Teresa del Conde

Javier Marín, un pretexto

Recibí un libro que mucho agradezco a los editores Landucci, no sólo por ser publicación de lujo, impresa en un papel de envidiable calidad, sino también porque su revisión y su lectura dieron lugar a reflexiones que hace tiempo no me hacía en torno de un tema que me ha perseguido. El manierismo y el concepto que sobre dicha corriente o movimiento artístico tienen por igual los entendidos que los no muy entendidos.

El libro Javier Marín. Barro puede catalogarse de cofee table book. Los siete textos que contiene, cada uno de autor diferente, más la introducción, se leen en una hora y cuarto y lo digo porque contra lo que suele suceder en estas circunstancias, los leí todos. El único que me brindó algo nuevo en cuanto a conocimientos -aunque no sobre Javier Marín- es el introductorio, que corresponde a Mauricio López Valdés. Trata sobre las mitologías acerca del barro, a lo largo de diferentes creencias y religiones.

El libro es un pretexto porque el ensayo de Agustín Arteaga me planteó dos interrogantes sobre el manierismo. A saber: el escultor le comentó al autor que sus rostros se parecían a los de Jacopo Pontormo (1494-1556). No es que el parecido haya sido propositivo, Javier vio obras de Pontormo en reproducción y encontró que las expresiones de algunos de sus rostros guardaban similitud con variantes fisonómicas de esculturas suyas. Al ver algunas de las fotos reproducidas y los detalles de las mismas en el libro que menciono, compruebo que la cosa es cierta, aunque también es cierto que esos mismos rostros (los de Pontormo y los de Javier) se parecen muchísimo al del actor Tom Hulce personificando a Mozart en la película Amadeus, de Milos Forman.

Sólo es una secuencia la que acusa el parecido: corresponde a la composición de la parte del Requiem que, según interpretó Peter Shaffer, tuvo lugar durante las horas postreras del joven músico, quien asistido por Salieri vive su agonía intentando terminar esa misa que ''lo envenenó''. Pontormo, que era hipocondriaco, tenía pavor de envenenamiento. Escribió un diario al que me referiré en un artículo posterior.

Este pintor fue muy criticado por Vasari, a quien no complacieron sus frescos de la Cartuja de Galluzzo. (Le dedica en las Vite buen número de páginas.) Además afirmó que el pintor oriundo del Val d'Arno (provincia de Florencia) estuvo ''infectado'' por los tipos y figuras que encarnan los léxicos de Miguel Angel, mismos que se convirtieron en piedra de toque para esa vertiente manierista.

Pero el manierismo tiene no una, sino varias vertientes, y es un término complicado de utilizar fuera de contexto. El otro punto del escrito de Arteaga que me interesa comentar está contenido en la siguiente afirmación: (Javier Marín) ''regresa de modo cínico al origen de la escultura clásica para de ahí partir, corrompiéndola de inmediato, manieristamente''. Que haya ''corrupción'' (de las formas) o cómo se entienda ésta es cosa en la que no hay que parar mientes. Lo que interesa es aclarar que el manierismo tiene como eje el clasicismo renacentista al que rinde consuetudinarios homenajes; sin éste no existiría, lo glosa en todos los tiempos, modos, números y personas, pero al ser el manierismo una estilización autoconsciente por parte de sus practicantes, sobre todo florentinos, se vuelve especulativo, conceptuoso y en muchos casos antinaturalista.

Así las cosas, desde mi punto de vista, el joven y talentoso escultor mexicano sería ''manierato'', que no manierista, porque bordando a partir de la maniera, hace otra maniera, típico recurso posmoderno en cuanto a que sin duda Javier tiene fuertemente arraigado aquello a lo que denominamos ''estilo''. Y a eso lo ayuda el mismo menester de su quehacer con el barro.