Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 27 de diciembre de 2001
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Política
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Angel Guerra Cabrera

Cuba: nuevos desafíos

Cuba arriba el primero de enero al 43 aniversario del triunfo de su revolución. En 1959 parecía imposible que aquel terremoto social pudiera perdurar como Estado en un país pequeño y sin importantes recursos naturales, situado ante las fauces de lo que José Martí llamara "el norte revuelto y brutal que nos desprecia". El que lo haya logrado pese a tantos obstáculos se debe al apego del liderazgo revolucionario al camino propio y a las soluciones originales, capaces de eludir desviaciones fatales, a la derecha o a la izquierda.

La revolución fue heredera de las ideas humanistas y democráticas inspiradoras de las guerras cubanas de independencia del siglo XIX. Ellas abrevaron de la Ilustración, las revoluciones francesa, estadunidense y haitiana, las luchas independentistas hispanoamericanas y el ideal bolivariano, pero se radicalizaron singularmente al proponerse la abolición de la esclavitud y la incorporación de los afrocubanos en igualdad de derechos a la lucha independentista y al proyecto republicano. Martí concibió la futura república ligada indisolublemente a la justicia social para todos y a la resistencia al expansionismo yanqui en unión con los demás pueblos de nuestra América.

Aunque esa aspiración fue frustrada por la intervención estadunidense de 1898, marcaría profundamente las luchas obreras y populares y el pensamiento socialista isleño del siglo XX, la otra fase del hilo histórico del que la revolución cubana es continuadora. De allí su carácter autóctono, que dio base a una práctica política capaz de conservar en lo esencial su autonomía y vocación ética, incluso cuando se vio en la necesidad de aliarse con países donde el socialismo había sido objeto de burdas deformaciones.

Ello explica que al desaparecer la Unión Soviética y generalizarse la ola neoliberal Cuba pudiera mantener el rumbo revolucionario en condiciones económicas, políticas y geoestratégicas excepcionalmente desfavorables. El liderazgo cubano no se dejó seducir por las "reformas" que dieron el tiro de gracia al experimento soviético ni tampoco por las emanadas del Consenso de Washington, que acentuaron la dependencia, agudizaron la desigualdad y extendieron la pobreza en América Latina. Buscó una estrategia propia en consulta con la población para salir de la monumental crisis económico-social derivada del colapso de la URSS y del simultáneo recrudecimiento del bloqueo. Ella le permitió librarse de esquemas del socialismo "real", elevar la eficiencia empresarial, mantener un ritmo de crecimiento económico desde hace siete años -que en 2001 llega a 3 por ciento, por debajo de lo esperado, pero por encima de la media regional-; recuperarse en gran medida del golpe sufrido. Pero varios contratiempos coyunturales o debidos a la recesión global amenazan ahora con detener esa tendencia favorable: la disminución del turismo después del 11 de septiembre, los devastadores efectos del ciclón Michelle, la sangría financiera que implicó la compra de petróleo en la pasada temporada de altos precios, la baja en las remesas procedentes de los cubanos en Estados Unidos, la caída de los precios del azúcar y el níquel y la contracción de la demanda mundial del habano.

El régimen revolucionario ha empeñado su palabra en que aun bajo estas circunstancias preservará y mejorará la alimentación del pueblo, continuará dando énfasis a la protección de los sectores más vulnerables y subsanará el deficiente abasto de medicamentos, medidas congruentes con su ética histórica e indispensables para conservar y ampliar el consenso popular.

Para lograrlo parecería impostergable perfeccionar la relación salario-rendimiento de los trabajadores que generan divisas y extenderla a los restantes sectores, sobre todo el agroalimentario, donde las cooperativas no acaban de ejercer la autonomía y de producir lo que cabe esperar de ellas. Habrá que solucionar problemas atinentes a la eficiencia económica, pero también a la moral pública. El recurso limitado a la ley de la oferta y la demanda -al que ha habido y habrá que seguir acudiendo- ha creado desigualdades no siempre justificadas por sus resultados económicos y estimulado focos de corrupción y enriquecimiento fácil, que es menester erradicar.

Cumplir los compromisos contraídos con el pueblo y hacer que a la vez la economía continúe creciendo constituye un enorme desafío que de nueva cuenta exigirá respuestas inéditas.

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