Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 2 de enero de 2002
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036n1con Atenco: el temor a ser "esclavos"

Si no hay más, "ponemos el pecho" para evitar que entren Ejército y policía

MARIA RIVERA

San Salvador Atenco, Mex., 1º de enero. "Vivo de la tierra. Soy nativo de aquí, de San Salvador Atenco, lo mismo que mis padres y mis abuelos", dice con orgullo Antonio Pájaro, de 70 años, campesino desde los ocho. Mientras recuerda, el rostro redondo, de profundos surcos, como los que ha trabajado toda su vida, se tensa. Ni el aire helado parece importarle. Todo él parece reconcentrado en un solo objetivo: explicar por qué defiende su posesión.
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Medianoche del 31 de diciembre de 2001. Cerro de Huatepec, en el municipio donde el gobierno federal pretende construir el nuevo aeropuerto capitalino. Aquí, donde según la leyenda el emperador Nezahualcóyotl se sentaba a mirar el lago de Texcoco. En el centro del territorio "que les quieren despojar", según don Antonio, cientos de comuneros se han reunido para protestar contra el proyecto. Llegaron como pudieron, los más vivos y gritones en tractores y trocas, seguidos por los esforzados ciclistas, a quienes no les queda aire ni para gritar las consignas. Después llegan los de a caballo, y al final, la tropa, a pie, con antorchas en alto.

La Luna llena está que ni mandada a hacer para enmarcar la concentración. Recorta la figura de los campesinos contra el horizonte, dejando lo esencial: su presencia y sus demandas: "¡Tierra sí, aviones no! ¡Ni hoteles ni aviones, la tierra da frijoles! ¡El pueblo callado jamás será escuchado! ¡Si Zapata viviera,

qué chinga les pusiera!" Y la más repetida: "¡Zapata vive, la lucha sigue!"

Prenden un pequeño castillo con la figura de un campesino y la leyenda: Vivan los pueblos, por la tenencia de la tierra. Ecos de viejos reclamos se hacen presentes. Detonan cinco cañoncitos. Quince salvas retumban frente al desecado lago de Texcoco. Se pierden en el silencio pero simbolizan que ellos están ahí y necesitan dejar constancia de su tragedia. Y de su lucha. Finalizan el acto y cantan todos: niños, mujeres y hombres, el Himno Nacional. En este contexto de machetes en alto y relinchos de caballo aquello de "el acero aprestad y el bridón" cobra nuevo significado. Sin duda este es, como lo dicen con todas sus letras, "territorio en rebeldía".

Don Antonio entorna los ojos y se arrebuja bajo el jorongo de lana. Apunta hacia atrás del montículo donde se realiza el acto. "Mi parcela está aquí, atrasito de este cerro. Siembro maíz, cebada, alfalfa, trigo, ahí crío mis vacas y mis caballos. De ahí saco para vivir. Es lo único que tengo y no la voy a dejar. Por eso ando aquí, en el movimiento, en lugar de estar durmiendo. Si me van a enterrar que sea en el campo."

No es cosa de dinero, repite con énfasis. Lo que él defiende no tiene valor. "Aquí nacieron mis 11 hijos. Todos ellos pudieron ir a la escuela y hacerse profesionistas gracias al campo. Dos son agrónomos, estudiaron en Chapingo. ¡Mire, son ésos, los de los caballos! No están detrás de un escritorio: van a su trabajo y al regresar lo mismo arrean una yunta que trabajan con la pala. ¡Tienen callos en las manos! ¡Sí, señor, ese es mi orgullo!

"Cuando vino el secretario de Gobierno del estado de México le pregunté: '¿Qué vas a hacer conmigo?' Me contestó que no sabía. A qué vienen los políticos si no saben qué hacer con nosotros los campesinos. Nos quieren quitar el único patrimonio que tenemos. ¿Por qué? ¿Quién dijo eso? Mi padre se llamó Inocencio Pájaro y murió a los 96 años trabajando su parcela. Yo también quiero morir aquí. Nos dicen que nos van a pagar, pero nosotros no deseamos dinero. ¿Para qué? Sólo queremos nuestras tierras."

Vicente Zabala Flores, de 76 años, lo secunda: "Nos quitan el pan de la boca para dárselo a los que les sobra. ¿Para qué quieren tanta tierra? ¿Para edificar casas y tantas cosas que van a hacer? ¿Después qué va a ser de nosotros? ¿Por qué no ven que para uno el campo es todo?" Su mirada se pierde en lontananza, sin encontrar respuestas.

Los ejidatarios regresan a San Salvador. Unos cuidan la entrada y salida de gente extraña al lugar. Desde hace días han amontonado costales, a manera de barricadas, para bloquear la entrada al pueblo. Otros se suman al festejo de fin de año que se realiza frente a la plaza principal, amenizado por Fanny, El Humilde, y su sonido. Ni la música del Supergrupo Colombia aleja la tristeza de los rostros. Unos cuantos se paran a bailar. En este contexto, la letra de Mike Laure y sus Cometas, de "yo no olvido al año viejo porque me ha dejado cosas muy buenas", resulta irónica. La mayoría prefiere comer, tal vez por aquello de que las penas con pan son menos.

Grupos de jóvenes se arremolinan frente a doña María Sánchez Buendía para pedirle un taco de carnitas o un ponche caliente. La mujer, de 65 años, va de un lado para otro sirviendo la cena y preparando el mole verde para la comida del día primero.

Es la cocinera oficial del movimiento y una de las mejores del pueblo. Cuenta que desde los 12 años su tía le enseñó a ser mujercita, a coser, a echar a tortillas a mano y a hacerse responsable de una casa, porque a los 16, a más tardar, las jóvenes tenían que casarse.

Participa en el movimiento, explica, porque es su deber defender el patrimonio de sus seis hijos. "Esa tierra me la dejó mi marido y a él se la había heredado su papá. Como no tenemos para pagar peón, entre todos la trabajamos: mis hijas como mujeres y mis hijos como hombres. Nosotros a eso nos dedicamos porque no tenemos de otra." Desde la mañana se van todos a la faena. Mientras los hijos deshierban y remueven el terreno, ella pone unas piedras y enciende el fuego para prepararles la comida.
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En sus dos hectáreas siembra maíz, frijol calabaza, jitomate, chile, chilacayote. "Mis cuatro muchachos y mis 22 nietos vivimos de lo que se me logra en el campo, de ahí vamos agarrando para comer". Cuando les contaron de la expropiación el cielo se les vino encima, afirma. "Nosotros a como dé lugar tenemos que defender nuestro terreno. Ya estoy vieja, pero de todos modos todavía me sé fajar como si fuera un hombre. Yo defenderé mis tierras. El gobierno está ahí por nosotros, pidieron el voto y por nosotros entraron. ¿Por qué ahora nos hacen esto?"

Apenas acaba de sembrar su frijol, señala con un dejo de tristeza. En agosto cosechó carga y media, pero ahora... Sacude la cabeza como quien desea alejar un mal pensamiento y vuelve a su labor entre las risas de sus compañeras en la cocina. Los rabos de las cebollas, explica la ejidataria como quien dicta cátedra, deberán molerse junto al cilantro, las hojas de rábano, el epazote y la lechuga para darle el tono al mole. Después se le agrega ajo, cebolla, ajonjolí, clavo, la pimienta, canela y pasitas. Si no lleva todas esas "composturas", sostiene, no sale bien el guisado. Tiene que preparar todo esta noche, porque mañana sólo habrá tiempo "para sazonarlo con manteca y agregarle la carnita de puerco. Me gusta que los compañeros coman sabroso. ¡Para que sigan luchando!"

Pero este movimiento no sólo involucra a gente con historia, muchos jóvenes también se sienten parte de él. Jorge Candelario tiene 23 años, es técnico en agronomía y también ejidatario. "Mi familia tiene viviendo aquí desde la época de mis tatarabuelos", relata, "y la casa donde nacimos y crecimos también va a desaparecer de acuerdo con los planos que nos han mostrado. Pero no sólo eso me ha motivado a involucrarme; a mí me gusta estudiar los restos arqueológicos y me doy cuenta de que vamos a perder nuestras raíces. No es posible que nos digan que este pueblo tiene sólo 50 años, si mi bisabuelo Inocencio Ordóñez peleó en la Revolución, vio crecer este lugar. Si él luchó por estas tierras, ahora me toca a mí defenderlas."

Este año tuvo una muy buena cosecha de maíz, apunta, y con ese cereal también se dedica a engordar vacas. Con esos datos rechaza la versión del gobierno federal de que todos los terrenos son infértiles. "¿Cómo hemos vivido del campo todos estos años?", pregunta.

Si se llegara a realizar el proyecto, señala Adán Espinoza, los jóvenes del pueblo quedarían a merced de las empresas extranjeras, que cotizarían su mano de obra muy barata: "serían prácticamente esclavos". Para el resto de los pobladores ni siquiera hay proyecto. A la entrada de San Salvador, apunta, hay una maquiladora de nacionalidad coreana, Star Horse, donde a los trabajadores como mínimo les piden que laboren diez horas, les dan quince minutos para tomar café y no tienen derecho ni para ir al baño. Cuando entran les hacen firmar su renuncia, para que no creen ningún derecho. Hace meses algunos quisieron formar un sindicato y la empresa los despidió. "Si dejamos que nuestras tierras queden en manos extranjeras se acaba nuestro futuro. Sí, queremos que haya licenciados, doctores, ingenieros, pero que la base del pueblo siga siendo la agricultura".

El dirigente reconoce sus limitaciones. "Nosotros sabemos que ellos tienen todo para quitarnos nuestras tierras a la fuerza porque tienen al Ejército y a la policía. Nosotros, en cambio, sólo tenemos la razón para defendernos. Pero si no hay más vamos a poner el pecho, pero no vamos a permitir que entren".

No parece fácil vencer tantas convicciones juntas. Y si es cierto el pensamiento de Confucio de que el que tiene esperanza lo tiene todo, habrá de batallar mucho el gobierno federal para lograr su objetivo expropiatorio. Por lo pronto el movimiento de resistencia ya tiene su corrido. Ezequiel Hernández, un comunero que nunca había escrito anteriormente, es su autor. Aquí, todos aportan lo que pueden. "Quiero contarles, señores/ lo que en Texcoco pasó:/ el presidente de Atenco/ a su pueblo lo vendió/ con el maldito gobierno/ para poner su aviación./ Muchas tierras de cultivo,/ muchas tierras de labor,/ mucha gente trabajando pa' cultivar su frijol./ Los niños ya están llorando por culpa de ese traidor,/ malditas las elecciones que el campesino escogió./ Ya les quitaron sus tierras pa' que aterrice un avión, /la gente está encabronada/ quiere linchar al cabrón./ Unanse todos los pueblos/ con palos y sus machetes/ para enfrentar al gobierno..."

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