Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 13 de diciembre de 2001
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Cultura
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JUEVES Ť 13 Ť DICIEMBRE Ť 2001

Olga Harmony

El lector por horas

Este texto dramático de José Sanchis Sinisterra ofrece varias posibles vertientes al espectador. La más obvia, el gusto por la literatura, el placer de oír la palabra de los grandes escritores, en lo que se pone énfasis en el programa de mano. Y en efecto, se van reconociendo algunas novelas: El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durell, en la primera prueba a que es sometido Ismael por Celso para contratarlo como lector; El corazón de las tinieblas, que provoca un estallido en Lorena y que es primer indicio de la extraña relación entre padre e hija; Madame Bovary, de Gustave Flaubert, que incita eróticamente a la mujer, prostergando al momento en que se insinúa a su lector cuando memoriza con gran euforia partes de Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Pero no se trata aquí de ir reconociendo más o menos los libros de la vieja biblioteca. Tras esta primera vertiente se ocultan otras dos que a lo mejor son una sola.

La relación entre Celso y su hija, de complicidades ocultas, viejos rencores y deseos de dañar al otro, la preocupación paternal -que puede o no ser- del millonario por su hija ciega y las confidencias que ésta hace a Ismael -y que pueden o no ser verdad- son un bosquejado juego de poder en el que Ismael es usado -o no- como instrumento para herir al otro: ''Ni víctima ni asesino, soy la bala" dice el lector cuando cae en la cuenta. Y está ese otro poder, éste mostrado sin ambigüedad, el del dinero que humilla y zahiere al necesitado y que tanto el padre como la hija ejercen con arrogancia. Queda la duda, ya que Celso averigua a través de su asesor todo lo que se refiere al hombre que emplea, de que conozcan la causa de que éste ya no requiera tanto el trabajo y decidan prescindir de alguien que ya no puede ser tan brutalmente sojuzgado.

En este mundo ambivalente, circular, el espectador no puede tener certezas. Nunca sabremos si el teléfono de la biblioteca -deliberadamente anticuado- suena o si Lorena es presa de sus fantasías. El mismo Ismael, que concita nuestras simpatías, tiene viejas culpas que lo hacen más vulnerable ante esa especie de big brother -Celso a través de su asesor- que sabe todo acerca de él y lo utiliza. Los umbrales de la realidad se difuminan.

Ricardo Ramírez Carnero logra una de sus mejores direcciones, con su excelente trazo, su inteligente comprensión del texto y su dirección de actores, porque es una obra de palabras, pero también de desempeño actoral. En una muy lograda escenografía de Arturo Nava, que divide el escenario como pasarela con público a ambos lados y con dos torres transparentes, una de las cuales lleva a la altura de la biblioteca, escasos pero elegantes muebles, Nava logra un ambiente de gran riqueza y refinamiento, algo frío como es el temperamento del dueño de la casa.

El muy difícil texto, compuesto por escenas, algunas muy cortas como la de las lecturas, que van marcando el paso del tiempo, es resuelto por el director con la presencia de una danzarina muda que hace las veces de esos koken del teatro japonés, las famosas sombras que ofrecen a los actores la utilería y apoyan los cambios de vestuario. Ramírez Carnero le da una presencia muy definida a la koken (Verónica Contreras) que antes de la tercera llamada manipula a dos bellos títeres de varillas y que hará los cambios necesarios en los intervalos. Vale decir que cada una de las escenas es terminada en un brusco oscuro seguido de una gran luminosidad, lo que es un hallazgo del director y del iluminador, el propio escenógrafo. La presencia tan abierta de koken, ya no de negro sino de color claro, apoyada por la música de Rodrigo Mendoza sirve también para establecer un umbral entre las posibles realidades.

Es menester señalar la excelencia del trío de actores. La imperiosa frialdad de Miguel Flores como Celso, que matiza sin perder nunca la calma del dueño de la situación. La Lorena ciega, dolida y caprichosa de Emma Dib refrenda que es una de nuestras mejores actrices jóvenes. Fernando Becerril, tímido y apocado, servil, que logra exaltarse cuando habla de la intertextualidad y que cobra seguridad al paso del tiempo, en el papel importante en que deseábamos verlo, incorpora a Ismael.

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