Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 4 de enero de 2002
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Capital
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Nora Patricia Jara

Afectan prejuicios de género al caso Digna Ochoa

El año terminó sin novedad en el caso Digna Ochoa y Plácido, abogada de campesinos ecologistas de Guerrero asesinada en la ciudad de México.

Además de que la Procuraduría General de Justicia del DF ofreciera un informe bimensual de las investigaciones a organismos internacionales pro derechos humanos, en las indagatorias se ha citado a declarar a poco más de 50 personas.

Entre quienes han tenido que rendir algún testimonio sobre la relación que tenían con la víctima se encuentran los familiares cercanos y compañeros de trabajo. En las declaratorias se han evidenciado sus relaciones personales e íntimas, al punto que se ha llamado también a testimoniar a las religiosas del Verbo Encarnado, su ex congregación y una de las más prestigiadas y reconocidas por su labor caritativa y filantrópica en toda América.

Si bien se reconoce que es corto el tiempo transcurrido, poco se sabe de pedir o reseñar los testimonios de gente y acontecimientos que la misma abogada documentó, y por ello, afirman sus más cercanos, las amenazas que anunciaron su muerte. Se habla de pruebas videográficas que muestran el hostigamiento que padeció; se dice que una vez que conversaba en la sierra de Petatlán con miembros de ONG apareció un camarógrafo vestido de verde grabando la escena, y ella respondió a la intromisión enfocando al intruso con su cámara, ante la sorpresa de sus acompañantes.

Lamentablemente el homicidio de esta defensora de los derechos humanos no ha tenido el resultado del perpetrado contra una enfermera en un hospital público de la capital del país. En este caso sí se pudo hallar rápidamente al culpable y poner al descubierto toda una red de consumo de cocaína y heroína en el hospital La Raza del IMSS. Esta vez la víctima fue una profesional de los servicios de salud, que acudió a ver a su madre interna y nunca salió con vida, porque fue asesinada por un trabajador de intendencia sorprendido días después con objetos de la hoy occisa. Testigos y familiares de pacientes afirman que la vigilancia en esa institución pública es laxa. Que ir ahí es espeluznante; primero hay que llegar hasta La Raza. Si se va en Metro, a la hora que sea, lo amagan, asaltan y, si se deja, lo secuestran; el espacio para estacionarse en cualquier calle aledaña genera abundantes divisas a las mafias de la zona. Hasta allí llega mucha gente humilde a atenderse, que pasa horas y hasta días con sus acompañantes, en las más insalubres condiciones y con malos tratos.

Como todos los parientes de un interno en ese lugar, Carmen, como se llamaba la enfermera muerta, seguro padeció la falta de personal disponible, por supuestos turnos de ocho a 12 personas de las que trabajan sólo tres; el resto supuestamente duerme. Los pisos, llenos de personal médico y pacientes en el día, por la noche se tornan semivacíos. La oscuridad en algunas zonas ya es normal para pacientes y el personal nocturno, pero si usted quiere ir de noche al baño no podrá hacerlo sin sentir un escalofrío correr por su espalda cuando ande por esos pasillos solitarios y sin luz.

Ante los hechos, Bernardo Bátiz, procurador de Justicia, responde que en el Distrito Federal se cometen más crímenes contra hombres que contra mujeres, así que noticias como ésta tampoco son una novedad, por desgracia. Al parecer estas muertes, junto con las de muchas otras mujeres que quedan anónimas, aunadas a la de Digna Ochoa, no son suficientes para que los que investigan e imparten justicia actúen sin prejuicio de género.

Considerar que la percepción de un crimen por parte de la autoridad vale por el número de víctimas, no por las víctimas en sí, es grave, y más cuando a la vez se condiciona al género la relevancia del acto delictivo. No importa si son más hombres que mujeres los que mueren a manos de criminales, lo importante es que está sucediendo y que acontece en nuestras ciudades, casi siempre sin castigo para los culpables.

A estas alturas, con la ola de violencia criminal que vivimos, las autoridades deberían saber que los prejuicios al investigar derivan en omisiones que tarde o temprano afectan los resultados de la justicia, y que en los delitos cometidos contra mujeres, ya sean de orden sexual o político, como el de Ochoa y Plácido, en nada ayudan. Y es que en este último se muestra más fácil sospechar del ex novio de una ex religiosa, exhibiendo parte de su vida íntima como una de las posibles causas de su asesinato, misma que se pretende hacer pasar como una línea de investigación consistente, sin más prueba que la relación de pareja de una mujer soltera, minimizando el hecho de que su labor a favor de campesinos pobres era tal vez más riesgosa que su amorío con un hombre.

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