Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 29 de diciembre de 2001
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Política
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William D. HartungŤ

La secuela de Afganistán: Ƒrealmente funciona la guerra?

A mediados de noviembre, la presurosa retirada de la fuerzas talibanes de las principales ciudades del norte de Afganistán marcó un inesperado giro en la guerra. La rapidez con la que se colapsó el régimen talibán tomó a casi todos los analistas por sorpresa. Pero no pudo llegar en un momento mejor este sesgo en la guerra para el gobierno de Bush, pues comenzaba a enfrentar la crítica creciente de sus aliados euro-peos y el cuestionamiento sostenido de algunos periodistas que, en Estados Unidos, abordan el asunto de las bajas civiles y el de la efectividad de la campaña de bombardeos.

Si el secretario de Defensa Rumsfeld se toma la molestia de anotar que la retirada de los talibanes fue tan sólo el primer paso en el objetivo gubernamental de "erradicar" las fuerzas de Al Qaeda en Afganistán, los guerreros de cuello blanco del corporativo periodístico de Washington andan con talante más expansivo.

Un ensayo de Eric Schmitt, en The New York Times, apareció con el título: "Sorpresa: después de todo la guerra funciona". Michael Kelly, del Washington Post, la tomó contra el movimiento pacifista estadunidense por haberse atrevido a cuestionar la legitimidad o la eficacia de los esfuerzos de guerra y llegó al punto de ridiculizar al columnista James Carroll, del Boston Globe, por sus críticos artículos en torno al asunto. Charles Krauthammer se puso al frente de la cargada de los corifeos estadunidenses argumentando que el perentorio triunfo sobre el talibán significa que Estados Unidos puede (y debe) derrocar al líder iraquí Saddam Hussein.

Antes de dejarnos llevar por las maravillas de la intervención militar estadunidense, quizá tenga sentido reflexionar unos instantes sobre lo que, de hecho, se ha logrado en Afganistán.

ƑSobrevivirá Al Qaeda?

En su número del 26 de noviembre, la revista Time publicó un texto de John Cloud titulado "ƑQué es Al Qaeda sin su jefe?", en el cual se sugiere que incluso eliminando a Bin Laden y a sus asistentes claves las actividades de su red de operaciones pueden continuar como hasta ahora, casi sin cambio alguno. Irene Stoller, anterior jefa de la división antiterrorista francesa, aduce que "este movimiento, estos grupos, están tan esparcidos, son tan difusos y tan fluidos, que es poco probable que una operación única logre destruirlos. Bin Laden y sus lugartenientes pueden parecer una especie de supergerentes del terror internacional, pero la planeación y la ejecución real se conduce en los niveles inferiores". Cloud apunta que una preocupación primordial es la habilidad intocada de dicha organización para sablear "variadas fuentes" de dinero, que incluyen no sólo diversas fundaciones asistenciales islámicas sino también a los "dueños de minas en Tanzania, y a traficantes y contrabandistas musulmanes que operan en la región fronteriza entre Argentina, Brasil y Paraguay".

La primera plana del Wall Street Journal del 16 de noviembre ofrece un fascinante estudio en torno de las ventas de la tanzanita, rara gema que, a la fecha, sólo ha sido hallada en una pequeña área aledaña al monte Kilimanjaro, y que los operadores de la red de Bin Laden han usado como medio de conseguir fondos (véase Robert Block y Daniel Pearl: "La tan traficada gema tanzanita ayuda a los simpatizantes de Bin Laden").

El caso es el ejemplo más reciente del "negocio de la guerra": de cómo grupos rebeldes, grupos terroristas y milicias informales pueden utilizar los sistemas bancarios, de comercio y de transporte globales para generar dividendos que les permitan operar independientemente de los "patrocinadores estatales" que el gobierno de Bush invoca con frecuencia. La joyería a base de tanzanita, piedra azul que se popularizó a niveles de locura cuando se supo que el collar usado por Kate Winslet en el film Titanic estaba confeccionado con dicha gema, ha recabado unos 380 millones de dólares anuales en Estados Unidos. Algunas entrevistas con los dueños de minas en Tanzania, y la evidencia documental -hecha pública en el juicio a los sospechosos de los bombazos de las embajadas de Tanzania y Kenia en 1998-, indican que un grupo de intermediarios fundamentalistas musulmanes ha tomado el control de una tajada considerable del comercio de gemas de tanzanita, que canaliza a través de las zonas de comercio libre en sitios como Dubai y Hong Kong, para después apartar ganancias que dirige a Al Qaeda y a otras redes y a otros proyectos fundamentalistas islámicos.

El experto en antiterrorismo Roland Jacquard sugiere que la red de Bin Laden reúne unos 300 millones de dólares por año a través de los canales que he mencionado. Jacquard sugiere también que "si Bin Laden desaparece, alguien más tomará su lugar y contará con el mismo financiamiento. Si nadie toma el cargo, el dinero hallará su camino hacia la gente de los niveles inferiores, hasta que las cosas cambien radicalmente". Jacquard arguye que el intento de cortar las fuentes de financiamiento que abastecen a Bin Laden será una empresa difícil y muy tardada.

Cloud termina su ensayo aparecido en Time sugiriendo que en última instancia, más allá de cualquier herramienta militar, económica o legal, "la solución de largo plazo requiere atender las raíces sociales, políticas y económicas del terrorismo: las demandas no resueltas en pro de los derechos de los palestinos, la perversión del Islam a manos de clérigos radicales, la corrupción y la pobreza de muchos regímenes árabes, y los agravios provocados por las políticas estadunidenses en la región. Bin Laden y sus lugartenientes no inauguraron la ola de terrorismo islámico; sólo la cabalgaron por un tiempo. Razón por la cual no serán derrotados totalmente".

ƑFunciona la guerra?

Así que, Ƒha "funcionado" la guerra en Afganis-tán? Sí y no. Vista en los términos del estrecho objetivo que se fijó el gobierno de Bush (eliminar a los talibanes y desorganizar las operaciones de Al Qaeda en Afganistán), la intervención estadunidense tuvo su impacto. En términos de los objetivos de más larga duración -como son dificultar la operación de Al Qaeda y otras redes del terror globales- los resultados son mucho menos claros. Dado que, como ya se indicó, un grupo como Al Qaeda está descentralizado y puede operar sin "patrocinio" gubernamental, la guerra en Afganis-tán logró tan sólo un impacto modesto en las posibilidades de operación de estas redes.

En cuanto a servir de modelo para futuras confrontaciones, como sugirió el presidente Bush en su discurso del 11 de diciembre en el Capitolio, la conducción de la guerra por parte del gobierno estadunidense hace surgir una serie de cuestiones preocupantes. La práctica, estandarizada por el Pentágono, de rehuir responsabilidad alguna por las bajas de civiles -como lo evidencian las repetidas declaraciones del secretario de Defensa Rumsfeld, quien insiste en que todas las muertes en el conflicto son culpa de los talibanes y de Al Qaeda, sin importar de quién sean las armas que asesinaron-, establece un precedente terrible por dos razones. Porque socava el respeto a las leyes de guerra y porque minimiza la rendición de cuentas por parte del gobierno de Estados Unidos en cuanto a las consecuencias de sus actividades militares.

Queda claro que el gobierno de Bush rehúsa ajustar su estrategia militar a las preocupaciones humanitarias y de derechos humanos. Pese a Human Rights Watch -que demanda se prohíban las bombas de fragmentación- o sus aliados afganos -que exigen poner alto a la campaña de bombardeos-, el enfoque unilateral del gobierno estadunidense no presagia nada bueno para la cooperación en futuras crisis internacionales.

Su conducción de la guerra ha minado también las prácticas democráticas en Estados Unidos. A partir del empujón que le diera el presidente Bush al establecimiento de cortes militares secretas para llevar a juicio a los extranjeros sospechosos de terrorismo, y de la decisión del procurador general, John Ashcroft, de aprehender y encarcelar a más de mil individuos sin presentación de cargos, las libertades civiles establecidas salieron muy golpeadas en los primeros meses de la guerra contra el terrorismo.

Es igualmente preocupante que el secretario de Defensa Rumsfeld haya establecido un sistema que va mucho más allá de lo ideado por sus antecesores para ocultar información a la prensa y al público. Este sistema implica prohibir a los funcionarios del Pentágono hablar con la prensa sin su permiso expreso, advertir a los contratistas gubernamentales que eviten revelar cualquier detalle sustancial de sus actividades a los reporteros, o la decisión de comprar todas las fotos comerciales tomadas sobre Afganistán vía satélite de modo que no exista evaluación independiente alguna de los impactos de los bombardeos estadunidenses.

Este sistema de control de la información ideado por Rumsfeld, incluidas sus respuestas beligerantes ante cuestiones como las bajas civiles o los abusos de los derechos humanos perpetrados por los aliados de Estados Unidos en Afganistán, se salió peligrosamente del cauce impuesto por las demandas de una democracia, la cual requiere de un consentimiento informado, por parte de los gobernados, en lo tocante a empresas gubernamentales como la de desplegar "una guerra contra el terrorismo".

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Así las cosas, el talante de celebración expresado en la cobertura reciente de la guerra por parte de los medios de comunicación estadunidenses oscurece algunas cuestiones subyacentes:

1. Destruir las fuerzas de Al Qaeda en Afganistán Ƒtendrá un impacto significativo en la posibilidad de que dicha organización u otros grupos terroristas efectúen ataques sobre objetivos estadunidenses en el futuro?

2. ƑEs la guerra en Afganistán un nuevo modelo para combatir el terrorismo eficazmente, o es tan sólo el primer paso hacia una "guerra sin fin", sin rendición de cuentas, sin horizonte visible, en contra de grupos terroristas y los estados que presuntamente los patrocinan?

3. ƑQuedará aislado Estados Unidos de sus aliados en la coalición antiterrorismo que reunió a modo?

Ť William D. Hartung es director del Arms Trade Resource Center y miembro de número del World Policy Institute de la New School University.

Traducción: Ramón Vera Herrera

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