Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 29 de diciembre de 2001
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Política
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José Luis Soberanes Fernández

Democracia: esencial, pero no basta

No quisiera que comience 2002, un año marcado por anticipadas complicaciones económicas y por viejos y nuevos retos sociales, sin manifestar públicamente mi agradecimiento por el apoyo que recibió la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) a lo largo del año que termina.

Numerosos casos y causas en los que la CNDH tuvo directa participación despertaron firmes expresiones de solidaridad desde la propia sociedad, así como el abierto y franco respaldo de los legisladores. Por ello, en fechas que son propicias para reafirmar intenciones y propósitos, renuevo los míos a favor del apoyo crítico que la CNDH recibió a lo largo de 2001.

Dicho respaldo no fue un hecho simple, pues siempre estuvo precedido de la demanda y la exigencia de saber, de obtener información puntual sobre un hecho o algún asunto en cuestión. Sólo después de este proceso pudo llegarse a la comprensión y al compromiso. Sabemos bien que es a partir de una mejor comunicación con la sociedad que la CNDH podrá continuar recuperando su sentido esencial, reflejado en una expresión que hemos hecho nuestra: "Contra el abuso del poder, la CNDH defiende y protege tus derechos humanos".

Los hechos del 11 de septiembre derrumbaron en el planeta todos los anteriores supuestos de la convivencia social. Aún está pendiente precisar la dimensión de lo ocurrido hace tres meses por sus efectos adversos en el panorama de la vigencia de los derechos humanos; sin embargo, hoy son más graves que antes las expresiones del odio racial, de la intolerancia religiosa, de la incomprensión hacia las realidades migratorias y de todas las formas de la exclusión y del desentendimiento entre sociedades y personas.

Tuvieron que caer dos enormes estructuras de vidrio y acero, con pérdida de vidas de miles de personas, así como de enormes bienes de fortuna, para que los centros de conocimiento del mundo cultural occidental -en busca de respuestas que no llegan- se adentraran un poco en las páginas del Corán. Hoy sabemos, al menos, que la musulmana es la religión que registra más rápido crecimiento en el mundo, y por lo mismo cualquier exclusión del otro por motivos religiosos puede ser simplemente una forma de acelerar el aislamiento propio.

Saber que el mundo actual es mucho más complejo que nuestras viejas y también derrumbadas certidumbres es un referente novedoso. En este cuadro de cosas toma plena vigencia y adquiere valor adicional el empeño de los mexicanos por continuar construyendo una democracia que vaya mucho más allá y se afinque en una mejor convivencia de las personas, en la que rijan todas las garantías que la ley reconoce y establece, y se respeten, protejan y defiendan los derechos humanos. Si la democracia es esencial en las urnas, sabemos que no se agota en ellas, ni en sí misma es suficiente para satisfacer los reclamos de nuestra sociedad.

Entre los muchos pasivos pendientes de respuesta y solución tenemos una deuda imperiosa con el respeto a las leyes. La exigencia social para que la autoridad se ciña siempre a la legalidad y cumpla de mejor manera y con más eficacia y transparencia con sus obligaciones debe encontrar un nuevo impulso en la propia actitud del ciudadano, cada vez más inclinado a cumplir obligaciones y a disfrutar derechos conforme a un marco jurídico vigente y dinámico. En momentos en que se debate el presupuesto federal, no sobra decir que el pago de impuestos, con oportunidad y en el monto debido, sigue siendo un termómetro en el cual el ciudadano toma registro de la distancia real que media entre los buenos propósitos de gobierno, los hechos consumados y las promesas cumplidas. Asimismo, la creación de nuevas instituciones de servicio público supone, por fuerza, mejor coordinación del conjunto; de lo contrario surgirá el desconcierto y el propio aparato administrativo comenzará a tropezar consigo mismo.

Sin obviar ni uno solo de nuestros enormes problemas como sociedad gravemente afectada por todas las formas de la injusticia, quiero compartir la dicha de que la inmensa mayoría de los mexicanos seamos parte de una sociedad abiertamente dispuesta y decidida a ser más libre, tolerante, solidaria e incluyente.

En 2002, la pobreza desesperanzada de millones de mexicanos seguirá siendo nuestro mayor motivo de indignación y dolor. De la mano de la pobreza caminan todas las demás calamidades nacionales: ignorancia, enfermedades, resentimientos y violencia. Nada será nunca suficiente si los pobres aumentan al parejo que la falta de oportunidades. Por ello, debemos estar siempre atentos a que una crisis económica no se convierta en crisis social y ésta en crisis moral. Todos, dentro del gobierno y en los poderes públicos, debemos tenerlo muy presente.

En 2001 la CNDH logró ser un claro referente a favor de la legalidad. Mil veces lo dijimos, y conforme a ello nos condujimos: sin espíritu justiciero el ombudsman no irá a ninguna parte, pero la justicia exige siempre la voluntad personal y colectiva de respetar la ley.

En 2002 seguiremos actuando así, solidarios siempre con el dolor humano y con las víctimas del abuso del poder, pero siempre apegados al derecho, tal como establece nuestra propia ley suprema.

Para avanzar como auténtico ombudsman no tenemos más capital que la autoridad moral que la propia sociedad nos ha conferido; de allí vendrá nuestra energía para seguir superando rezagos y corrigiendo deformaciones y para actuar auténticamente como defensores del pueblo.

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