Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 4 de enero de 2002
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Política
013a1pol Horacio Labastida

Año sin esperanzas

Sería un grave error ignorar lo que sucede en Argentina, cuya dolorosa historia está colmada de ejemplos redentores desde los años en que José de San Martín conquistó la independencia gaucha (1816) y organizó el célebre Ejército de los Andes, cuyas victorias lo llevarían, en Guayaquil, al abrazo liberador con Simón Bolívar (1822).

No es difícil descubrir las causas profundas del caos argentino. Una vez que este país extinguió la colonialidad que lo subyugaba, buscó resolver su agitado nacimiento en la historia universal echando mano de una organización política constitucional que pusiera punto final a la anarquía de casi cuatro décadas.

Hacia 1853 se aprobó la Carta Magna que sirvió al menos de referencia institucional en las terribles circunstancias que la reformaron entre 1860 y 1957: aun hoy el propio territorio está en duda en las islas Malvinas, y no se olvide que las disputas por límites con Chile no concluyeron hasta 1966. Una enorme presión de los grupos más ricos y conservadores del país asociados a la Iglesia católica indujo el texto que en aquellos tiempos exigía al presidente ser argentino y católico practicante.

El Ejecutivo y su gabinete, los diputados y senadores y las autoridades jurisdiccionales formaban el régimen político, advirtiéndose que éste fue retomado y renovado al promulgarse en agosto de 1994 la actual Constitución, luego de la caída del general Leopoldo Galtieri, en julio de 1982, y la consecuente vuelta de los gobiernos civiles. Entre aquella Constitución de 1853 y la actual, los golpes militares forman una sucesión aperplejante de violencia pública. Sin embargo, el segundo de estos golpes (1946; el primero ocurrió casi 16 años antes) acuñó la singular autocracia de Juan Domingo Perón.

Cuando se sentía el enorme peso del capitalismo trasnacional que empezaba a adueñarse del mundo a partir de la Primera Guerra Mundial, la conciencia ciudadana, percibiendo el peligro de esa tremenda carga, apoyó abiertamente el nacionalismo de la nueva administración. El aliento y expansión del mercado interno, el mejoramiento de las clases trabajadoras y el fomento de la industria local pronto indujeron un ingreso real de 47 por ciento durante los nueve años del primer periodo peronista. La clara política de beneficio social y la sugestiva Fundación Eva Perón acentuaron las connotaciones del uso del poder estatal en beneficio de las familias y no en beneficio de las elites acaudaladas. Estos programas incomodaron a los sectores privilegiados y a la Iglesia católica no sólo por la legalización del divorcio y la prostitución, sino muy principalmente porque un nuevo régimen fiscal horadaba sus intereses: se implantaron impuestos directos al ingreso y se eliminó el tributo cero en las actividades del clero secular y regular, y estos factores nacionalistas y justicieros desenvainaron la espada del militar Eduardo Leonardi, en septiembre de 1955.

¿Qué fue lo que hicieron Leonardi y los generales que lo sucedieron? Su tarea fue destruir el nacionalismo y la justicia social. Y este panorama fundamental se ha repetido hasta el presente. Igual que el militar Pedro Eugenio Aramburu (1955), el gorilato de Videla, Viola y Galtieri (1976-1982) se ocupó de sujetar a Argentina al imperio del poder económico y político que representan Washington y Londres, destruyendo el nacionalismo auspiciado por presidentes como Arturo Frondizi, electo en 1958, y Arturo Humberto Illía, candidato exitoso (1963) de la Unión Cívica Radical del Pueblo. Y después vino un falaz cambio en el juego de las cosas.

Eliminados los gorilas y bajo el manto de la Constitución de 1994, surgió un civilismo gubernamental orientado a aumentar la dependencia argentina del capitalismo trasnacional. Carlos Menem subió al poder en julio 1989 y fue relecto en 1995, desempeñándose en sus 12 años como un fiel servidor del big money. La total apertura a los intereses foráneos y la correspondiente liquidación de los intereses nacionales explican sin duda el actual desastre argentino. Y viene la ineludible interrogación: la política de México, que acentúa nuestra propia dependencia ¿nada puede aprender del caos argentino?, ¿acaso éste puede sernos indiferente?

¿Por qué el Presidente piensa que en México no habrá argentinazo? No se olvide que las palabras sin pruebas son simples palabras. 

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