Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 13 de diciembre de 2001
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Capital
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Jorge Anaya

Del piropo al crimen

La iniciativa de mujeres capitalinas de pugnar por la tipificación del hostigamiento sexual como figura delictiva en el Código Penal -y no sólo como causal de despido en el derecho del trabajo (La Jornada, 9/12/01)- pone de relieve una vez más lo alejada que está aún la sociedad mexicana, en pleno siglo XXI, de alcanzar, ya no digamos una plena igualdad de géneros, sino siquiera una cultura de respeto a la mujer.

En la información de referencia se enumeran las dificultades de denunciar el hostigamiento, aun en el limitado ámbito de los tribunales laborales: muchas empresas defienden al ofensor -usualmente un jefe- en vez de a la ofendida, la declaración de ésta tiene que ser respaldada con testimonios casi imposibles de conseguir, los cónyuges de las trabajadoras con frecuencia no les creen y se ponen en su contra -por aquello de que "el hombre llega hasta donde la mujer quiere"-, y para colmo muchas autoridades actúan con abierta hostilidad hacia la acusadora.

Con todo, en la justicia laboral se puede decir que existe al menos una alusión al tema. Las mujeres en otros medios son menos afortunadas. Pongamos por caso las estudiantes cuya aprobación o reprobación en una materia clave puede verse sujeta de pronto a la concesión de favores, o incluso en el mundo intelectual, cuando una joven novelista o cuentista puede encontrarse con que la publicación de su ópera prima depende de la influencia de cierto gurú que sólo pide a cambio del beneficio un amistoso acostón. Y la amenaza, claro, de no encontrar editor en caso de oponerse.

Pero Ƒquién sospecharía de un respetable catedrático o de un prestigiado intelectual, que a lo mejor tienen en su medio bien ganada fama de liberales, o cuya concupiscencia forma parte de su imagen iconoclasta y de su encanto personal? La sutil red de complicidades no sólo se tiende de macho a macho, por así decirlo, sino que se vuelve cuestión de autoridad o de espíritu de gremio, y en ella participan incluso otras mujeres. En rigor es la misma situación desesperada de la niña o adolescente que encuentra un muro de incredulidad y acusaciones aun en las de su género cuando se atreve a quejarse del acoso de un padre, hermano, primo o padrastro.

En el fondo, lo que se repudia de la mujer que se atreve a defender su dignidad es el desafío a un establishment social que sólo a regañadientes acepta que la mujer piense, se supere y actúe, siempre y cuando no olvide que su papel primario es servir de adorno, apoyo y alivio a los hombres. Cierto, las mujeres mexicanas no están obligadas a llevar burka, pero la que se salga del redil ya sabe a lo que se atiene.

ƑQuién de nosotros puede honradamente negar haber dicho alguna vez a una mujer que se ve más bonita cuando se enoja, haber puesto fin a una discusión con un beso bien plantado -como describe con sutil ironía Rosario Castellanos- o haber sentido excitación sexual al ver llorar a una mujer? Tan arraigadas están en nosotros estas emociones, que incluso cuando pretendemos elogiar ofendemos. Recuerdo cómo cierto intelectual, al serle presentada una joven narradora en uno de tantos encuentros de becarios, alzó las cejas con admiración y preguntó: "šAh! Además de bella, Ƒes escritora?" Y apenas el sábado pasado, en un artículo escrito -sin duda con absoluta sinceridad- en homenaje a una periodista hace poco fallecida, el autor (omito su nombre, porque no es la intención hacer señalamientos personales) expresaba: "...pero, ante todo, era una mujer bella (...) Sus dudas e ignorancias eran pretexto para continuar admirando su frente amplia, sus ojos inteligentes y enormes, sus brazos, gráciles pero vigorosos, y las bellas proporciones de su cuerpo armónico en permanente actividad". No es difícil ver por qué esa fotógrafa francesa de quien Elena Poniatowska hablaba en un artículo reciente se molesta tanto de que le digan bizcochito.

Esta es, digamos, la cara amable y sensible de la moneda. Del otro lado, y no es exageración, están no sólo el hostigamiento sexual, sino el comercio de la carne, la violación, la tortura y el crimen. Desde el punto de vista policiaco y judicial se puede decir quizá que el caso reciente de la adolescente violada y asesinada en Chapultepec no guarda relación con los asesinatos en serie de Ciudad Juárez. Pero desde una perspectiva social y moral más amplia, por supuesto que existe una relación entre esos y todos los casos de violencia hacia las mujeres, sea cual fuere su gravedad: la arraigada noción de que la mujer está en el mundo para aguantar, sufrir y obedecer.

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