoteada por más de tres décadas, que solamente puede surgir de una investigación rigurosa y profesional. Mientras tanto, la justicia nacional seguirá como hasta ahora: tuerta y coja.