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Horacio Labastida
Año sin esperanzas
Sería un grave error ignorar lo que sucede en Argentina,
cuya dolorosa historia está colmada de ejemplos redentores desde
los años en que José de San Martín conquistó
la independencia gaucha (1816) y organizó el célebre Ejército
de los Andes, cuyas victorias lo llevarían, en Guayaquil, al abrazo
liberador con Simón Bolívar (1822).
No es difícil descubrir las causas profundas del
caos argentino. Una vez que este país extinguió la colonialidad
que lo subyugaba, buscó resolver su agitado nacimiento en la historia
universal echando mano de una organización política constitucional
que pusiera punto final a la anarquía de casi cuatro décadas.
Hacia 1853 se aprobó la Carta Magna que sirvió
al menos de referencia institucional en las terribles circunstancias que
la reformaron entre 1860 y 1957: aun hoy el propio territorio está
en duda en las islas Malvinas, y no se olvide que las disputas por límites
con Chile no concluyeron hasta 1966. Una enorme presión de los grupos
más ricos y conservadores del país asociados a la Iglesia
católica indujo el texto que en aquellos tiempos exigía al
presidente ser argentino y católico practicante.
El Ejecutivo y su gabinete, los diputados y senadores
y las autoridades jurisdiccionales formaban el régimen político,
advirtiéndose que éste fue retomado y renovado al promulgarse
en agosto de 1994 la actual Constitución, luego de la caída
del general Leopoldo Galtieri, en julio de 1982, y la consecuente vuelta
de los gobiernos civiles. Entre aquella Constitución de 1853 y la
actual, los golpes militares forman una sucesión aperplejante de
violencia pública. Sin embargo, el segundo de estos golpes (1946;
el primero ocurrió casi 16 años antes) acuñó
la singular autocracia de Juan Domingo Perón.
Cuando se sentía el enorme peso del capitalismo
trasnacional que empezaba a adueñarse del mundo a partir de la Primera
Guerra Mundial, la conciencia ciudadana, percibiendo el peligro de esa
tremenda carga, apoyó abiertamente el nacionalismo de la nueva administración.
El aliento y expansión del mercado interno, el mejoramiento de las
clases trabajadoras y el fomento de la industria local pronto indujeron
un ingreso real de 47 por ciento durante los nueve años del primer
periodo peronista. La clara política de beneficio social y la sugestiva
Fundación Eva Perón acentuaron las connotaciones del uso
del poder estatal en beneficio de las familias y no en beneficio de las
elites acaudaladas. Estos programas incomodaron a los sectores privilegiados
y a la Iglesia católica no sólo por la legalización
del divorcio y la prostitución, sino muy principalmente porque un
nuevo régimen fiscal horadaba sus intereses: se implantaron impuestos
directos al ingreso y se eliminó el tributo cero en las actividades
del clero secular y regular, y estos factores nacionalistas y justicieros
desenvainaron la espada del militar Eduardo Leonardi, en septiembre de
1955.
¿Qué fue lo que hicieron Leonardi y los
generales que lo sucedieron? Su tarea fue destruir el nacionalismo y la
justicia social. Y este panorama fundamental se ha repetido hasta el presente.
Igual que el militar Pedro Eugenio Aramburu (1955), el gorilato
de Videla, Viola y Galtieri (1976-1982) se ocupó de sujetar a Argentina
al imperio del poder económico y político que representan
Washington y Londres, destruyendo el nacionalismo auspiciado por presidentes
como Arturo Frondizi, electo en 1958, y Arturo Humberto Illía, candidato
exitoso (1963) de la Unión Cívica Radical del Pueblo. Y después
vino un falaz cambio en el juego de las cosas.
Eliminados los gorilas y bajo el manto de la Constitución
de 1994, surgió un civilismo gubernamental orientado a aumentar
la dependencia argentina del capitalismo trasnacional. Carlos Menem subió
al poder en julio 1989 y fue relecto en 1995, desempeñándose
en sus 12 años como un fiel servidor del big money. La total
apertura a los intereses foráneos y la correspondiente liquidación
de los intereses nacionales explican sin duda el actual desastre argentino.
Y viene la ineludible interrogación: la política de México,
que acentúa nuestra propia dependencia ¿nada puede aprender
del caos argentino?, ¿acaso éste puede sernos indiferente?
¿Por qué el Presidente piensa que en México
no habrá argentinazo? No se olvide que las palabras sin pruebas
son simples palabras.
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